Brujas, Bélgica. Sábado 5 septiembre 2015 |
El "error" de abandonar la preocupación metafísica
¿Se equivocó la élite intelectual de la antigüedad al relegar el interés por la metafísica, dedicándose -sin más precauciones y de un modo "práctico"- a resolver problemas usando conceptos insuficientemente asimilados. Y si efectivamente fue un error, como es mi opinión, ¿qué pudo ser lo que le indujo a cometerlo?
La metafísica griega, cuya cumbre representan Platón y Aristóteles, había producido un formidable repertorio de nociones novedosas (physis, ser, ente, movimiento; Platón: "ideas", "mundo sensible", "mundo inteligible", dóxa, nous, "alma", demiurgo; Aristóteles: "sustancia", "esencia", "potencia", "acto", "materia", "forma", "causas") pero luego tan fecunda y prodigiosa labor creativa no fue seguida del necesario proceso de revisión crítica. En vez de eso se fue imponiendo la apatía y el conformismo materializados como escepticismo (la verdad no se deja alcanzar por la razón) o eclecticismo (la verdad es asequible pero siempre de forma parcial) hasta acabar derivando en lo que Ortega denominó la "desesperación del saber". Merece la pena destacar aquí algunas líneas de su ensayo “En torno a Galileo, 1550-1650. Ideas sobre las generaciones decisivas en la evolución del pensamiento europeo” (José Ortega y Gasset. Revista de Occidente en Alianza Editoral. Colección editada por Paulino Garagorri) por referirse precisamente a este asunto:
"En el siglo I antes de Cristo el griego, el romano y el judío coinciden en una misma situación vital. (…) El hombre más representativo de la época es el romano Cicerón. Va en él toda la cultura romana, toda la tradición jurídico-política de la República. (...) Cicerón ha aprendido de Grecia filosofía, ciencias, retórica. (…) Cicerón era nada menos que Pontífice. Pues bien, si leen su libro Sobre la naturaleza de los dioses, se encontrarán sorprendidos con la enormidad de que este hombre que es Pontífice romano, ante una cuestión tan decisiva para la vida como si hay o no hay dioses, y si los hay qué hacen, cómo se comportan, si se ocupan o no de los hombres, no sabe qué pensar. Conoce y expone todas las teorías que el pasado cultural griego y romano –sobre todo griego- ha elucubrado sobre los dioses. Son muchas, divergentes y aun contradictorias. Platón y los peripatéticos, estoicos, epicúreos, etc. Sabe todas esas teorías, pero se encuentra con que ninguna es la auténticamente suya; es decir, el Pontífice no sabe a qué atenerse sobre si hay o no dioses. ¡Así, enormemente así!"
(…) "En su libro Sobre el bien y el mal sumos declara taxativa y formalmente: “Los académicos estamos en la desesperación del conocimiento”, desesperados de saber. (…) Lo mismo le pasa respecto a las instituciones políticas. Su libro De Republica, en que analiza la situación de las instituciones tradicionales en aquel momento político, revela una actitud semejante. Pontífice, no sabe si hay dioses; consular, es decir, gobernante, no sabe qué Estado debe haber (…) He aquí un hombre perdido en su misma cultura intelectual y política."
La filosofía había surgido en la antigua Grecia como rechazo a la creencia de que los acontecimientos del mundo se regían por la caprichosa voluntad de los dioses (veánse las entradas tituladas "La osadía de Amós" y el significado de la palabra oráculo). De esa rebeldía intelectual brotaron las novedosas y originales nociones de razón, logos y physis. Curiosamente, la eficacia y el éxito con que combatieron aquella vieja y arraigada creencia acabaron convirtiéndolas en dogmas intocables. La inevitable consecuencia fue que se libraron de la ineludible reflexión crítica del mismo espíritu que las había forjado.
¿No resulta paradójico que la creencia en los dioses más que por la razón crítica fuera sustituida por la creencia en la razón?
Al final, una vieja creencia desprestigiada y estéril fue reemplazada por otra nueva y prometedora, mas la ingenuidad respecto a sí misma, inherente a toda creencia permaneció intacta. No fue el espíritu crítico de la racionalidad lo que triunfó, lo cual hubiera sido muy positivo y beneficioso, sino otra cosa no muy distinta de aquella que se pretendía superar, a saber: otra creencia, solo que de distinto signo, la creencia en la razón. Cuando luego sobrevino aquella crisis que hemos descrito como "desesperación del saber", mezcla de agotamiento, apatía y desorientación intelectuales, a nadie se le ocurrió ni creyó necesario encarar los problemas radicales con aquella actitud crítica original, es decir, volver a la olvidada metafísica y retormarla en el punto o estado en que se encontraba precisamente cuando comenzó a ser abandonada.
Crisis y esperanza
Pues bien, en ese momento de crisis irrumpe en la historia occidental el cristianismo, y al hacerlo se topa con una cultura en la que solo tiene cabida el mundo natural, el mundo que se rige por la razón; una cultura impermeable y ciega para lo trascendente.
A esa civilización archimundana, los cristianos traen un Dios que no pertenece a la naturaleza sino que trasciende todo lo natural. "Anunciar" a ese Dios misterioso será el empeño del cristianismo pero también, decir algo nuevo sobre la extraña criatura humana, natural -como todo lo creado- pero, al mismo tiempo, abierta y receptiva a lo que no lo es, a lo trascendente, a lo sobrenatural... El misterio vuelve a colarse en el mundo grecorromano. ¿Significará ello un retorno a la superstición y al mito?
Veamos qué tiene que decir la nada de todo esto...