¿Qué es el zen? (II): "La nada y la mismidad"


Ribera del río Ucero (Burgo de Osma, Soria). Domingo 30 de octubre de 2016


El camino del hombre hacia sí mismo

De la mano de Shizuteru Ueda llegamos a la "segunda etapa" del camino con la imagen que muestra un árbol floreciente a la orilla de un río. Se acompaña de la siguiente leyenda:

las flores florecen, tal y como florecen; el río fluye, tal y como fluye”.






El árbol y el río no constituyen un paisaje externo u objetivo, tampoco subjetivo. Son una forma de ser del yo libre de sí mismo. El yo verdadero se realiza en la naturaleza. Aunque no solo en ella. 

En la nada absoluta de la primera imagen, también el dualismo sujeto-objeto fue superado. Esta segunda imagen representa la “resurrección”: el árbol floreciente a la orilla del río "encarna" al yo sin yo. Un árbol-objeto no puede "encarnar" al yo-sujeto. Esto solo es posible desde la nada (=desprendimiento), superado todo dualismo.

El yo, en su desprendimiento de sí mismo, florece como y con las flores; fluye como y con el río.

He aquí la realidad primera pero como apuntamos antes, no la realidad completa.

Resumamos lo recogido hasta ahora antes de pasar a la tercera imagen:
  • Primera etapa del camino hacia la realización del hombre: el yo desaparece. Etapa del ser-nada.
  • Segunda etapa: al yo sin yo, libre, desprendido completamente de la atadura a sí mismo, lo encarna la naturaleza, la cual deja de ser un conjunto de cosas u objetos para convertirse en una realidad unificada. Esta es la primera realización del yo verdadero, su "unificación" con la naturaleza. Etapa del ser-en.


La tercera imagen muestra cómo un anciano y un joven se encuentran en el mundo. Al ser-en del yo "encarnado" le sucede en la tercera representación el ser-con o yo "desdoblado". 

A través de la nada -siempre a través de la nada-, el anciano, desprendido de su yo propio, libre de toda imagen y forma, se desdobla en anciano y joven, se convierte en encuentro. En ese "entre" o "campo de juego" que representa el encuentro, el anciano es-con el joven. Desdoblarse consiste en "ser-con-otro" (también podría formularse en sentido negativo como "no-ser-sin-otro"). No se trata solo de "convivencia", como le vaya al otro se convierte en su problema. Al anciano le interesa de verdad lo que le pasa al joven y por eso le lanza preguntas simples y directas: “¿de dónde eres?”, “¿cuál es tu nombre?”, “¿has desayunado ya?”, “¿ves estas flores?”. Tiene verdadero interés en saberlo. Y ese interés prueba que el encuentro es auténtico, por lo menos para el anciano. Al mismo tiempo, la pregunta sencilla puede (o quizá no) despertar en el joven el interés por sí mismo y preguntarse:

“¿quién soy yo en realidad?” 
“¿de dónde vengo?" 
"¿cuál es mi origen?”

Para el joven, el encuentro es el "lugar" existencial donde le acaban de brotar las preguntas sobre sí mismo. 




La nada es movimiento 

Las tres imágenes representan lo mismo de un modo perfecto en cada ocasión, completamente real y a la vez absolutamente distinto. El yo verdadero sobreviene desapareciendo sin dejar rastro, floreciendo libre de sí junto a las flores y en el encuentro con el otro. Cuando el zen habla de la “nada” se está refiriendo a ese movimiento del yo libre, movimiento circular de partida de sí mismo y retorno a sí mismo, a ese contexto dinámico global


La nada es el contexto dinámico global

Quizá la noción de substancia -tan arraigada en la mente occidental por la influencia helénica- haya sido el obstáculo mental para concebir el yo como pura nada. Occidente ha visto con claridad el carácter dinámico, de puro movimiento, de la vida pero no ha intentado nunca traspasar esa mirada yendo más allá. En el zen esa travesía se describe como "romper el fondo propio". De hecho, el camino del zen arranca precisamente en ese instante: cuando el yo pensante contempla el "talud" escarpado que lo separa de lo impensable, del misterio.



Otoño, La Pedrosa (Segovia). Lunes 31 de octubre, 2016

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