Las cosas y las personas. A propósito de "360. Juego de destinos".


Tánger, jardines del hotel El Minzah, sábado 29 de junio, 2013

El otro día fuimos a ver "360. Juego de destinos". Acudimos al cine atraídos por su reparto de lujo (Raquel Weisz, Anthony Hopkins, Ben Foster, Jude Law...) y sin hacer más indagaciones. El riesgo, sin embargo, mereció la pena: la película era estupenda.

Su  tema tenía algo o mucho que ver, en mi opinión, con la incomunicación entre las personas, asunto demasiado general o vago pero que Fernando Meirelles (1955, Sao Paulo; "Ciudad de Dios", "El jardinero fiel") vuelve muy concreto, no enredándose en las múltiples facetas que pudiera ofrecer, como por ejemplo las diferencias generacionales, culturales o de género y yendo directo a lo que más se ve afectado por ella: la convivencia, en especial aunque no exclusivamente, la de las parejas.

Las postales de capitales europeas que contempla el espectador -Viena, París, Londres, Berlín- y otras de EEUU o Brasil, no funcionan simplemente como background, también le muestran un mundo actual, maravillosamente interconectado y próximo para los asuntos comerciales y de negocios, pero que aleja paradójicamente a las personas entre sí.

Jornadas de trabajo interminables, viajes continuos, competitividad, objetivos... : nada de esto contribuye a fortalecer los vínculos de una relación sentimental. La película, no obstante, huye del tópico de señalar únicamente a esas circunstancias externas como las culpables y explora el papel que juegan las decisiones que libremente toman los personajes. Con frecuencia son ellos mismos los que deciden aislarse de los demás y, en especial, de quienes más quieren. Decisiones que traen inevitablemente consigo el distanciamiento. Primero se aislan en la burbuja de su mundo privado de intereses, proyectos y valores no compartidos; se encierran en sus metas y obsesiones "particulares" y luego sobreviene poco a poco el silencio, la incomunicación. En la cinta se sigue el rastro a algunos de los "síntomas" o manifestaciones de ese lento "suicidio" sentimental: alcoholismo, infidelidadpromiscuidad... Y deja claro que nadie es inmune a ellos.

Los personajes no parecen darse cuenta de algo muy importante: su retraimiento marca también el destino de las personas que aman. Estamos más interconectados, también en lo personal, de lo que a primera vista cabría suponer. Nuestra trayectoria afecta directamente a la de los demás, particularmente la de nuestros seres más queridos, aquellos que comparten nuestro destino. En ocasiones, ello les supone quedarse tirados en la cuneta o a la deriva; otras, sentirse perplejos, frustrados, abandonados, solos...

No permitir que el hilo de la comunicación se rompa es lo único que puede salvarlos. El silencio, por contra, los va empujando al desencuentro irreversible y definitivo.

En algunos momentos, la cinta me recordó aquella otra de Alejandro González Iñárritu, "Babel" (2006), por el reparto estelar y por los saltos geograficos (Marruecos, México, EEUU, Japón). También en ella se producía un "juego de destinos". Pero había algo más que eché de menos en esta película: el excelente acompañamiento musical de su banda sonora, compuesta por Gustavo Santaolalla.