El desván oscuro. Una mirada a Freud (II).


Asilah, sábado 29 de junio de 2013

La psique humana podría ser comparada con una casa de tres plantas. El yo se reserva para sí la mejor de las tres, la principal, la única que posee ventanas hacia el mundo exterior, aperturas por las que entran la luz, los ruidos y el viento fresco de lo real. Pero también con muros que lo cobijan y protegen de la peligrosa intemperie, muros que no serían sino sus instintos de conservación, los instintos del yo.

El yo busca constantemente realizar y satisfacer sus deseos, en esto no descansa nunca. De hecho, no sabe hacer otra cosa. Para el yo, vivir consiste solo en eso, en "desear y realizar lo deseado". No entremos en el carácter apropiado o inapropiada, correcto o incorrecto, moralmente aceptable o inaceptable, de lo que desea. Eso es otro asunto. Lo cierto, según Freud, es que el yo funciona de esa manera tan simple. 

Sin embargo, lo que obtiene con frecuencia en lugar de la realización de sus pretensiones es un choque con la realidad, ahora contemplada bajo la forma de "obstáculo", "impedimento" o "limitación". En suma, como contra-yo. Este inesperado contratiempo le genera un estado de ánimo conocido como frustración

Por otro lado, cuando la realización de un deseo pone en peligro la integridad o supervivencia del yo, éste "fabrica" una curioso estado emocional llamado angustia, que le sirve para identificarlo como una amenaza. Decíamos antes que la realidad puede presentarse bajo la forma de "impedimento" o contra-yo; ahora añadimos que también como amenaza. Vista así, el deseo deja de ser algo apetecible para convertirse en contraproducente e inapropiado. Desposeído de su fuerza, es neutralizado y enviado sin apenas gasto psíquico al desván oscuro de la planta de abajo. 

Con todo, muchos deseos no son descartados definitivamente sino simplemente aplazados, dejados allí provisionalmente hasta que las circunstancias cambien y se vuelvan más propicias, entonces se les permite acceder de nuevo a la planta principal, a la conciencia. A la zona del desván que conserva el permiso (condicionado) de acceso a la conciencia, Freud la llamó preconsciente. P

Por contra, deseos e impulsos completamente inapropiados e inmaduros, son arrojados a otra zona del desván mucho más oscura, una zona de la que nunca más podrán salir. Esas víctimas de la represión, constituyen el contenido principal del inconsciente.

En la planta de abajo, en el desván oscuro, sin aperturas que conecten con lo de afuera, habita el ello, ciego y sordo para el mundo exterior. 

En el desván oscuro, el tiempo no pasa, ni existe el envejecimiento. Por eso, el ello es perennemente inmaduro y primitivoEl ello solo tiene conocimiento de si mismo, solo se importa a sí mismo. Ignora el peligro de lo real. Por lo mismo, y a diferencia del yo, no sabe lo que es el miedo ni la angustia y no le preocupa lo más mínimo la supervivencia. Como no sufre el desgaste que acarrea la erosión de lo real, su energía psíquica no se consume ni se gasta permaneciendo intacta. 

El yo ha tenido que aprender a protegerse de la poderosa y seductora pero también nociva y peligrosa influencia del ello, reprimiendo sus violentos empellones (véase la entrada anterior sobre Pan representando al ello, Siringa al yo y la decisión adoptada por los dioses, al superyo, el habitante de la planta superior, como más adelante veremos). Cuando lo consigue pero de un modo parcial o defectuoso, el sujeto queda expuesto a la neurosis, se convierte en la flauta de Pan. Cuando fracasa, el yo es tragado por ese mundo oscuro y termina en el abismo de la psicosis.

Todas estas cosas las averigüe leyendo la obra de Freud cuando era estudiante de Medicina y me interesaba por la Psicología Clínica y la Psiquiatría. Luego dirigí mi actividad por otro camino. Ahora, después de tantos años, quizá lo que resulta más interesante para mí de todo esto sea el genial descubrimiento de Freud de que los procesos psíquicos son inconscientes o, al menos, preconscientes y que solo una parte relativamente pequeña de nuestra actividad psíquica, de nuestro pensamiento, es consciente. Esto quiere decir, por lo pronto, que cuando una "idea" (en su sentido más amplio) se vuelve consciente ya ha sido "pensada" (y vivida) por el sujeto en su inconsciente. Por tanto, que nuestras decisiones conscientes se han fraguado antes en el inconsciente y luego sufren un proceso de elaboración por parte del pensamiento consciente y racional, el cual tiene que comprenderlas, es decir, darles o encontrarles algún sentido

El hallazgo constituye otra prueba de que la conciencia abarca más que el pensamiento racional. Este hecho fue brillantemente recreado en la trilogía Matrix durante los diálogos de Neo con "El Oráculo" y "El Arquitecto" ("Matrix reloaded"). Las máquinas  -que no podían acceder al inconsciente de Neo, precisamente porque constituía su parte irracional- sospechaban que era en esa parte donde se originaba la "anomalía" que acababa volviendo inestable todo el sistema. Sus cálculos se basaban en un análisis de probabilidades en torno a cada decisión humana "consciente" pero el factor inconsciente escapaba por completo a su control y aportaban un margen de error a la predicción. 

En el inconsciente irracional de Neo estaba la clave. Al final, esa parte escondida (no necesariamente, reprimida) resultó decisiva para salvar a la humanidad. De haber sido Neo un ente racional habría sucumbido al dominio absoluto de la inteligencia artificial y la tiranía "racional" de las máquinas.