Un domingo de enero.


Vega de Antequera al fondo. Sierra del Co. 29 de enero 2012






Domingo 29 de enero, 2012.

Día soleado y fresco: 9 grados. En Málaga nos parece frío pero afortunadamente no hace viento. Salimos un poco tarde (no he perdonado la partida de tenis a primera hora, el fin de semana anterior no pude jugar por la lluvia).

Nos dirigimos a Villanueva de Cauche, pequeña aldea a unos 30 kilómetros al norte de Málaga. Nunca antes habíamos estado por allí. Nos topamos con un hermoso paraje, ideal para un largo paseo pero resulta ser una finca particular que prohibe expresamente el paso con un cartel a la entrada. Vaya chasco y lo peor es que ya va siendo tarde para cambiar de ruta. Mientras estamos pensando qué podemos hacer, un mastín imponente nos sale al paso. Está atado con una cadena larga y es muy fiero. No me fío, tiene fuerza suficiente para romperla y no quiero imaginar lo que podría hacernos si tal cosa sucediera. Con mucho tiento pasamos de largo hasta llegar a una gran cancela cerrada con un candado. Mala suerte, ¿media vuelta? Eso parece.


Quejigos. Sierra del Co. 29 enero 2012

Pero yo no me rindo tan fácil. A lo lejos divisamos a tres jinetes, van acompañados por una jauría de perros. Cuando nos ven se lanzan hacia nosotros. No me arrugo (es lo mejor en estos casos): me planto en medio del camino y espero a que lleguen (los animales reconocen a quien no les tiene miedo y lo respetan o por lo menos le conceden una tregua). Los perros viendo mi disposición se paran en seco, a unos 20 metros (el farol ha funcionado) y nos observan pero de ahí no pasan.


"Mirad los lirios del campo. No hilan ni tejen..."


Llegan los jinetes. Creo que son los dueños de la finca: un señor, un niño que debe ser su hijo y su esposa. Me miran desde sus cabalgaduras, quizá un poco fríos y distantes, sin duda deben estar preguntándose qué puñetas hacemos en su finca. Los saludo y su gesto se ablanda, me devuelven el saludo con cortesía, parecen sinceros. Les pregunto si podemos pasear por ella y acceden amablemente. ¡Primera sorpresa agradable de la jornada! La de los perros ya está olvidada. No será la única. Ahora, me da cierto reparo pedir también que nos abran la cancela así que les pregunto por dónde podríamos acceder. Me responden que tienen habilitado un acceso para senderistas a unos 200 metros, una especie de escalera rudimentaria que permite sortear la alambrada de espinos. Les reitero nuestro agradecimiento y nos despedimos cordialmente. Cuando me voy a dar la vuelta, la señora me advierte: "¡Cuidado con el ganado!". 

La suerte favorece a los audaces...