¿Qué es el zen (III)? Tras los pasos de Shizuteru Ueda.



Kayserberg (Alsacia), lunes 5 de diciembre de 2016


Nos proponemos determinar la estructura del yo verdadero, el yo al que Shizuteru Ueda llama "yo sin yo cumplido" porque no consiste en lo que ya es sino en lo que aún no es. Un yo que, por lo pronto, no es otra cosa que vocación, llamada a ser. El yo verdadero tiene que realizarse. Por eso, también es destino.

El yo cumplido, el yo sido, ya se ha realizado. No es real o solo lo es en el recuerdo. 

Conviene aclarar que ninguna de estas averiguaciones son originales del zen. Todas podemos encontrarlas en el pensamiento occidental, sin ir más lejos, en la obra de autores relativamente recientes como los de la Escuela de Madrid. Lo curioso es que el zen las formuló con todo el rigor y precisión muchos siglos antes, sin haber recibido ninguna influencia de Occidente.

Con todo, sigue habiendo algo original del zen. Me refiero al modo o vía que propone para aquella realización. Una vía en virtud de la cual la afirmación del yo, es decir, su realización depende, paradójicamente, de su negación. Cuando el yo cumplido se niega y desaparece, cuando se vuelve nada, entonces el yo vocación, sobreviene. Este es el camino del zen. Un camino inédito o apenas transitado por Occidente salvo algunas excepciones como los místicos cristianos

Pero veamos cómo se resuelve aquella aparente paradoja o contradicción.


Colmar (Alsacia), martes 6 de diciembre de 2016


El zen está de acuerdo en que el yo-vocación no admite ser concebido como substancia. Y que para concebirlo sea menester desubstancializar al yo cumplido por completo, reduciéndolo a su mera ejecución, o en términos del propio Ueda, a movimiento

Cualquier forma de ser que conserve el menor atisbo de substancia nos aleja del camino del zen. 

El término “ser ejecutivo” es de Ortega. Creo que merece la pena resaltarlo porque se aproxima bastante al pensamiento del pensador japonés -o si se quiere, de su escuela-. Ortega hablaba de darse el ser; a este “darse el ser”, Ueda lo llama “autoidentidad”. La "substancia" pasa por alto el momento de darse el ser y se lo deja a su espalda.

El movimiento del yo verdadero consiste en un salir de sí mismo (de lo que ya es, del yo cumplido) para volver a sí mismo, a su vocación original. O sea, un viaje de partida y retorno. Este viaje tendría dos momentos esenciales:
  • primer momento: negaciónpor el desprendimiento de la identidad que ya se tiene o se es y por la que cabe afirmar “yo soy yo”, una afirmación todavía subjetiva a través de la cual nos reconocemos como sujetos.
  • segundo momento: en el que acontecen los encuentros del yo, ahora libre de sí mismo, con la naturaleza y contigo (encuentros que ya no son objetivos, entre un sujeto, yo, y las cosas o las personas). En este momento de afirmación de la autoidentidad, el yo desprendido de sí mismo y libre se reconoce en la naturaleza en tanto que naturaleza, es decir, en la naturaleza como tal naturaleza y se reconoce en el otro en tanto que otro, esto es, como tal otro. Se deduce que solo en la medida en que el yo pueda reconocerse en los encuentros, será verdaderamente un yo libre y serán auténticos los encuentros. Por ejemplo, que yo no sea capaz de reconocerme en el otro se deberá a que no he conseguido desprenderme de mi identidad y que sigue habiendo una distancia con él (si bien, "reconocerse" no equivale a "identificarse"). La misma clase de relación objetiva será la que caracterice mis aparentes encuentros con las flores que florecen, con el río que fluye… Ese carácter “objetivo” es mostrado por el zen cuando dice: “las flores florecientes no florecen”.


Este viaje -en verdad, largo viaje- saliendo de sí mismo (desprendimiento) para volver a sí mismo (encuentro y reconocimiento) nos vuelve inteligible el aparentemente absurdo enunciado zen: “yo soy yo precisamente porque yo no soy yo”.



Atardecer sobre los tejados de Estrasburgo, domingo 4 diciembre, 2016



En resumen, el yo sin yo solo se hará completamente real en la medida que sea capaz de hacerlo en una triple transformación y cada vez de un modo absolutamente distinto. Un movimiento –como el de nuestra mirada a instancias del tríptico- que describe un círculo de nada – naturaleza – yo=tú. Es con este movimiento y como tal movimiento como sobreviene el yo verdadero: desapareciendo sin dejar rastro (primera imagen), floreciendo libre de sí junto a las flores (segunda imagen), reconociéndose en el encuentro con el otro (tercera imagen). Cuando el budismo zen se refiere a la “nada”, está aludiendo al contexto dinámico global que hace posible concebir algo que es puro movimiento. La nada es todo lo contrario a la estática "substancia". Es precisamente ese contexto "dinámico", el tríptico que representa el autorretrato del yo verdadero.

También me interesa resaltar que para la realización completa del yo verdadero no basta con desaparecer, eso sería otra forma de atadura, de quedar atrapado ahora en la nada. Tampoco es suficiente encarnarse en la naturaleza. Es menester también el encuentro con el otro y reconocerse en él. 

Existen, pues, modos deficientes o incompletos de realización del yo verdadero, que se dan también en el camino del zen. A esos modos "defectuosos" los llama Ueda: enfermedades de la mismidad. Más adelante nos ocuparemos de ellas. 

En suma, es menester la triple transformación: recorrer el círculo de nada – naturaleza – yo=tú.

Realizarnos consiste en llegar a ser, cumplir nuestro destino. Lo curioso es que ese destino en que me realizo no se detiene en mí, pasa por la naturaleza y por las personas. Mi destino también incluye encontrarme contigo. No como te pienso (objetivación) sino tal como eres. A esa clase de encuentro me lleva el camino del zen, en eso consiste el camino de maduración que nos propone y anima a recorrer.




Catedral de Estrasburgo