El fruto de la nada (I)


Viernes 1 de mayo de 2015, La Sauceda (Parque Natural de los Alcornocales)


[Esta entrada ha sido revisada con fecha 23/01/2019, algunas cosas que se escribieron entonces ya no están, otras han sido añadidas pero lo que se indaga en esencia es lo mismo]

La última entrada publicada (04/10/2014) terminaba con el siguiente párrafo

"La nada como tal nunca fue objeto del pensamiento griego. En la “creación” neoplatónica no existe la nada, su idea de creación es pensada sin la nada. 
(...) El neoplatonismo fue cultivado sin interrupción hasta el final del mundo antiguo, penetró en el pensamiento de los Padres de la Iglesia y posteriormente en los escolásticos medievales..."

Lo que me propongo en las siguientes entradas es ocuparme precisamente de la nada, una aportación del cristianismo al mundo occidental en el ocaso de la Antigüedad, y el recorrido que luego tuvo esa idea en la época medieval.

La atadura del ser

El ser no es inmutable. De hecho, puede volverse nada y desaparecer sin dejar rastro. 

Sin embargo, a los griegos nunca se les pasó por la cabeza que tal eventualidad fuera siquiera posible (y a nosotros, que hemos sido educados por ellos, tampoco). El pensamiento helénico admitía que las cosas pudieran cambiar pero el ser no. Mucho menos que pudiera desaparecer.  

¿Y qué haría falta para que el ser pudiera cambiar? Por lo pronto, que se produjera una escisión de su inmutabilidad, un rompimiento de la atadura que lo mantiene prisionero de lo que ya es. 

¿Y entonces qué pasaría?

Pasaría que su modo de ser-fijo desaparecería volviéndose "abierto" o ser-libre. 

Desaparecer, ser-nada, equivale a ser-libre, no a no-ser. Esta sería la sorprendente averiguación. 

Las primicias de la nada son la apertura del ser (su capacidad para desaparecer) y la libertad. Volverse nada, lejos de ser un disparate, algo irracional, representa un acontecimiento tan decisivo como provechoso.  

Quizá por ignorar estos dos atributos o modos -abierto y libre- de ser,
el pensamiento antiguo no logró descifrar el misterio del movimiento o cambio.

Dos modos de ser: "substancia" y "movimiento"

Para el pensamiento antiguo, el cambio es pura apariencia, algo que ocurre en el plano sensorial. El cambio afecta a las cosas, no al ser. 

Tomemos como ejemplo una nube. La nube viajera  puede transformarse en lluvia y luego, al caer en tierra, en torrente o arroyo. Pero tales cambios o transformaciones afectan a la "apariencia" de la nube, no a su substancia.  

¿Cuál de los dos sería, por tanto, su modo de ser absoluto? ¿El que la hace cambiar o el de su substancia? 

Los sentidos apostarían por el cambiante porque ven nubes, lluvia, arroyos... Pero la razón ve más allá de esos cambios. Su visión más profunda le hace también dudar, hacerse preguntas. Por ejemplo: si el movimiento o cambio fuera el modo de ser absoluto tendría que poder cambiar a la substancia. Sin embargo, para la razón, la substancia nunca cambia. Luego los sentidos yerran, inducen a error. La substancia -no el movimiento- es el modo de ser verdadero.

El hecho de no poder cambiar podría parecer un defecto, una limitación de la substancia pero la mentalidad helena no lo vio así, su confianza plena en lo que la razón le dictaba se lo impedía. En ese sentido, resulta digno de elogio la enorme coherencia del pensamiento griego con su fe en la razón.

Los griegos, gracias a la razón, habían descubierto la "substancia", o si se quiere, lo inmutable e idéntico, y llevados por su entusiasmo racionalista afirmaron: la substancia es el modo de ser absoluto. 

