Bosque de ribera en la Hoz del arroyo Marín, 6 de mayo de 2012 |
Todo lo que acontece tanto en nuestra vida personal como en el ámbito colectivo, tiene algún motivo o razón, es decir, tiene una explicación. Hallarla equivale a "conocer la verdad" de lo que nos ha sucedido.
Volviendo a nuestro asunto y refiriéndolo a los problemas, conflictos, escándalos y desafíos que surgen en la sociedad, cabe añadir que la tarea de averiguar lo que realmente ha pasado no resulta difícil cuando el motivo "salta a la vista" y es evidente para todo el mundo. En tales casos, nos topamos con una "opinión pública" unánime y no se suscita ningún "debate social". Pero cuando se trata de asuntos más delicados y complejos, lo que suele ocurrir es lo contrario: las causas se hallan más o menos ocultas y descubrirlas supone un esfuerzo intelectual de indagación y análisis. En tales situaciones, la "opinión pública" no brota ni tan espontáneamente ni con tanta rapidez, puesto que necesita que transcurra cierto tiempo para tomar cuerpo antes de ver la luz. Los personajes públicos (no solo los políticos) que ostentan cierta cuota de poder social son conscientes de ello y además tienen una cosa clara: dar un mal paso contra esa "opinión pública" en gestación puede colocarlos en una situación tan delicada como comprometida para sus intereses o los de la institución que representan. Por eso, se apresuran a "lanzar" una "valoración" que impida o evite lo más posible el tsunami que se les viene encima.
Apuntábamos en la misma entrada que una vez que el problema ha surgido, el dilema entre abordarlo acertadamente o errar, con sus temidas consecuencias, está servido. Ahora bien, si como acabamos de ver, parece obvio que el abordaje apropiado y correcto de cualquier asunto colectivo complejo no puede surgir nunca de la improvisación, tendremos que reconocer que la premura con la que aquellos personajes se lanzan a ofrecer su "correcta valoración" de lo ocurrido es incompatible con tal acierto y por lo mismo debemos sospechar que su actitud no es honesta ni sincera.
Hoz de Marín, 6 de mayo de 2012 |
Y también llegamos a la conclusión de que el "buenismo" era un manual de instrucciones tremendamente eficaz para sortear ese maldito dilema y lograr salir airoso del lance, al menos en sus primeros compases. Con lo que acabo de añadir sobre la falta de sinceridad de los que lo utilizan, creo que va quedando claro que además es un modo de mentir deliberadamente. Porque digámoslo sin rodeos: cualquier maniobra dialéctica que se emplee para ocultar o desviar la atención sobre la realidad no es sino una forma más o menos sutil y encubierta de engañar.
Hemos visto, y en cierta medida comprendido que el político (en sentido genérico) echa mano de esa estrategia cuando se enfrenta a un problema complejo, del que habitualmente no tiene la menor idea, y a una opinión pública potencialmente hostil que mira al problema y lo mira también a él, como responsable público. Tal vez su respuesta inicial, aún carente de veracidad, no tendría mayores consecuencias si solo fuera eso, quiero decir: como primera y precipitada "valoración" o "aproximación", justificada por su intención de ganar tiempo. Pero lo grave y lo que le ocurre con demasiada frecuencia es que una vez logrado cierto control sobre la temida opinión pública, y esto es lo decisivo y lo que convierte al "buenismo" en una auténtica perversión, persevera en la tergiversación de los hechos y de la realidad, al mismo tiempo que se va desligando del compromiso de hacer algo efectivo por buscar una solución. Para lograr ese control de la situación, el "buenismo" le proporciona básicamente tres herramientas, las cuales si son usadas con algo de maña y pericia resultan tremendamente eficaces para conseguirlo. Por si todavía no han quedado suficientemente al descubierto, mostrémoslas una vez más:
· Una estratagema de suplantación de la
realidad, dejando
de ella solo su apariencia "correcta".
· "Mostrarse al público"
desde una tribuna que goce de reputación y prestigio, para que el crédito
que otorga su credibilidad oculte eficazmente sus endebles argumentos.
· El arte de dejar pasar el tiempo
para que poco a poco el interés colectivo se vaya debilitando, para que otros agentes
sociales entren en juego y la responsabilidad se vaya diluyendo y para que, de
paso, se multipliquen los puntos de vista y aumente la confusión.
No obstante, para ser justos deberíamos reconocer que el éxito del buenismo no depende solo de su eficacia intrínseca sino también y no en poca medida de la sociedad civil. Me refiero a su grado de compromiso con la verdad, a su nivel de "ilustración" y al desarrollo de su sentido "crítico". Una sociedad moralmente saludable se vuelve relativamente inmune a la influencia perniciosa del engaño porque la mentira le repugna tanto que se la reconoce aún viniendo embozada con las mejores intenciones. Una colectividad fuerte es aquella que ha sabido fomentar un agudo sentido crítico que le sirve para reconocer y librarse de forma casi instintiva de los farsantes, fantoches, demagogos, indocumentados y desalmados que pululan en los círculos del poder. El éxito del "buenismo" retrata con una nitidez inusitada el perfil moral de una sociedad y de una época. Si fuera algo que solo tuviera que ver con el modo de desenvolverse de los hombres públicos no me hubiera molestado siquiera en criticarlo. Pero precisamente porque nos vuelve cómplices se convierte en un síntoma de alarma al que conviene prestarle alguna atención.
Al final, la verdad (como le ocurre también a las deudas, véase la entrada "a crippling debt") siempre termina por aflorar y cuando lo hace después de una pertinaz ocultación suele venir acompañada de terribles y funestas consecuencias. Nuestra historia reciente desgraciadamente está dando buenas muestras de ello. Pero la dolorosa experiencia no debería impedirnos extraer algunas consecuencias prácticas para el futuro.