Kant y la crisis del idealismo (I).



¿Qué quiere decir Kant cuando afirma que el ser de las cosas no es real sino trascendental?

Según la tesis realista desde Parménides (s. V a.C.) las cosas existen, es decir, las hay fuera del pensamiento. El ser reside en ellas. El conocimiento de las cosas o entes es trascendente. Esta fue la posición de la Antigüedad, una posición que se mantuvo firme y sin fisuras hasta la Edad Moderna, justo hasta que Descartes la desmontara para sustituirla por la tesis idealista

Veintidós siglos después, en plena Edad Moderna, nos encontramos con Descartes (s. XVII) poniendo en jaque la tesis realista y  declarando que el ser absoluto, aquel del que no cabe ninguna duda, no reside en las cosas sino en el pensamiento. El ser de la tesis realista -el ser que reside en la cosas- es solo una hipótesis, una conjetura, un ser posible, pero "el ser posible" no es "el ser absoluto".  La verdad sobre la realidad de las cosas es menos segura que la verdad sobre la realidad del pensamiento. De la primera puedo dudar, la segunda, en cambio, es indubitable. De lo cual resulta que el ser no está ahora fuera del pensamiento, es decir, en las cosas, sino en el propio pensamiento. 

El conocimiento ya no es trascendente, al contrario, es inmanente, lo que, por otra parte, viene a significar que sólo conocemos nuestras propias ideas.

Kanten el s. XVIII, aun asumiendo la tesis idealista no se queda del todo satisfecho y matiza: las ideas son pensamiento pero pensamiento de algo que no lo es: las cosas. Las ideas son ideas de las cosas. Por tanto, cuando las conozco no sólo conozco algo propio sino también algo que no lo es y pertenece a aquellas. 

El conocimiento no lo es únicamente de ideas (inmanente) como suponía hasta la fecha el idealismo, ni tampoco, como creía el realismo antiguo y medieval, de las cosas dadas a mí de forma independiente (trascendente). El conocimiento solo en parte es inmanente, como solo en parte es trascendente. Para explicar este modo o forma suya de ser, Kant acuño el término trascendental

Trascendental significa "conocimiento de las cosas en mi pensamiento". Usando este término, Kant quiere hacer ver que la cosa en el pensamiento es algo más que mi idea sobre ella y, al mismo tiempo, diferente también de la cosa en sí. Por lo mismo, prefiere llamar a la cosa en el pensamiento fenómeno (lo que se muestra o aparece en el pensamiento). La cosa en sí, la real, queda siempre fuera del alcance del conocimiento. 





La crítica kantiana no pretendía desmontar la tesis idealista, al contrario, su propósito era mejorarla ampliando el ámbito del pensamiento más allá de la subjetividad del sujeto pensante: lo puesto por el sujeto, sus ideas, va siempre acompañado por algo no puesto sino dado, algo no subjetivo sino objetivo: las cosas o fenómenos. 

Kant lo deja ahí. No va más allá, no profundiza en la cualidad trascendental que acaba de descubrir. Un hecho que pone de manifiesto, una vez más, el escaso interés de los filósofos después de Aristóteles por la metafísica que se extiende a la edad moderna e incluso a nuestra época, como se aprecia en la obra de Husserl.

A Kant lo que de verdad le interesa no es la pregunta por el ser -qué es el ser o por qué hay ser- sino de qué manera puede ser conocido. No se ocupa del qué ni del porqué sino del cómo. 

El desinterés metafísico del Renacimiento fue creciendo a medida que crecía el interés por la nuova scienza de Galileo. Y con la Edad Moderna lo que interesará ya será el conocimiento mismo. 

Kant tiene claro que el ser en sí no queda a su alcance porque trasciende el pensamiento. De ahí que la pregunta que se formule no sea "¿qué son las cosas?" sino esta otra: "¿cómo deben ser para que yo pueda conocerlas?". Lo que busca no es tanto hallar la verdad (saber lo que las cosas son) como estar seguro, esto es, no equivocarse. 

Conocer es renunciar. El primero en darse cuenta fue el monje franciscano Guillermo de Ockam (s. XIV). Y por este motivo, se le considera el precursor de la modernidad. Aunque muchos no están de acuerdo y prefieren al dominico Eckhart

A Ockam le corresponde el gran mérito de descubrir el carácter simbólico del pensamiento. Su averiguación hizo despertar en París el interés por las matemáticas, lenguaje con el que luego se expresará la ciencia moderna. 

Eckhart, en cambio, se interesó por el polo trascendente de la realidad, aquel que es puro misterio para el pensamiento. En Eckart no hay renuncia, todo lo contrario, hay audacia, empeño por "abrirse" a lo trascendente. Y esto, en nuestra opinión, es lo que convierte su figura en absolutamente moderna ya en el siglo XIV.

El cambio de mentalidad se consolidó durante la Ilustración, período en el que vemos a la razón pura, convertida en juez inapelable, dictar sentencias sobre cómo debe ser la realidad, y al hombre moderno sintiéndose seguro únicamente cuando cree tener razón. El hombre de nuestro tiempo, en cambio, empieza a poner esa actitud en entredicho. Es más, abriga la sospecha de que muchas de las cosas terribles que le han pasado en la última centuria han sido consecuencia de haber creído a pie juntillas los dogmas del racionalismo.

El occidental vuelve a dudar y no es la primera vez que lo hace, también le ocurrió en el Renacimiento. Pero ahora lo que no tiene claro es si debe confiar, como hizo entonces, en la razón pura, una razón que lo sacó de su tremenda crisis pero que luego ha mostrado una manifiesta incompetencia para comprender su propia vida. El occidental empieza a vislumbrar que tiene que explorar otro modo de razonar más perspicaz, que le sirva para solucionar los problemas que la vida le plantea.

Nos consideramos posmodernos, pero lo cierto es que aún estamos lejos de haber dejado la modernidad atrás, prueba de ello es que el idealismo -y su secuela, las ideologías- sigue gozando de bastante crédito. Con todo, puede afirmarse que la modernidad ha entrado en crisis en nuestro tiempo. El hombre no da el paso de abandonar una posición tan firme, como efectivamente es la idealista, si no presiente desde alguna parte recóndita de su ser que se trata de un error. Lo mejor de nuestra cultura, me refiero a la auténtica, no a la aparente ni a la "oficial", muestra indicios de consistencia creciente de un esfuerzo real por alcanzar una nueva tierra firme. Asistimos a la aurora de una edad nueva cuyo perfil (social, político, intelectual, religioso) en el horizonte muy pocos vislumbran todavía.

Kant, sin duda, fue un antecesor de estos pioneros, abriendo la mente occidental al cambio. Aunque nada puede asegurarnos que ese cambio se consolide.