La Farola, Puerto de Málaga, 22 de enero de 2012
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A médicos, abogados, economistas, profesionales cualificados en general, hablar o escribir sobre algo que tenga que ver con sus respectivas áreas de conocimiento no les resulta difícil. Pensemos en los informes, ponencias y documentos de todo tipo que a diario elaboran sobre cuestiones de tipo legal, económico, técnico o científico. Todos versan sobre materias que más o menos dominan, de ahí que su expresión oral o escrita en tales circunstancias alcance una fluidez, precisión y claridad aceptables. Pero cuando el propósito de esos mismos profesionales, entre los cuales me incluyo, es decir o escribir algo que tenga algún sentido pero sobre asuntos menos "prácticos" como, por ejemplo, opinar sobre una película, una obra literaria, una pieza musical o algo aún más abstracto, la cosa se complica y empiezan los sudores.
¿Por qué nos ocurre esto? ¿Por qué logramos expresarnos con soltura y discreción en el ámbito profesional y en cambio nos volvemos tan lerdos en el personal? Puede que la respuesta se halle en un hecho bastante simple: la actividad intelectual que desplegamos en los asuntos profesionales se apoya en conocimientos adquiridos, bien asentados y estructurados; pero en la vida cotidiana, nuestra mente funciona de un modo algo diferente, no se apoya tanto en conocimientos teóricos como en experiencias. Un “material” de naturaleza intuitiva que para ser comunicado, por ejemplo, por escrito, tiene que ser traducido por nosotros mismos, es decir, a costa de nuestro propio esfuerzo, a las categorías del lenguaje, el cual trabaja con conceptos y se estructura por reglas gramaticales y sintácticas. Se trata, por tanto, de un esfuerzo intelectual que requiere ciertas dotes específicas al igual que sucede con otras formas de expresión, como el lenguaje musical o el plástico. Como la mayoría de los mortales no hemos sido bendecidos con ellas, escribir se convierte en una faena penosa. También se da el hecho innegable de que en nuestra vida de relación concedemos mucha importancia a lo que tiene que ver con nuestro trabajo e intereses y el resto de asuntos nos motiva e "inspira" bastante menos.
En mi caso, cuando me da por escribir sobre un tema que no sea técnico ni profesional, descubro de repente que mis ocurrencias se hallan tan dispersas e inconexas entre sí y son tan poco claras y precisas que ni resultan comunicables ni inteligibles, lo que me produce una sensación extraña, mezcla de estupefacción, frustración e imbecilidad. A pesar de ello, a menudo me planteo si no merece la pena perder algún tiempo ocupándome en transmitir algunas ideas o experiencias "originales". ¿Acaso no nos vuelve un poco más humanos el desinteresado empeño de “sacar” lo que llevamos dentro de nosotros y "compartirlo"? ¿No nos sentimos entonces más generosos y al mismo tiempo más dueños de nuestra humana condición?
Muello Uno. Puerto de Málaga. 22 enero 2012 |