Panteón de Agrippa, Roma 8 de agosto, 2013
En la
planta superior de la casa habita la tercera instancia psíquica: el superyo. ¿Y quién es ese caballero? La respuesta podría ser "nadie" aunque para ser nadie desempeña una función decisiva.
El superyo representa el principio de autoridad social y actúa a través de la figura paterna interiorizada. Como auténtica autoridad está dotado de fuerza coercitiva, la cual ejerce a través de prohibiciones.
El superyo posee el poder represor de lo colectivo actuando desde dentro, socializando al individuo para que no se convierta en una amenaza para la comunidad. En suma, es la instancia psíquica que nos domestica, volviéndonos aptos para la convivencia dentro de la familia, del clan, de la tribu.... Bien visto, su papel no dista mucho del representado por los instintos de supervivencia solo que buscando ahora la conservación del yo dentro del grupo, de la comunidad. Por eso, el yo lo tolera y se muestra hasta cierto punto sumiso ya que, en el fondo, sabe que no hace otra cosa que servirlo.
Museos vaticanos, Roma 9 de agosto, 2013
El superyo comparte con el ello algunas características comunes. Ambos
tienen su origen en el pasado.
En el caso del ello, la fuerza de los instintos viene con el nacimiento. Se trata de una fuerza primitiva, ciega y brutal, que no respeta nada para alcanzar su satisfacción.
El superyo, en cambio, se alimenta de otra clase de fuerza: la del tabú, la prohibición y la coerción del grupo sobre el individuo desde el origen de la organización social.
Ambos también comparten una idéntica insensibilidad frente a las circunstancias reales en las que tiene que desenvolverse el yo. El superyo, como si de un eficiente fiscal se tratara, recela y
desconfía sistemáticamente del yo, al que considera demasiado débil y peligrosamente vulnerable a las exigencias del ello. Para el habitante de la planta superior, el yo es presuntamente culpable y alimenta en él permanentemente el sentimiento de culpa
y la necesidad de expiación. Si el ello desconoce la angustia del yo, el superyo, en cambio,
la estimula y propicia, erigiéndose como eficaz freno y contrapeso del primero. Un yo débil será especialmente vulnerable al
influjo de ambas instancias: por una parte se sentirá inclinado a la sensualidad y al
placer pero por otra arrastrará un sentimiento de culpa que le llevará a pasarse la
vida intentando expiar sus "faltas". Ese yo es el preferido de muchas religiones.
Puente sobre el Tíber, Roma 8 de agosto, 2013 |
En la conexión del yo con el mundo exterior, presente y actual, se halla la clave de la salud psíquica. Un yo fuerte no se dejará dominar por el ello ni por el superyo. Ambos, repito, representan el poder del pasado y "tiran" del yo hacia atrás, hacia lo humano que habita en nosotros sin ser nosotros pero con lo que tenemos que contar nos guste o no porque forma parte de nosotros. Un yo fuerte es el que aprende a convivir con ambas instancias psíquicas sin ceder el control a ninguna de ellas.
Laocoonte y sus hijos. Museos vaticanos, 9 agosto, 2013 |
Por último, me gustaría dejar clara una cosa en relación a lo que Freud quería enseñarnos con su conocido "aparato psíquico" o como yo lo llamo, con la "casa de tres plantas": El yo real no es ningún yo "psíquico" sino un yo "viviente". Las instancias psíquicas que acabamos de describir solo son "explicaciones" que ayudan a entender lo que le pasa. En una palabra, pura teoría.
Cúpula del Panteón de Agrippa. Roma, 8 de agosto, 2013 |