La filosofía del período helenístico y romano (I)


Ruta de la lavanda, Sault  (Provenza, Francia), 13 de agosto de 2014


En las próximas entradas me gustaría asomarme al mundo antiguo, concretamente a Grecia y Roma en la época histórica en que irrumpió el cristianismo. Con "El siglo de Jesús de Nazaret" realicé una primera incursión (véanse las entradas correspondientes de 2012) circunscrita a los aspectos políticos y la vida religiosa del país de los judíos. Ahora lo que pretendo es sumergirme en el mundo helenístico y romano y respirar la "atmósfera cultural" de entonces. Pasaré revista de las tendencias ideológicas que alcanzaron mayor vigencia en aquella sociedad e intentaré reflejar el influjo que ejercieron sobre el cristianismo en su hora germinal, influjo que por increíble que parezca ha perdurado hasta nuestro días constituyendo, en mi opinión, un lastre nada desdeñable. 

Tal abordaje creo que me será útil para reflejar la justa "protesta" contra tal influjo que nunca ha dejado de ser expresada, de un modo u otro, por los "pensadores" cristianos más agudos, originales y coherentes, y para señalar al mismo tiempo lo provechoso que podría ser para los cristianos actuales "comprender" el porqué de esa reacción, a menudo considerada ¡qué tremenda paradoja! como una desviación de la ortodoxia, cuando no, una auténtica herejía.


Ideas clave: Progresivo desinterés por la metafísica (pensamiento teórico); atención preferente a las cuestiones éticas (pensamiento práctico); filosofía entendida como modo de vida.



El pensamiento de Socrátes tuvo una continuidad histórica en la llamada tradición socrática, la cual discurrió por dos derroteros o líneas de reflexión diferentes: la teórica o metafísica representada por Platón y Aristóteles y la práctica, más preocupada por los asuntos morales y de fijar el ideal del sabio


Tras la muerte de Aristóteles, el interés por la metafísica decayó rápidamente, quedando reducido a una labor de comentario y recopilación de la brillante producción intelectual anterior. Una “apatía” y falta de originalidad que se prolongaría hasta el final de la antigüedad. La línea práctica o “humanista”, sin embargo, si que logró bastante reconocimiento, gracias sobre todo al éxito y expansión de las escuelasmorales” cuyo auge duró al menos hasta finales del siglo II de nuestra era. Mientras Platón y Aristóteles aspiraban al conocimiento (ciencia) de lo que las cosas son movidos por la necesidad de estar en la verdad, estas otras ramas del pensamiento -digamos, más "elegante" que riguroso- orientarán la filosofía hacia la búsqueda racional de la felicidad (Epicuro), o la verán como un arte encaminado a regir la vida (estoicismo).




Gordes, Provenza (Francia), 13 de agosto, 2014

Cínicos

Antístenes, discípulo de Sócrates, fundó un gimnasio en la plaza del Perro ágil, de ahí el apodo de sus adeptos: cínicos (perrunos); el más famoso de ellos fue Diógenes.

Vivir en sociedad consigo mismo era la aspiración del cínico. Su ideal preconiza la indiferencia hacia la familia, la polis y la cultura. Un ideal que lleva a no sentirse de ninguna parte (cosmopolitismo) ni mostrar apego por nada que sea convencional o que pueda menoscabar la independencia y tranquilidad. Se desprecia el bienestar, la riqueza, el placer, el amor... 

Durante el período helenístico, el mundo griego se llenó de estos trotamundos con aspecto de mendigo, ínfula de sabio y aire solemne. Con un "look" que nos recuerda a los hippies de los sesenta, recorrían aldeas y ciudades arengando a la gente con un discurso "antisistema".


Abadía de Sénanque, Gordes (Provenza, Francia)

Cirenaicos

La escuela cirenaica fue fundada por Aristipo de Cirene. Su ideal se basaba en un calculado hedonismo: placer sí, pero sin consentir que nos domine. Sabio es aquel que es dueño de sí y no se deja arrastrar por la pasión. Se trata de una actitud vital aparentemente opuesta a la del cínico porque cultiva el placer, pero reconoce que el placer sin control se vuelve desagradable y altera

En el fondo, ambas escuelas persiguen lo mismo: lograr la independencia y la imperturbabilidad, siendo secundario el modo como lo alcancen: por la vía del ascetismo o por la del placer moderado.