9 de noviembre, 2012 |
Donde acaba la subjetividad
Franz Brentano, en su opúsculo “Sobre el origen del conocimiento moral” (véase LIBROS) define a la vivencia como un "acto psíquico". Veamos en qué consiste ese acto.
Audición, visión, dolor, esperanza, alegría, duda… son ejemplos de vivencias. Nuestro autor reparó en un matiz o cualidad constante y común a todas ellas al que denominó intencionalidad.
El término escolástico lo rescató del olvido aunque era más viejo aún pues procedía de Aristóteles¹. Su puesta al día ejerció una influencia enorme sobre la
filosofía y psicología posteriores, desde la fenomenología de su discípulo Husserl y la teoría de los valores de su también discípulo, Max Scheler hasta el psicoanálisis de Freud o el existencialismo de Heidegger y Jean-Paul Sartre.
Un acto psíquico lleva siempre consigo la actitud de un sujeto en referencia intencional a un objeto. La intencionalidad forma parte del acto pero no se aloja ni en el sujeto ni en el objeto. No es, por tanto, ni subjetiva ni objetiva. La intencionalidad reside en la referencia pero trascendiéndola porque no tiene su origen en el acto psíquico sino que proviene -y esto es decisivo- directamente de la experiencia.
Yo puedo -por la razón que sea- aceptar como verdadero algo que se que no lo es, algo que se que es falso. De la misma manera, puede agradarme algo que se que no es bueno sino malo. Las dos actitudes mías (subjetivas) pueden obviar y pasar por alto ese conocimiento (no subjetivo) pero no pueden -porque es imposible- evitar que se produzca. El motivo es simple y ya lo hemos apuntado: se trata de un saber que proviene directamente de la experiencia. El discernimiento, distinguir entre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, no es en su origen racional sino intencional, viene determinado por la experiencia.
De acuerdo, pero que tiene que ver todo esto con la fe.
La fe es direccional
La creencia activa también posee un carácter intencional, el cual conecta el acto psíquico de "creer" directamente con la experiencia de lo creído. Una creencia pasiva, en cambio, carece de tal cualidad y, por tanto, de conexión con la experiencia. La creencia pasiva, puesta a prueba, falla y se disuelve como la espuma.
A la creencia religiosa activa la llamamos fe. Aquí, "activa" no tiene nada que ver con la voluntad del sujeto piadoso. No se trata de que ese sujeto "quiera" creer de buena fe sino que su creencia está efectivamente conectada con la experiencia. La experiencia -y no la piedad subjetiva- es lo que vuelve activa, es decir, viva a la fe.
Del testimonio de alguien que tiene fe podría fiarme; del que simplemente cree, por más piadoso que sea, puedo legítimamente desconfiar. La fe se tiene pero no es nada propio sino dado. La fe no se la da el sujeto a sí mismo, de una fe de esa clase habría, repito, que desconfiar; la fe proviene de la experiencia, es dada por ella y con ella. Es, por tanto, previa a cualquier posición -positiva o negativa- del sujeto. Para saber qué es no hay otro modo que acudir a la experiencia. Lo demás es... credo.
En suma: sin fe, los credos se quedan sin fundamento y llegado el momento dramático de la duda, un momento que tarde o temprano aparece, colapsan.
¿Y dónde habita la fe? ¿En nuestra mente-corazón? La fe procede de un lugar que no es pensamiento ni razón. A ese lugar podríamos llamarlo vida, la de cada cual. Y luego, si se quiere y hasta cierto punto, podría racionalizarse. Conviene tener claro esta direccionalidad² de la fe que a menudo se interpreta justo al revés. Sin conexión con la vida, la fe está muerta y, como tal, será estéril, es decir, incapaz de ser transmitida, contagiada, a otros.
Si no somos capaces de contagiar la fe, nuestras creencias tampoco lo lograrán -al menos por mucho tiempo- por atractivas que parezcan. Se trata menos de convencer como de ser convincentes. El convencimiento no es ya asunto nuestro sino de cada cual.
"Ver" lo que pasa
Dejemos, pues, que la experiencia haga su trabajo. Démosle nuestra confianza. Corramos el riesgo. A ver qué pasa. A ver qué sale. Porque si resulta que la experiencia es real y no se trata de una ilusión, seguro que algo pasará, seguro que en algún momento nos mostrará un horizonte insospechado, un paisaje por explorar, un mundo nuevo³.
Libertad y fe van de la mano
Libertad y fe van de la mano
La clave radica no tanto en entender (conocimiento, razón) como en decidir (voluntad). Se trata, en definitiva, de una decisión personal. Si me abro, comienza la aventura de la fe, si no lo hago, me quedo para siempre en el mundo de las ideas y las creencias (filosofía, religión). Esta diferencia me parece decisiva porque deja claro que para la fe la libertad es imprescindible.
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¹Se han vertido ríos de tinta sobre este concepto de la intencionalidad rescatado por Brentano. La impresión que me ha producido lo leído es que la mayoría de los "expertos" no la han entendido. Lo cual no debería extrañarme. La misma Teoría de los Valores, desarrollada por algunos discípulos del autor, es una prueba de la deficiente comprensión de la intencionalidad.
²En ocasiones he oído hablar a alguien de su fe -por ejemplo, cristiana- como si de una ideología se tratara. Para esa persona, la fe ha sido el resultado de la adhesión a un mensaje que le parecía muy atrayente. Esta frase podría resumir su argumentación: "Tengo fe porque tal o cual mensaje me ha convencido, seducido, etc." En mi opinión, la fe funciona preferentemente en la dirección contraria. Primero se tiene -acaso sin saberlo todavía- y luego, esa misma fe (vacía de todo contenido ideológico o racional) hace que tal o cual mensaje atraiga y seduzca. El matiz puede parecer superfluo pero no lo es en absoluto. En mi caso, con los creyentes "ideológicos" apenas he podido compartir alguna experiencia "de fe".
El carácter direccional de la fe la libera de cualquier interpretación fideísta. La fe no se opone a la razón ni la considera irrelevante, como creen los fideístas. El fideísmo probablemente sea otra forma de "fe" ideológica.
³“El que estaba
sentado en el trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas”. Apocalipsis 21,5.