Ría del Piedras. El Rompido, Huelva 20 agosto 2012 |
El obsesivo representa en muchos aspectos la antítesis del narcisista. Pertenece a la clase de individuos que adora las reglas y reglamentos, aplicándolos sin piedad tanto a ellos mismos como a los demás aunque, podría añadirse, con diferente intensidad.
Normas, preceptos, mandamientos... son casi las únicas cosas que le inspiran seguridad y confianza. Por lo mismo, no se fían de casi nadie y tienden a ser suspicaces y maliciosos; saben por experiencia que la fidelidad a esas reglas que tanto adoran no es solo una cuestión de buena voluntad sino, sobre todo, de disciplina y sacrifico.
Los obsesivos poseen un olfato muy fino para identificar a aquellos que representan su reverso, es decir, los narcisistas, de los cuales tienen una pésima consideración.
Otro dato curioso curioso es que, a diferencia de estos últimos que como ya dijimos no se soportan ni se suelen tratar, los obsesivos sí que aprecian a otros obsesivos, probablemente porque los vean como correligionarios, personas conformes y dispuestas a someterse a la tiranía del reglamento.
En el ámbito de la conversación, al que intentaré ceñirme como hice en la entrega anterior, los obsesivos se distinguen por su rigidez mental, la cual los hace parecer menos inteligentes de lo que probablemente son. Así, cuando en una conversación intentas abrir un tema a posibilidades o puntos de vista más amplios y, tal vez, enriquecedores, percibes, en el caso favorable de que se trate de una persona educada, cómo se va retrayendo al tiempo que sus rasgos faciales van adquiriendo un viso creciente de incomodidad y malestar.
En el ámbito de la conversación, al que intentaré ceñirme como hice en la entrega anterior, los obsesivos se distinguen por su rigidez mental, la cual los hace parecer menos inteligentes de lo que probablemente son. Así, cuando en una conversación intentas abrir un tema a posibilidades o puntos de vista más amplios y, tal vez, enriquecedores, percibes, en el caso favorable de que se trate de una persona educada, cómo se va retrayendo al tiempo que sus rasgos faciales van adquiriendo un viso creciente de incomodidad y malestar.
Puedes notar cómo tus planteamientos van colisionando con los suyos y cómo, casi automáticamente, van siendo descartados y descalificados. Finalmente, te queda el consuelo de que por lo menos han sido fugazmente objeto de alguna atención por su parte, han penetrado al menos durante un instante efímero en la órbita de su conciencia y han logrado enfrentarse con los suyos, aunque al poco hayan sido derrotados. La experiencia con los narcisistas, apuntaba en la entrada anterior, resulta más frustrante porque ni siquiera te conceden esa "oportunidad": nuestros argumentos o comentarios suelen caer directamente en "saco roto".
Otras veces, al obsesivo le falta refinamiento y se muestra más expeditivo, no se corta lo más mínimo y desbarata de un plumazo tus razonamientos, apelando sin más a la supuesta fuerza incontestable de sus principios y convicciones. Por eso, decía antes, los tomamos en ocasiones por gente corta de entendederas, gente simple y al mismo tiempo, soberbia. Atesoran pocas ideas pero muy claras y desde ellas, cual aventajado altozano, se sienten capaces de dominar el mundo en derredor o al menos resistirlo. De sus razonamientos y explicaciones se desgranan frecuentes sentencias, que más bien parecen órdenes para sus interlocutores, a quienes solo les queda una de dos: asentimiento o exilio.
Los obsesivos tienden al pesimismo y muestran una morbosa querencia por los aspectos más negativos de las materias o asuntos que tocan. Les falta capacidad para imaginar un panorama u horizonte más luminoso, más positivo, más prometedor y confunden la creatividad y la originalidad con la ingenuidad o la extravagancia.
Si por desventura tenemos que convivir con un obsesivo puro, en el ámbito familiar o en el laboral (supongamos que se trata de un jefe o superior), debemos ser precavidos. La ceguera frente a todo lo que no se ajusta estrictamente a sus normas los lleva a actuar sin miramientos, con frecuencia llegando a la crueldad. No hacen excepciones y todo tiene que someterse a los dictados de sus reglas. Tampoco hacen favores, pero paradójicamente si que los piden aprovechando de paso la ocasión para recordarte el sentido del deber y de la responsabilidad, por si lo habías olvidado. No suelen mostrar compasión ni afecto en el trato y parecen siempre dispuestos a recriminarte y acusarte, hacerte sentir descarriado, vil, ruin, perverso, ignorando sistemáticamente lo mucho o poco que podría haber de nobleza, honestidad, virtud o seriedad en tus actos y decisiones, cualidades por lo visto solo al alcance de gente como ellos.
