Tres meses sin volcar nada en el blog parecen demasiado tiempo, puede que ya no eche de menos el vértigo que sentía cuando escribía sobre cosas "irrelevantes". Tal vez, mi desgana literaria revele algo más que cansancio. Puede que sea el síntoma de un cambio. La vida es cambio, por eso, quizá lo interesante sea descubrir el cómo y el porqué de ese cambio. He visitado lugares diferentes, leído libros nuevos, conocido a gente... Pero casi nada ha logrado despertar la inspiración, lo cual me resulta verdaderamente curioso...
El "espíritu" de la mundanidad
Un ejemplo: "La gran belleza" (sin duda la mejor película que he visto en lo que va de año junto a "Inside Llewyn Davis") y los temas de su exquisita banda sonora: "The lamb" (The Quodlibet Singers), "My Heart's in the Highlands" (Arvo Pärt) y especialmente "The Beatitudes" (Kronos Quartet ). Oír tan sublime acompañamiento musical a la par que "respiraba" su mundanidad me resultó agradablemente chocante. Aunque para chocante, la primera escena, síntesis perfecta de lo que Paolo Sorrentino desarrollará después: aquella de los turistas japoneses contemplando desde el belvedere a la "ciudad eterna". Uno de ellos, en el instante que dispara su foto, sufre un ataque al corazón y se muere. Aquel desdichado viajero deseaba "inmortalizar" un momento irrepetible dejándolo grabado en la tarjeta de memoria de su cámara; prefirió "guardar" ese instante para disfrutarlo más tarde. Pero ya no hubo ningún tiempo "más tarde" para él. Había consumido el tiempo de ese instante dejando la vida para luego..., para un después tan inseguro como incierto. En algunos momentos, el protagonista de la película (interpretado por Toni Servillo) hace una reflexión parecida refiriéndose al tan absurda como inveterada actitud humana de malgastar los días "haciendo proyectos" cuando aún se es joven y luego, "mirando hacia atrás", cuando se ha dejado de serlo.
¿Decrepitud o quijotismo?
Y a propósito del paso del tiempo, tampoco he hecho referencia alguna al último trabajo, en blanco y negro, de Alexander Payne: "Nebraska". Una película que me hizo reflexionar sobre lo que nos hace envejecer y preguntarme si se trataría del simple desgaste biológico, la decadencia física y mental, la merma irreversible e inevitable de facultades o hay algo más. Contemplando la triste figura del protagonista de la historia, Woody Grant, próximo a la demencia, el dilema parecía zanjado a favor de esa suposición. Pero había algo en su hermetismo imperturbable que me invitaba a mirar adentro (inside), a los jirones que le habían dejado en su existencia tantos desengaños, desilusiones y fracasos en lo sentimental, en lo familiar, en lo profesional... Y fue entonces cuando pude encontrar algo que aún palpitaba detrás de su resignada claudicación, algo que nada tiene que ver con la decrepitud sino más bien con el espíritu del enjuto caballero manchego don Quijote, que parecía retornar, una vez más, como si de un periplo cíclico e interminable se tratara, trayendo consigo su más doliente confesión:
"podrán los encantadores quitarme la ventura
pero el esfuerzo y el ánimo es imposible".
También merecería alguna reseña "Enemy" de Denis Villeneuve (adaptación libre de la novela de
Saramago “El hombre duplicado”), película a la que acudí atraído por la favorable impresión que me causó su trabajo anterior y al que dediqué una entrada del blog: "Prisioneros". La historia de un hombre que toma la curiosa decisión de vivir ¡dos vidas! distintas, inconexas y, en muchos aspectos, opuestas; algo solo posible, quizá, en los sueños pero que el personaje lleva a la vida diurna. Puede que la misteriosa y sobrecogedora araña que aparece en algunos momentos aluda a ese mundo onírico e inconsciente. Y tal vez, el papel de testigo silencioso de su mujer y la extraña complicidad de su madre, apunten también hacia esa dirección. Al final, acabé preguntándome cuál de las dos vidas sería la auténtica y cuál la de ficción. ¿O deberían las dos ser consideradas auténticas? Mi impresión al final de la peli, a diferencia de "Prisioneros", fue la de perplejidad y falta de claridad suficiente para poder aventurar siquiera una conclusión satisfactoria. Desliar la madeja de ideas me llevaría, como mínimo, volver a ver la película y eso si que sería para pensármelo.