Atardecer en la Sierra de las Nieves, 29 agosto 2014 |
Epicureísmo
En el 366 a.C. una nueva escuela vió la luz en Atenas: el Jardín de Epicuro. Cosechó tal éxito que tras la muerte del maestro llegó a considerarse casi como una religión, primero en Grecia y luego también en Roma. La doctrina de Epicuro se halla expuesta en el poema de Tito Lucrecio Caro (s. I a.C.), De rerum natura.
La física de Epicuro es materialista y se basa en la teoría de los átomos de Demócrito. Todo, incluso los dioses, tiene una base “material” atómica y funciona como un mecanismo, sin finalidad ni intervención de los dioses.
El placer nos indica aquello que encaja con nuestra naturaleza por eso es el auténtico bien mientras que el malestar señala aquello que la desagrada y repele. Los placeres sensuales y las pasiones quedan fuera de esta ética, la cual se refiere al placer puro (no mezclado con el dolor o el asco), duradero y estable. Un placer que no domine al hombre, le robe la libertad o lo altere.
El sabio es el hombre tranquilo, moderado y equilibrado. Nada puede perturbarlo: ni la adversidad, ni el dolor ni la perspectiva de la muerte. Epicuro soportó el sufrimiento terrible de su enfermedad sin perder el buen humor. En su afable resignación coincidía con el estoico.
Aunque el desinterés por lo público sea aún más acusado que en el estoicismo también aquí resulta evidente lo que apuntábamos sobre cínicos y cirenaicos, aquella coincidencia de fondo: el estoico busca la virtud, el epicuro el placer, pero ambos comparten un mismo estilo de vida caracterizado por la suficiencia, bastarse a sí mismo, y la imperturbabilidad, no alterarse por nada. No deja de sorprender que tal coincidencia se repita una y otra vez hasta el crepúsculo del mundo antiguo.
Aunque el desinterés por lo público sea aún más acusado que en el estoicismo también aquí resulta evidente lo que apuntábamos sobre cínicos y cirenaicos, aquella coincidencia de fondo: el estoico busca la virtud, el epicuro el placer, pero ambos comparten un mismo estilo de vida caracterizado por la suficiencia, bastarse a sí mismo, y la imperturbabilidad, no alterarse por nada. No deja de sorprender que tal coincidencia se repita una y otra vez hasta el crepúsculo del mundo antiguo.
La apatía y desinterés por la metafísica de los filósofos en el período que siguió a la muerte de Aristóteles quedaron reflejadas, por ejemplo, en el escepticismo: la pluralidad de teorías y opiniones revela que la verdad no se deja alcanzar por la razón; y en el eclecticismo: la verdad es asequible pero siempre de forma parcial, siendo necesaria una visión de conjunto que concilie las aparentes divergencias.
Cicerón, Plutarco y Filón de Alejandría fueron eclécticos y sus escritos un pesado material de erudición.
Neoplatonismo
Hay una jerarquía ontológica o grados del ser. La plenitud se halla en el Uno que se identifica también con el Bien y la Divinidad. Todo lo demás procede por emanación (o difusión) de este principio. En primer lugar, el noûs, imagen o reflejo del Uno y ámbito del espíritu y las ideas. En segundo lugar, el alma, reflejo a su vez del noûs. El grado mínimo del ser es la materia, lo indeterminado, lo que casi no es. El alma busca reflejarse en el nôus y liberarse de la materia pero recae una y otra vez en ella (reencarnación, transmigración). En el éxtasis el alma se libera del cuerpo y se funde con el Uno, la divinidad. La belleza es la apariencia de las ideas, en lo bello el mundo suprasensible se revela en forma sensible.
