¿Es lo mismo "creer en Dios" que "tener fe"?
Para muchos, la respuesta sería "sí": Creer en Dios, es decir, creer que existe, que es real, que hay Dios, equivale a tener fe.
Las creencias van siempre auxiliadas por su objeto. Creer obliga a mencionar aquello en lo que creemos y da igual decir, por ejemplo: "creo en la justicia" o "tengo fe en la justicia". Sin embargo, cuando alguien simplemente declara que tiene fe no menciona el objeto de su fe, no añade "en Dios", le basta con afirmar que la tiene.
La fe, al contrario que el resto de creencias, parece ser autosuficiente. Esta curiosidad debería ponernos en la pista de que quizá se trate de una clase de creencia diferente a todas las demás. De hecho, nuestra posición al respecto es que efectivamente es así y de un modo radical: la fe es diferente a cualquier otra creencia porque no se trata de una creencia aunque a primera vista pueda parecerlo.
Algunos que se autodefinen como creyentes no están de acuerdo con nuestra posición. Para ellos, la fe sería esencialmente una creencia. A este nutrido grupo, que podríamos denominar "creyentes ideológicos", nos referiremos más adelante¹.
Los no creyentes, por su parte y en líneas generales, consideran que el objeto de la creencia religiosa es tan intangible e indemostrable que no pasa de ser una mera suposición o conjetura sin base racional. El matiz de la autosuficiencia de la fe o no lo perciben o lo pasan por alto.
Los no creyentes, por lo general, comparten estos tres supuestos:
- Primero: dar por sentado que la fe consiste básicamente en una creencia.
- Segundo: suponer que esa creencia se refiere a la existencia de Dios.
- Tercero: pensar que esa suposición es irracional.
Lo puesto y lo dado.
Pero quizá deberíamos haber empezado preguntándonos qué son las creencias y luego verificar si lo averiguado en el caso de la creencia religiosa encaja con lo que llamamos “fe”.
Entrar a fondo en la naturaleza de las creencias representa una tarea que desborda por completo la pretensión de estos apuntes. Pese a ello, resulta ineludible. Por eso habría de remitir al lector a algún texto que sí lo haga. El más accesible y claro que he encontrado es un ensayo de Ortega titulado
“Ideas y creencias” que se puede encontrar
en sus “Obras Completas” y en la Colección “El Arquero", editada por su
discípulo Paulino Garagorri en Alianza Editorial.
En resumen, lo que se explica en este ensayo es que algunas ideas individuales (en su origen, todas las ideas lo son) corren la suerte de adquirir vigencia social convirtiéndose en creencia colectiva.
La idea transformada en creencia no necesita ser sostenida porque se la toma por la misma realidad . Una creencia, como pasa con lo real, se sostiene sola y sostiene a los que la creen. En las creencias se está y en ellas, como decía san Pablo, nos movemos y somos.
Lo paradójico de todo esto es que la persona autora de la ocurrencia no creía en ella. Y no creía porque sabía que se trataba de una idea suya. Algo propio y puesto por ella, a diferencia de lo real que es lo que se encuentra ya dado y ahí.
Las creencias nos llegan del entorno, ya sea familiar, social,
geográfico o histórico, se asumen como reales sin saber ni cómo ni cuándo, pasivamente, y no se cuestionan.
Pero las
creencias -incluidas las religiosas-, como todo lo humano, fallan y con frecuencia cuando más falta hacen. En el momento de la prueba, la tierra firme se vuelve un mar de dudas.
Al tiempo que las creencias religiosas fallan sale a relucir nuestra incoherencia como creyentes, hecho que nunca pasa desapercibido para los no creyentes.
Únase a esto el hecho de que cuando alguien manifiesta que "Dios existe" no aclara nada sobre Dios, solo que cree en la existencia de Dios. Nada, por tanto, que afecte o concierna al ser divino sino al humano que hace tal declaración. Esa opacidad del objeto divino junto con aquella incoherencia explicarían en cierta medida la habitual indiferencia del no creyente hacia el testimonio verbal del creyente.
Sin embargo, otra clase de declaraciones como “tal o cual experiencia me
ha llevado a creer en Dios” ofrecería al no creyente al menos la posibilidad, si el
asunto realmente le interesa, de “buscar” en su propia vida una experiencia similar y poder así extraer sus propias conclusiones.
Dejemos ahora a un lado las creencias y fijémonos en lo que nos puede aportar el campo de la experiencia. Francisco Brentano desveló la interesante conexión que la experiencia tiene con la conciencia. Lo averiguado por este autor puede arrojar luz sobre el tema que nos ocupa: la distinción entre fe y creencia. Pero eso lo veremos en la siguiente entrada del blog.
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¹Veáse la nota a pie de página de la segunda parte de esta entrada.