Un problema muy frecuente de los obsesivos es lo que les pasa cuando se van haciendo mayores. Habituados a un modo de pensar inflexible, con los años van perdiendo su ya de por si escasa facultad para adapatarse a los cambios, a las innovaciones, a la vida moderna. El mundo de la tecnología, de los chismes informáticos, de los telefonos inteligentes los desborda, los supera, los bloquea hasta dejarlos en una posición de desventaja manifiesta. Resulta patético verlos eludir la penosa faena de enfrentarse a ese mundo cada vez más sofisticado y menos inteligible para ellos, resistiéndose a pedir ayuda o pidiéndola a esas mismas personas a las que hasta ayer mismo tanto gustaban de menospreciar.
Pero sería injusto no reconocer innegables virtudes en esta personalidad. Frente a la autocomplacencia de los narcisistas suelen ser bastante autoexigentes. Frente a la inclinación de dirigir y mandar prefieren directamente actuar y resolver. Son también más desinteresados y menos propensos a aprovecharse de los demás, escrúpulos que no suelen darse en la personalidad narcisista. No les gusta gorronear, al contrario, son más bien ahorradores y con frecuencia son bastante tacaños para sí mismos al tiempo que generosos con los demás. Es elogiable su constancia, su fidelidad, su capacidad de compromiso y su formalidad. En resumen, resultarían unos tipos estupendos si lograsen darse cuenta de la prisión, de la jaula en la que viven encerrados, esclavizados y sometidos a un oscuro sentido del deber, abstracto y con frecuencia absurdo.
Los obsesivos tienden al pesimismo y muestran una morbosa querencia por los aspectos más negativos de las materias o asuntos que tocan. Les falta capacidad para imaginar un panorama u horizonte más luminoso, más positivo, más prometedor y confunden la creatividad y la originalidad con la ingenuidad o la extravagancia.
Si por desventura tenemos que convivir con un obsesivo puro, en el ámbito familiar o en el laboral (supongamos que se trata de un jefe o superior), debemos ser precavidos. La ceguera frente a todo lo que no se ajusta estrictamente a sus normas los lleva a actuar sin miramientos, con frecuencia llegando a la crueldad. No hacen excepciones y todo tiene que someterse a los dictados de sus reglas. Tampoco hacen favores, pero paradójicamente si que los piden aprovechando de paso la ocasión para recordarte el sentido del deber y de la responsabilidad, por si lo habías olvidado. No suelen mostrar compasión ni afecto en el trato y parecen siempre dispuestos a recriminarte y acusarte, hacerte sentir descarriado, vil, ruin, perverso, ignorando sistemáticamente lo mucho o poco que podría haber de nobleza, honestidad, virtud o seriedad en tus actos y decisiones, cualidades por lo visto solo al alcance de gente como ellos.
Un problema muy frecuente de los obsesivos es lo que les pasa cuando se van haciendo mayores. Habituados a un modo de pensar inflexible, con los años van perdiendo su ya de por si escasa facultad para adapatarse a los cambios, a las innovaciones, a la vida moderna. El mundo de la tecnología, de los chismes informáticos, de los telefonos inteligentes los desborda, los supera, los bloquea hasta dejarlos en una posición de desventaja manifiesta. Resulta patético verlos eludir la penosa faena de enfrentarse a ese mundo cada vez más sofisticado y menos inteligible para ellos, resistiéndose a pedir ayuda o pidiéndola a esas mismas personas a las que hasta ayer mismo tanto gustaban de menospreciar.
Pero sería injusto no reconocer innegables virtudes en esta personalidad. Frente a la autocomplacencia de los narcisistas suelen ser bastante autoexigentes. Frente a la inclinación de dirigir y mandar prefieren directamente actuar y resolver. Son también más desinteresados y menos propensos a aprovecharse de los demás, escrúpulos que no suelen darse en la personalidad narcisista. No les gusta gorronear, al contrario, son más bien ahorradores y con frecuencia son bastante tacaños para sí mismos al tiempo que generosos con los demás. Es elogiable su constancia, su fidelidad, su capacidad de compromiso y su formalidad. En resumen, resultarían unos tipos estupendos si lograsen darse cuenta de la prisión, de la jaula en la que viven encerrados, esclavizados y sometidos a un oscuro sentido del deber, abstracto y con frecuencia absurdo.