Agua y Fuego (y III). ¿Historia de un fracaso?


                                                Luz tras la tormenta, octubre de 2011.


A mi parecer, el punto de inflexión en la trayectoria de Juan fue, sin duda, el bautismo de Jesús. En ese momento, creo que Juan se da cuenta de que su misión está cumplida y empieza el tiempo del Mesías. Después del bautismo de Jesús, lo seguiremos viendo todavía un poco pero será exhortando con humildad a sus discípulos para que se vayan con él. 

El éxito de la predicación del Bautista paradójicamente acabó jugando en su contra. La idea de la primacía de la fe sobre el linaje, es decir, sobre la mera y pasiva pertenencia a un pueblo “elegido”, caló en la gente e incluso en el propio rey, el cual se percató en seguida de que ese relato le favorecía no siendo judío sino idumeo. El resultado fue que durante algún tiempo protegió a Juan, concediéndolo inmunidad frente al acoso de las autoridades del Templo, que siempre lo vieron como un desarrapado advenedizo y agitador del pueblo. 

Pero un día, en un alarde de hipocresía, preguntó también al Bautista: “¿qué tengo yo que hacer?" Y aquel fornido hombre del desierto, sin atisbo de arrugarse le espetó: “Deja de escandalizar a tu pueblo con la mujer de tu hermano". El cobarde rey, indignado por su atrevimiento y azuzado por la concubina, lo metió preso. Algún tiempo después, en medio de una orgía, dio su consentimiento para que le cortaran la cabeza y con ella, a su atrevida lengua.






El final de Juan nos es tristemente familiar. Se trata de un destino que se repite una y otra vez con los verdaderos profetas. La historia de su trágica muerte nos dejas un sabor muy amargo pero también el recuerdo de su impetuosa personalidad, mezcla de vigor juvenil, valentía y coraje; su lenguaje afilado y áspero al tiempo que delicado y hondo. Su modo de vivir, confiando plenamente en la providencia, ha perdurado intacto en nuestra memoria, sin que podamos “domesticarlo”.

Uno de los grandes méritos de Juan fue tener siempre muy claro que pese a su fama y al gran número de discípulos que reunió, su figura y su papel eran secundarios y que tenía que menguar hasta desaparecer por completo para dejar vía libre al Mesías. De ese modo, evitaba cualquier confusión acerca del papel de ambos. 

Al final, la humildad y la fidelidad a su destino, dieron su fruto: la voz de Juan Bautista, clamando desde el desierto, pervive y seguirá convocándonos, una y otra vez, incansablemente, hasta el final de los tiempos.
 
Fue ejecutado de noche, sin proceso ni defensa, en su propia celda, y su cabeza se exhibió como un trofeo y objeto de burla en palacio. El supersticioso y cobarde rey dio la orden aunque, temeroso de la reacción del pueblo y probablemente, también divina, permitió que sus discípulos retiraran le dieran en secreto sepultura. Después, cada uno se volvió a su casa, con el peso del fracaso a cuesta.

Jesús no se olvidó de Juan y en su retorno a Galilea, buscó a esos desalentados discípulos. Los halló trajinando con sus redes de pesca y los invitó a acompañarle para proseguir la aventura. Lo hizo de un modo lacónico y directo, al estilo de Juan: “Venid conmigo”. Ellos, aún apesadumbrados, le contestaron: “¿Dónde vives?” No era un sí pero tampoco un "no" rotundo. La respuesta dejaba traslucir una sutil y no consumida del todo esperanza. Jesús comprendiendo su estado de ánimo, insistió: “Venid y lo veréis”.

Fue quizá entonces, cuando aquellos hombres recordaron las palabras de su malogrado maestro: “Id con él. A él le toca crecer. A mí menguar”. Y también: “Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con fuego”. Así que volvieron a dejarlo todo y se fueron con Jesús.

No mucho tiempo después la historia volvería a repetirse, esta vez de la mano de las autoridades religiosas del Templo: mandaron apresar a Jesús, de noche y doce horas después ya estaba ejecutado

Los discípulos, que sabían por lo de Juan como acababa la historia, lo abandonaron y huyeron. Volvieron a su tierra y por segunda vez, esta acaso definitiva, retomaron su vida anterior. La sombra del fracaso volvía a erigirse. Esta vez, con más fuerza… ¿Sería la definitiva? No. La profecía de Juan estaba a punto de cumplirse. Jesús la había ratificado antes de su despedida: "Yo me voy, pero no tengáis miedo. Muy pronto seréis bautizados con fuego".