¿No resulta tan categórica afirmación una exageración, una pretenciosa exageración? Lo curioso es que algo parecido aconteció en la Edad Moderna. Descartes encontró una realidad indubitable: el pensamiento. Y tampoco se conformó con afirmar "existe pensamiento", "el pensamiento es real" sino que dando un paso más proclamó solemnemente que todo lo que existe no es sino pensamiento -o la substancia "pensamiento"-.

Desde entonces, el idealismo se compromete a demostrar que todo lo que pueda parecer distinto a pensamiento no es sino pensamiento. Esta es la tesis idealista, la tesis del nihilismo moderno.

Pero volvamos a nuestro asunto, a la afirmación con la que comenzamos, la de que el ser puede desaparecer sin dejar rastro. 

Superficie y profundidad: conocimiento sensible versus conocimiento racional

Las cosas varían, mutan, surgen, desaparecen... Ahí residía la gran dificultad, el problema fundamental para los griegos: no en la substancia, inmutable e idéntica, sino en el movimiento de las cosas, en por qué no paran de cambiar si, como afirma la razón, el ser nunca lo hace.

Para los antiguos, la ciencia consistía en averiguar la causa del movimiento, cómo las cosas -lo cambiante- surgen del ser. El conocimiento sensible ayuda poco porque se queda en el plano de las apariencias. Solo la razón puede quitar ese velo cubridor del ser. La verdad es menester des-cubrirla (aletheia)



Ese, podríamos decir, era el estado de la cuestión hasta el siglo I, momento histórico de la irrupción en la cultura grecorromana del cristianismo

Los cristianos creían en la nada pero carecían de suficiente preparación para explicarla. Sin embargo, la nada era esencial para su idea de "Creación", diferente por completo a la idea de creación neoplatónica (ver la entrada anterior). 

Para los pensadores griegos -ya lo hemos dicho-, lo problemático era el movimiento, porqué las cosas son cambiantes si el ser absoluto nunca cambia. Pero si en esa época hubiera habido intelectuales cristianos, para esos imaginarios personajes el problema hubiera sido este otro: no cómo brotan las cosas del ser sino cómo brota el ser, cómo surge el ser. Algo parecido a lo que se preguntaba Heidegger en nuestra época: ¿por qué hay ser y no simplemente nada? 

Ser y Tiempo: Parménides y Heráclito

El inculto cristiano, sin proponérselo, estaba sugiriendo a la egregia cultura grecorromana  que se parará a pensar esa extraña realidad que es el tiempo, y no se quedara en el tiempo aparente, el que marcan los relojes y calendarios.
 

Mucho antes del siglo I y los cristianos, se habían dado unas circunstancias parecidas con Heráclito de Éfeso pero su punto de vista de la realidad tampoco fue asimilado y acabó imponiéndose el modo de pensar que la historia de la filosofía ha denominado eleático, en homenaje a su inspirador: Parménides de EleaHeráclito descubrió el devenir. Las cosas atravesadas por el tiempo acaecen y cambian. El tiempo las hace cambiar y se vuelvan caóticas, para desesperación de la razón. 

El abandono del enfoque de Heráclito fue determinante para la evolución del pensamiento antiguo y de Occidente. Aunque, quizá, parte de la responsabilidad debiera ser atribuida al propio Heráclito que tampoco profundizó lo suficiente en la naturaleza del cambio, el cual como ya dijimos, implica una escisión y apertura del ser, un soltarse de lo que lo mantiene fijo a lo que ya es. Pero Heráclito, como buen griego, pese a su genial intuición del devenir, seguía "creyendo" que el ser era inmutable e idéntico. En esto no se apartó un ápice de su maestro Parménides.

Cuando la escisión es parcial, la apertura es limitada. En nuestro ejemplo, la nube se convierte en lluvia pero su substancia sigue siendo la misma. Solo cuando la escisión es completa, la apertura se vuelve "creadora". Entonces, el agua de la nube o de la lluvia rompe su atadura a la "substancia" agua, se desprende del "concepto" agua, deja de ser agua abstracta o "pensada". En suma: deja de ser pensamiento. ¿Y acaso el agua que existe o está fuera del pensamiento no es la auténtica agua?

