"Strength and honor". Gladiadores de la raqueta (y II).




Lagar de Torrijos. Montes de Málaga. 8 de diciembre, 2011


Para algunos -entre los cuales me encuentro-, hacer deporte resulta muy divertido. Tal vez la causa se deba al efecto que nos produce haciéndonos olvidar durante un rato la seriedad de la vida, en medio incluso del sudor, la fatiga y hasta las lesiones. Se trataría, por tanto, de un efecto similar al que se busca con los estupefacientes o el alcohol solo que por una vía diametralmente opuesta.  

Resulta curioso comprobar cómo otros pasatiempos y aficiones también gratificantes pero menos expuestos como leer, escribir, oír música, ir al cine o al teatro no han logrado desbancar al deporte de la lista de nuestras preferencias. 

A veces, me he parado a reflexionar sobre "dónde está la gracia" de practicar un deporte; pongamos, por ejemplo, el tenis, que es el que yo hago. Y la verdad es que no he tenido que hacer grandes indagaciones para extraer algunas conclusiones interesantes. Me ha bastado con echar un vistazo a sus elementos o ingredientes básicos: la cancha de juego y sus reglas. En la mayoría de los juegos deportivos la pista es una superficie completamente uniforme, delimitada por líneas muy claras, y las reglas son muy sencillas de seguir.
   
Ese primera mirada me coloca frente a la faceta del deporte que mejor muestra aquello en lo que consiste: ser una “pura ficción”. El mundo real en que vivimos se parece bastante poco a una cancha, en la realidad todo se muestra más confuso, menos nítido; y las reglas se infringen de un modo subrepticio, es más: con frecuencia la infracción queda sin sanción.

Pero el deporte también posee un lado “auténtico”, exponente fiel de esa realidad. Me refiero a su parte de esfuerzo, de superaciónde afán de perfeccionamiento. Aprender la técnica exige paciencia y alcanzar el nivel físico, sacrificio. Con ambos vamos adiestrando nuestros sentidos y controlando nuestros impulsos. Por último, competir nos enseña a estimar al rival, reconocer también su trabajo y su leal empeño de desafiarnos.




Madroños. Montes de Málaga. 8 diciembre, 2011


Resulta un poco ruborizante que estemos dispuesto a someternos a tanta disciplina a cambio de una sola cosa: poder ganar, vencer, llegar a ser campeones. La posibilidad de saborear la victoria da sentido a tanto esfuerzo, a tanta preparación, a tantos madrugones. Por lo visto, algunas personas necesitamos de esa clase de estímulos para sentirnos mejor con nosotros mismos, para reforzar nuestra autoestima. Porque seamos sinceros: sin la perspectiva de esa recompensa, el juego no tendría gracia, sería simplemente “calentamiento”, “preparación”, no "juego" propiamente dicho. ¿No resulta todo esto un poco, o un mucho, pueril? Jugando, compitiendo, realizamos una fantasía, la de "exhibir" lo bueno que nos creemos. De ahí quizá le venga al juego ese carácter extravagante y exhibicionista que tanto llamaba la atención a la gente “seria” cuando empezó a convertirse en una afición cada vez más popular a comienzos de la pasada centuria.



Olivo silvestre (acebuche). Montes de Málaga, 8 diciembre, 2011


La realidad, con frecuencia, nos niega la oportunidad de demostrar lo bueno que creemos ser. Nos deja con las ganas. En vez de doblegarse, dócil y sumisa, ante nuestras capacidades, nos castiga con una indiferencia que sabe a desprecio, cuando no favoreciendo injustamente a quien, por su posición o influencia, intenta relegarnos o apartarnos. Esto último me ha hecho recordar una frase que leí en la última novela de Luis Landero, una novela muy recomendable, “Retrato de un hombre inmaduro”, decía algo así: “El que tiene algún poder lo usa para joder al prójimo”. Pero un momento, voy a intentar buscarla para citarla literalmente... Me ha costado algunos minutos pero lo he conseguido, en la página 190, dice: “…joder al prójimo… en eso precisamente consiste el disfrute del poder”. Vaya, ha merecido la pena, la frase literal, añade un matiz interesante: el disfrute que tal acción produce.


Y es que en la vida todo resulta bastante más complicado, en ella nos hallamos siempre, más o menos perdidos, perplejos, sin claridad suficiente sobre las intenciones del prójimo respecto a nosotros (las del jefe, las de nuestro cliente, las del competidor, las de nuestro enemigo o incluso las de algunos supuestos “amigos”) y sin ninguna garantía de éxito sobre nada importante. Tal vez por eso, perder un par de horas de la mañana del sábado o del domingo, en un escenario tan nítido, tan diáfano, respirando aire puro, para "pelearnos" lealmente con nuestro rival (en realidad, un compañero) corriendo tras la bola que maliciosamente nos lanza, devolviéndosela con la misma y desnuda malicia; defendiendo cada punto, no dejándonos dominar, atacando con gallardía, con coraje; dejándole claro que somos unos tipos duros de pelar, que no le vamos a dar ninguna tregua, hasta ganar el último punto o perderlo… llega a convertirse en una experiencia muy placentera, una auténtica delicia . Tal vez, ahí resida buena parte del "gancho" del deporte, de su “gracia” y su belleza.

Decía en la entrada anterior que cuando nos enfrentamos a alguien, incluso cuando lo hacemos de forma amistosa, como en el caso del juego, aprendemos mucho sobre quién es realmente ese alguien y recordaba la frase de Matrix. Lo curioso es que al finalizar esta entrada lo que podría afirmar con igual evidencia es también lo contrario, que el enfrentamiento con los demás nos muestra a las claras quiénes realmente somos nosotros. 


Bueno, pues solo por eso creo que el "ejercicio" ha merecido la pena.


Atardecer. Montes de Málaga. 8 de diciembre, 2011