Apuntes de historia de España: el siglo XIX (III)


Siena, 16 de agosto de 2013 Fiesta del Palio

El Estado Isabelino, 25 años que cambiaron la historia de España (continuación)

Sin embargo, pese a la transformación experimentada seguía habiendo importantes debilidades estructurales. Empezando por la misma élite socioeconómica que no superaba en 1870 las 8000 personas, integrada por hombres de negocio emprendedores pero también por aristócratas reciclados a banquero o empresario, militares de alto rango, altos cargos de la administración, profesionales de éxito y rentistas que poco contribuían al progreso y al cambio que se estaba experimentando. 

La agricultura seguía ofreciendo una baja productividad por hectárea, con el latifundio muy extendido en regiones como Andalucía y Extremadura. 

La industria dependía en exceso del capital y la tecnología extranjeros y de la protección arancelaria. El despegue de la siderurgia no se produjo hasta la década de los 80, con la industrialización de Vizcaya. 

El sector bancario era débil y propenso a las crisis, algunas graves.

España era un país relativamente extenso para su escasa población, mal comunicado y con un estado que contaba con recursos escasos para vertebrarla territorialmente, ello favoreció la usurpación de muchas de sus obligaciones por el clientelismo y el patronazgo


Con todo, el éxito de aquel régimen fue indudable y la población española creció en más de 2 millones en 20 años, pasando de 13.300.000 habitantes en 1840 a 15.600.000 en 1860 pese a alguna epidemia terrible, como la del cólera en el verano de 1854 que se prolongó hasta 1856 y se llevó por delante la vida de al menos 200.000 personas. Resulta sorprendente comprobar, mientras la tragedia se cernía sobre la población, 
cómo los políticos no cejaban en sus actividades conspiratorias: pronunciamiento de Vicálvaro (O'Donnell, junio 1854), Manifiesto de Manzanares (julio 1854, redactado por Cánovas del Castillo pero firmado por O'Donnell).

Comparativamente con lo que estaba ocurriendo en otros países de nuestro entorno europeo, España seguía pareciendo un país más atrasado pero habría que considerar también la grave crisis histórica de la que se venía y de la que se empezaba ahora a salir (véase la primera parte de estos apuntes). Lo que si llamaba la atención era la coexistencia de dos realidades sociales. Por un lado estaba la España tradicional, estancada y rural. Era la España pintoresca de los románticos, poblada de contrabandistas y bandoleros (véase lo escrito más arriba sobre el impacto negativo que supuso para la población pobre rural la desamortización civil). Por otro la emergencia de lo que Ortega denominaría después “islas de modernidad”: ciudades dinámicas de economía moderna y capitalista, con sus clases medias, pequeña burguesía y clases populares, espléndidamente retratadas por Galdós.

Al final del período, la prosperidad económica y la modernización llevaron a España a reaparecer fugazmente en la escena internacional con la guerra de Marruecos (1859-1860) durante el gobierno de O’Donnell y la Unión Liberal.

En resumen, si tuviera que escoger dos palabras para retratar al Estado Isabelino las más sobresalientes serían enriquecimiento y modernización





Pero como lo bueno nunca lo es para siempre, en la década de los 60 sobrevino la crisis y con ella, lo que fue tal vez peor: una pésima gestión política de la misma. La guerra de Marruecos fue en parte un intento de los políticos de ocultarla desviando la atención de lo que se venía encima. Los estudiantes en 1865 tomaron las calles de Madrid y se produjo un trágico choque con la policía en la Puerta del Sol (noche de San Daniel). Ese mismo año, los obreros celebraron su primer congreso. Al año siguiente, otro derramamiento de sangre por la represión de la sublevación de los sargentos, en el cuartel de San Gil. 

El desgastado Narváez volvió a tomar las riendas del poder pero los progresistas, empujados fuera del sistema por un régimen excluyente y manipulador, ahora reconvertidos en demócratas y republicanos, dieron paso a una nueva generación de líderes (Prim, Sagasta) dispuestos a acabar con  el moderantismo y derrocar la monarquía (conjuración de Ostende). El azar quiso que los dos pilares que sostenían a la monarquía, Narváez y O’Donnell desaparecieran del escenario político (murieron casi a la vez) dejando la vía libre a la sublevación. Los generales Prim y Serrano, otrora favoritos de la reina, auxiliados por la escuadra del almirante Topete, fondeada en Cádiz y las guarniciones de Andalucía dieron el golpe definitivo sin apenas resistencia (choque del puente de Alcolea, cerca de Córdoba). La reina Isabel que veraneaba en San Sebastián partió con el favorito de turno para Francia (septiembre de 1868).