El siglo de Jesús de Nazaret (I)

Puesta de sol en las marismas del río Piedras, Huelva (agosto de 2011)


Los judíos consiguieron la independencia del Imperio seléucida en el 164 antes de Cristo, tras la Revuelta de los Macabeos. En el año 142, Simón Macabeo fundó la dinastía de los reyes asmoneos.

Las divisiones y enfrentamientos entre los miembros de aquella dinastía fueron constantes desde el principio. La tensión llegó a tal punto que se impuso la necesidad de la mediación política por parte de una potencia "neutral" y sin interés "aparente" en el conflicto. Ochenta años después de la independencia se pasó de la euforia de vivir en un reino judío largamente anhelado a una situación de preguerra civil.

Así fue como entró en escena la República Romana. El general Pompeyo, que se encontraba en la recién incorporada provincia de Siria y no era ajeno al valor geoestratégico de la región, se ofreció "amistosamente" para dispensar aquella mediación aunque condicionándola a la conversión del reino en un protectorado, es decir, en una provincia romana (año 63 antes de Cristo). A partir de ese momento y a lo largo de los cien años siguientes, la tensión lejos de aplacarse no dejó de aumentar.

Jesús vivió más o menos hacia la mitad del período histórico que va desde la pérdida de la independencia de Judea y su conversión en provincia romana (año 63 antes de Cristo) hasta la destrucción del Templo de Jerusalén (año 70 después de Cristo). Un período convulso caracterizado por los frecuentes enfrentamientos entre judíos y de ellos con el poder romano. Tiempo de violencia y de miedo a la represión que alcanzó su culmen en el asedio de Jerusalén, ela Pascua del año 69. Tito, general de 29 años, hijo del recién nombrado emperador Vespasiano, mandaba a las legiones romanas (era el 40 aniversario de la crucifixión de Jesús, si aceptamos la fecha del nacimiento de Jesús como el año 4 antes de Cristo y su muerte en el año 29)

El desenlace, de sobra conocido, ha dejado una huella imborrable en la memoria histórica del pueblo hebreo: Jerusalén arrasada; el Templo reducido a escombros; devastación de la región (deforestación total en un radio de 18 kms alrededor de la ciudad) y cientos de miles de muertos. El mundo judío nunca volvería a ser el mismo.


Bahía de Málaga desde La Caleta, septiembre 2011


En ese período histórico coexistían tres grupos, sectas o corrientes dentro del judaísmo: saduceos, fariseos y esenios. Y cabría aún añadir un movimiento político de corte nacionalista radical y connotaciones religiosas: los zelotes. De saduceos, fariseos y zelotes tenemos noticia por fuentes históricas (Flavio Josefo), pero las que más me interesan aquí son los escritos neotestamentarios (curiosamente, en estos escritos no se menciona a los esenios).

Mi intención no es profundizar en esas corrientes, sino quedarme con algunas de sus más reveladoras características: aquellas que puedaan ayudarnos a comprender su modo de reaccionar frente a la novedad que supuso la aparición de Jesús de Nazaret y ver, de paso, la respuesta que recibieron del propio Jesús


Parque Clavero. Málaga (mi barrio)


Los miembros de la secta de los saduceos provenían de la aristocracia. Constituían el grupo más rico de aquella sociedad. Temiendo perder su riqueza y poder, aprendieron a cohabitar con el poder romano; de ese modo, conservaron, por lo menos durante un tiempo, su posición privilegiada dentro del nuevo Estado y, por supuesto,  dentro de la jerarquía eclesiástica.

La secta de los fariseos se nutría de los hijos de las familias pudientes pero no aristocráticas de esa sociedad -de la burguesía diríamos hoy. Recibían una selecta educación en las escuelas rabínicas y exhibían una “estricta observancia” de los preceptos que habían aprendido. Eran considerados por el pueblo como los Maestros de la Ley y gozaban de un enorme prestigio. Muchos de ellos, aunque no todos, estaban convencidos  de que su interpretación de la Ley y los Profetas era la correcta y rechazaban enérgicamente cualquier otra que supusiera alguna innovación, especialmente si venía de fuera. Esa facción, al tiempo ilustrada e integrista, que quizá fuera también la más numerosa, evitaba el contacto con los paganos y con todo lo que viniera de la cultura helenista para no contaminarse y volverse impuro. También sentían un íntimo desprecio hacia el pueblo por su ignorancia y por lo que ellos consideraban su inaceptable "relajación moral". Se postulaban a sí mismos como modelo de conducta a imitar, cuidando mucho la imagen que transmitían.

Sin embargo, muchos judíos dispersos por el mundo helenístico habían evolucionado hacia una mentalidad más abierta que incluía una interpretación de la Ley apartada de posiciones tan fanáticas e intransigentes y una nueva manera de entender el culto en el Templo. Para muchos fariseos estas desviaciones “helenistas” eran una peste que había que sofocar. Con los saduceos, en cambio, pese a alguna disputa doctrinal, como la creencia en la resurrección, no llegaron a la ruptura, al contrario: en aspectos relativos al culto y al Templo, estaban básicamente de acuerdo.
 
Los esenios, en cambio, dieron la espalda a la religiosidad de fariseos y saduceos, especialmente en lo relativo al culto en el Templo, aunque evitaron la confrontación. Su actitud les acarreó la marginación de los sectores "oficiales" representados por aquellos.
Algunos esenios vivían organizados en pequeñas comunidades dentro de los propios núcleos urbanos (aldeas y ciudades, incluida la propia Jerusalén) y otros, en comunidades más aisladas y fuera de ellos. Se dedicaban a la oración y al estudio de la Escritura; eran bastante estrictos en el cumplimiento de la Ley, pero la interpretaban de un modo más “humanista” que los fariseos. Se conformaban con lo necesario para vivir y compartían sus bienes. Así se preparaban para la venida del Mesías prometido, que creían inminente.

Los zelotes eran nacionalistas radicales, enemigos declarados de los romanos. Su forma de actuación política era el terrorismo, sobresaliendo en esta acitividad los conocidos como sicarios. Luchaban por la independencia de Israel, al precio que fuera. La rivalidad entre sus líderes abocaba con frecuencia en fuertes divisiones y enfrentamientos sangrientos entre ellos.