¿Un blog? ¿Para qué? (I).

Hong Kong. Fotograma de la película "El Caballero Oscuro"

Perder el tiempo escribiendo sobre temas irrelevantes fue lo que me animó  a dar los primeros pasos. El blog nació admitiendo desde el principio que sería solo eso: una pérdida de tiempo y que los asuntos que tocaría no importarían a casi nadie no deja. Ahora, solo cuatro meses después y como cabía esperar, comienzan a asomar algunos nubarrones sobre su futuro. Pero el problema no ha sido el planteamiento inicial. No. El problema radica en que escribir con propiedad, es decir, con claridad suficiente para convertir en inteligibles las impresiones personales no es una tarea sencilla para nadie pero sobre todo para quien carece de dotes literarias.

Por otra parte, la intención de escribir sobre temas o asuntos que azarosamente rozan mi vida pero que por algún motivo atraen mi curiosidad no ha podido impedir que me pregunte si no me habré deslizado, o tal vez, despeñado por un derrotero que solo lleva a lo superfluo y prescindible. 

Arroyo a los pies del Cerro Lucero. Sierra de Almijara. Axarquía. Málaga. 15 de enero de 2012


Los blogs son un fenómeno reciente. Irrumpieron hace poco más de diez años de la mano de Internet y desde entonces no han dejado de crecer. Al principio no fueron muchas las voces que vaticinaron su éxito pero hubiera bastado fijarse en algunas de sus cualidades para atreverse a garantizarlo. Al reparar en esas cualidades viene a mi memoria una forma de expresión y comunicación que tuvo su origen en España hace muchísimo tiempo y que tuvo también una gran aceptación: las tertulias.


Durante el siglo XIX y buena parte del XX, la gente ilustrada de nuestro país acudía a alguna tertulia. Le resultaba todavía relativamente fácil hallar un hueco al final de la jornada para entregarse a ese pasatiempo y raramente faltaban a su cita. El entretenimiento consistía en reunirse y dar rienda suelta a sus opiniones sobre temas o aficiones comunes, como los toros, la política, los géneros literarios y, más tarde, algunos deportes.


Creo que era Ramón y Cajal, asiduo miembro de la tertulia del Café Suizo en Madrid, quien opinaba que a las tertulias se acudía para hablar de lo que no se entendía ni se sabía. El insigne científico se daba plenamente cuenta de que, en realidad, sabemos bastante poco de casi nada y ese poco solo le interesa a un grupo bastante reducido. Pensemos en su campo de investigación, la neurobiología, o en cualquier otro campo especializado como el del historiador que trabaja en un período concreto de la historia o el del filósofo, psicólogo, sociólogo, físico, etc. Por interesantes que sean sus averiguaciones, es poco probable que atraigan la curiosidad de alguien más allá de los pocos que pertenecen al restringido círculo especializado que trabaja con ellas. Sin embargo, en la retaguardia de esa punta de lanza del conocimiento, se queda un repertorio enorme de temas y curiosidades asequibles y ávidas de ser discutidas y comentadas. Sólo es menester que se den los entornos adecuados para favorecer la interacción. En el pasado, las tertulias fueron un paradigma de esa clase de espacios.


Sierra de Almijara, 15 de enero de 2012

En la actualidad, en cambio, nuestras ocupaciones no dejan apenas tiempo para tales encuentros. Y a la escasez de tiempo tenemos que sumar la distancia que nos separa. ¿Resulta factible entonces encontrar un hueco para reunirse y conversar? Más bien no. ¿Y durante el fin de semana? Menos. Los fines de semana los dedicamos a descansar, a estar con la familia y practicar alguna afición al aire libre. Por eso no sorprende demasiado que las viejas tertulias acabaran extinguiéndose aunque todavía durante algún tiempo fueran capaces de adaptarse y sobrevivir en la radio o en la televisión. Esta última, cuando era pública, quiero decir estatal y sin competencia, podía permitirse el lujo de conceder algunos espacios siempre que conservaran un mínimo de audiencia pero en cuanto el nivel cultural de ésta se redujo, signo pavoroso de nuestro tiempo, acabaron sucumbiendo. La competencia privada y los realities le dieron la puntilla. 


Así las cosas, para muchos el blog se ha convertido en una especie de refugio “virtual” donde poder retirarse del ajetreo cotidiano. Personas que dan por bien empleada la pérdida de ese poco tiempo libre de que disponen a cambio de la gratificante experiencia de mantener un tranquilo y desinteresado hilo de comunicación. Empeño o afán tan vano como improductivo pero que, pese a todo, les ayuda a no olvidar que es precisamente la comunicación lo que más nos humaniza.