El mundo procede del Uno por emanación (no de la nada, por creación, ideas judeocristianas ajenas a la cultura griega). El mundo y el Uno comparten el mismo ser, no hay distinción en el plano ontológico entre ambos, solo una diferencia de “grado” o “jerarquía”. Esta identidad de ser o no distinción entre Dios y el mundo es precisamente lo que se denomina panteísmo. Las ideas de la doctrina neoplatónica resultaron muy atractivas para los Padres de la Iglesia, los escolásticos medievales y los místicos que tuvieron, no obstante, que depurarlas de sus raíces panteístas. A su vez, la influencia del cristianismo sobre el propio Plotino parece evidente: el ser del mundo es un ser recibido de la divinidad, producido desde ella y no simplemente “ordenado”. Pero la diferencia con la idea de la creación permanece: el mundo de la doctrina de Plotino no es producido de la nada sino de la misma divinidad (emanación, difusión). La nada como tal nunca fue objeto del pensamiento griego. En la “creación” neoplatónica no existe la nada, su idea de creación es pensada sin la nada.
El neoplatonismo fue cultivado sin interrupción hasta el final del mundo antiguo, penetró en el pensamiento de los Padres de la Iglesia y posteriormente en los escolásticos medievales. Conviene aclarar que cuando se habla de las "fuentes platónicas" de los primeros siglos de la escolástica se está refiriendo a estas fuentes neoplatónicas, no a las obras originales del propio Platón, al que se le conoce por esta vía indirecta. Esto es válido también para el pensamiento de san Agustín.
Neoplatonismo
Ideas clave: Bien supremo,
Divinidad, Espíritu, Ideas, Alma, Materia, Transmigración, Éxtasis
El llamado neoplatonismo es el último gran sistema del mundo griego, en él podemos reconocer, por primera vez, la impronta del cristianismo y otras religiones orientales que penetraron en el mundo grecorromano durante los primeros siglos de nuestra era. Su fundador fue Plotino, en el siglo III d.C (204-270). Su obra fue recopilada por su discípulo Porfirio y ejerció una gran influencia en el pensamiento cristiano hasta el siglo XIII, cuando fue superada por los escritos recién conocidos de Aristóteles.
Hay una jerarquía ontológica o grados del ser. La plenitud se halla en el Uno que se identifica también con el Bien y la Divinidad. Todo lo demás procede por emanación (o difusión) de este principio. En primer lugar, el noûs, imagen o reflejo del Uno y ámbito del espíritu y las ideas. En segundo lugar, el alma, reflejo a su vez del noûs. El grado mínimo del ser es la materia, lo indeterminado, lo que casi no es. El alma busca reflejarse en el nôus y liberarse de la materia pero recae una y otra vez en ella (reencarnación, transmigración). En el éxtasis el alma se libera del cuerpo y se funde con el Uno, la divinidad. La belleza es la apariencia de las ideas, en lo bello el mundo suprasensible se revela en forma sensible.
La Nava, Sierra de las Nieves, 29 de agosto de 2014 |
El mundo procede del Uno por emanación (no de la nada, por creación, ideas judeocristianas ajenas a la cultura griega). El mundo y el Uno comparten el mismo ser, no hay distinción en el plano ontológico entre ambos, solo una diferencia de “grado” o “jerarquía”. Esta identidad de ser o no distinción entre Dios y el mundo es precisamente lo que se denomina panteísmo. Las ideas de la doctrina neoplatónica resultaron muy atractivas para los Padres de la Iglesia, los escolásticos medievales y los místicos que tuvieron, no obstante, que depurarlas de sus raíces panteístas. A su vez, la influencia del cristianismo sobre el propio Plotino parece evidente: el ser del mundo es un ser recibido de la divinidad, producido desde ella y no simplemente “ordenado”. Pero la diferencia con la idea de la creación permanece: el mundo de la doctrina de Plotino no es producido de la nada sino de la misma divinidad (emanación, difusión). La nada como tal nunca fue objeto del pensamiento griego. En la “creación” neoplatónica no existe la nada, su idea de creación es pensada sin la nada.
El neoplatonismo fue cultivado sin interrupción hasta el final del mundo antiguo, penetró en el pensamiento de los Padres de la Iglesia y posteriormente en los escolásticos medievales. Conviene aclarar que cuando se habla de las "fuentes platónicas" de los primeros siglos de la escolástica se está refiriendo a estas fuentes neoplatónicas, no a las obras originales del propio Platón, al que se le conoce por esta vía indirecta. Esto es válido también para el pensamiento de san Agustín.