Los fracasos y los abandonos intelectuales

La cuestión sin respuesta de cómo surge el ser, permaneció latente. De hecho, la cultura occidental, heredera de ambas sensibilidades, la antigua y la cristiana, la ha llevado en su seno como una vieja asignatura pendiente. Aunque al menos uno de los motivos ya ha sido apuntado en entradas anteriores: me refiero al desinterés por la metafísica, al hecho de que ésta a poco de nacer (Platón y Aristóteles) fuera prácticamente abandonada, siendo sustituida por un pensamiento práctico, enfocado a las cuestiones morales (estoicismo, epicureísmo) y más "elegante" que riguroso (neoplatonismo…).

Siglos más tarde, cuando el pensamiento cristiano comenzó a dar muestras de vitalidad y rigor intelectual tuvo la oportunidad de desempolvarla aportando su auténtica inspiración pero también fracasó. Como puede verse, la historia del pensamiento también es la historia de los fracasos y los abandonos intelectuales. Por qué fracasó es lo que voy a atreverme a explicar en estas nuevas entradas. 



La Almoraima, domingo 3 de mayo de 2015


El "aparente" nihilismo cristiano

La aceptación de la nada no constituye per se una posición nihilista. Al contrario, la actitud de los cristianos estaba "abierta", al menos de un modo incipiente o germinal, a la posibilidad de una afirmación superior y más profunda: la de que la realidad abarca más de lo que la razón pura encuentra. O también, que hay realidad fuera del pensamiento, fuera del ser inmutable e idéntico, del concepto, del logos. 

Por tanto, que el conocimiento no puede cerrarse o restringirse a lo que la razón ya ha encontrado, porque de ese modo confunde la realidad con la pura abstracción o intelección. El griego al pensar la nada se decía: la nada equivale a no-ser luego es irreal. Y ahí se detuvo. En cambio, el cristiano, menos racional pero más contemplativo¹, no se detuvo, abriéndose a la inédita experiencia de ser atravesado (escisión-rompimiento) por el tiempo

El cristiano intuyó el tiempo como travesía o "camino". Las cosas no solo son, también acaecen, suceden, llegan a ser, cambian. Y todo, por la extraña y misteriosa "acción" del tiempo. Sin sospecharlo, resolvió lo que el genio de Heráclito no fue capaz. La paradoja que la razón -antigua o moderna pero siempre dualista- ni siquiera llegó a entrever. 

La pena es que no supo explicarlo. Su falta de formación intelectual y la única razón disponible hasta entonces, la razón pura, se aliaron para que tal empeño fracasara.

El extremo oriental del mundo ha estado durante siglos libre de la influencia cultural de Grecia. Allí la creencia en la razón pura no ha sido tan excluyente. El verdadero encuentro cultural de Occidente con Oriente se produjo hace tan solo ciento cincuenta años. Y uno de los primero efectos fue que los japoneses tuvieron conocimiento de la filosofía occidental y animados por el descubrimiento decidieron viajar a Europa y Norteamérica para aprenderla. El interés se volvió recíproco y los encuentros e intercambios se multiplicaron, extendiéndose a otros muchos países europeos e Iberoamérica. La prueba es el interés occidental creciente por el budismo zen y el reconocimiento de figuras intelectuales como D. T. Suzuki. Por el otro lado, la asimilación crítica del pensamiento occidental por la Escuela de Kioto (Nishida Kitaro, Nishitani, Shizuteru Ueda).

El fruto de la nada vuelve a estar maduro. ¿Por qué seguir esperando para recogerlo? Quizá no van quedando ya excusas para no hacerlo...

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¹Quizá la esencia de la contemplación resida en este "saber esperar", en dejar que el tiempo pase, en dejarse atravesar por él.