Puerto de Málaga, domingo 27 de noviembre de 2011 |
“Para llegar a conocer de verdad a alguien tienes que luchar con él”.
Recuerdo muy bien dónde oí esa frase (la otra, la del título de la entrada, "Fuerza y Honor", es bastante más famosa): fue en el cine viendo una de mis películas favoritas, Matrix, y la pronunciaba un personaje de la segunda entrega (Matrix Reloaded). Durante algunos segundos me dejó pensando en la gran dosis de verdad que contenía.
En la convivencia, ya sea en el ámbito laboral o en el más cercano de las amistades y la familia, inevitablemente brotan encontronazos. La mayoría de ellos son irrelevantes y acaban en nada. Sin embargo, tales "choques" -pequeños e intrascendentes- ofrecen, si nos paramos a analizarlos un poco, un interesante "material" con pruebas y pistas numerosas del modo de ser de las personas.
Voy a intentar explicar lo que digo poniendo un ejemplo bastante “aséptico”, el de un escenario de "enfrentamiento amistoso” donde lo único que se pretende, aparentemente, es pasar un buen rato. Me refiero al deporte amateur, el que practicamos con los amigos.
Voy a intentar explicar lo que digo poniendo un ejemplo bastante “aséptico”, el de un escenario de "enfrentamiento amistoso” donde lo único que se pretende, aparentemente, es pasar un buen rato. Me refiero al deporte amateur, el que practicamos con los amigos.
Entre todos los deportes, hay uno que sobresale por su elegancia. Me refiero al tenis. Es de los pocos en los que no hay contacto físico, salvo el apretón de manos final; tampoco hay contacto con la bola, lo hace la raqueta. La red divide el campo de juego en dos mitades. Cada jugador puede moverse libremente por la suya, pero esa línea divisoria es intocable, hacerlo incluso de forma involuntaria equivale a perder el punto. ¿Puede haber más asepsia en un deporte?
La gracia del juego consiste en ser el último: el último en devolver la bola. El que golpea correctamente la bola por última vez se lleva el punto. Al final, para dos jugadores de similar nivel técnico, lo que dará la victoria final a uno de ellos será el mayor éxito de la combinación de su fuerza física y mental. Se trata, pues, de una lucha en la que los contendientes en vez de enfrentarse directamente, golpean a un objeto “neutral”: la bola. En realidad, lo que hacen no es otra cosa que librar su batalla particular contra la bola.
Aprender la dinámica que rige el movimiento de la bola es básico para llegar a jugar bien al tenis. Se trata simplemente de imponerse a la fuerza y trayectoria que la bola trae. Ahí reside la clave: olvidarse casi por completo del rival y hasta de la mitad opuesta de la pista para concentrar la máxima atención en la bola. “¡Mira la bola!” se reprochan a sí mismos los jugadores cuando cometen un error no forzado. La mayoría de los errores, por lo menos entre jugadores amateur, son errores no forzados que se comenten precisamente por no mirar la bola. Los jugadores de élite, aparte de reunir una aptitudes extraordinarias, entendieron desde el principio esta lección de someterse a la tiranía del pequeño cuerpo esférico para luego aplicarla muy bien en su beneficio. Dominar al rival no significa otra cosa que dominar la bola.
Mirar la bola, eso es. En realidad, se trata de verla sin mirar, es decir, sin pensar. Si piensas no la ves. Y durante el tiempo en que no la ves porque estás pensando, aunque se trate de un intervalo brevísimo, la bola sigue avanzando en su trayectoria. Para cuando nuestra raqueta suelta el golpe, la bola ya no se encuentra donde esperábamos y la devolución en el mejor de los casos resulta defectuosa. Devolver defectuosamente la bola supone una clara ventaja para nuestro rival, el cual, si ha estado atento, a buen seguro que la aprovechará para llevarse el punto. Un punto que bien mirado más que ganado por él fue regalado por nosotros. De ahí la sensación que se da en el tenis de que se gana o se pierde frente a uno mismo. Y que el otro solo está ahí para efectivamente confirmarlo.
El tenis exige una admirable mezcla de humildad e inteligencia. Primero humildad para someterse al dictado del pequeño cuerpo esférico lanzado “contra” nosotros y luego, inteligencia “leyendo” su fuerza y trayectoria para "devolver el golpe". Así, una y otra vez, hasta que el rival, haciendo lo mismo, se canse y falle.
Mirar la bola, eso es. En realidad, se trata de verla sin mirar, es decir, sin pensar. Si piensas no la ves. Y durante el tiempo en que no la ves porque estás pensando, aunque se trate de un intervalo brevísimo, la bola sigue avanzando en su trayectoria. Para cuando nuestra raqueta suelta el golpe, la bola ya no se encuentra donde esperábamos y la devolución en el mejor de los casos resulta defectuosa. Devolver defectuosamente la bola supone una clara ventaja para nuestro rival, el cual, si ha estado atento, a buen seguro que la aprovechará para llevarse el punto. Un punto que bien mirado más que ganado por él fue regalado por nosotros. De ahí la sensación que se da en el tenis de que se gana o se pierde frente a uno mismo. Y que el otro solo está ahí para efectivamente confirmarlo.
El tenis exige una admirable mezcla de humildad e inteligencia. Primero humildad para someterse al dictado del pequeño cuerpo esférico lanzado “contra” nosotros y luego, inteligencia “leyendo” su fuerza y trayectoria para "devolver el golpe". Así, una y otra vez, hasta que el rival, haciendo lo mismo, se canse y falle.
En última instancia, esto es el tenis. No se le de más vueltas. A partir de aquí, si nos sigue interesando, lo único que queda es ponerlo en práctica. Los deportes se han inventando para practicarlos. Pero volvamos al asunto o cuestión que planteábamos al principio, lo de conocer al prójimo. Contemplemos una amistosa partida de tenis, veamos qué hace nuestro rival para "resolver" el problema de la maldita bola envenenada que le enviamos.
Pero eso lo vamos a dejar para la próxima entrada del blog.
Puerto de Málaga, desde el muelle 1. Domingo 27 de noviembre de 2011
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