La libertad y el lenguaje en el zen (I)


Atardecer desde el Muello Uno en Málaga, 29 de marzo, 2017



Una de las cosas (desde luego, no la única) que más me atrajeron del zen fue su punto de vista tan crítico con el idealismo o nihilismo moderno” . 

Mi deseo de profundizar en esa crítica me llevó a explorar las ideas de pensadores japoneses contemporáneos. De ellos, el que más me impresionó al principio fue D. T. Suzuki. Hallándome ahora tomando apuntes del ensayo de Shizuteru UedaZen y Filosofía” me topo con la agradable sorpresa de que a él le sucedió algo parecido. 

Conviene aclarar que Ueda, a diferencia de Suzuki, no es un pensador zen sino un filósofo que además practica el zen. Un intelectual que utiliza la técnica occidental del análisis filosófico, no el lenguaje del zen. Sirva esta puntualización para dejar claro que todo lo que aquí se hace constar no proviene del zen, sino que mira al zen para hacerlo más inteligible. Las aportaciones puramente zen no se transmiten a través de la teoría o el análisis filosófico sino de un modo especial, en el que no voy a entrar aquí. 


Cuenta Ueda que cuando comenzó a estudiar a Suzuki leyó un texto suyo en el que relataba una curiosa anécdota que tenía que ver con esta crítica del zen al idealismo. La anécdota se refería a la visita de un intelectual idealista a un monje zen. Después de pasar juntos una temporada, llegó la hora de despedirse. El monje lo acompañó hasta la puerta del templo, había por allí una gran piedra y señalándola le preguntó: “Respóndeme a esta pregunta, esa piedra ¿está en tu mente o fuera de ella?”. Usando los términos que hemos empleado en entradas anteriores, la pregunta admitiría ser reformulada del modo siguiente: “dime, esa piedra ¿existe absolutamente fuera del pensamiento?”. El estudioso respondió: “Está dentro de mi mente”. Otra respuesta que podría darse en la misma línea sería: “El ser absoluto de la piedra no es (expresión nihilista) sino pensamiento (posición idealista)”. El monje replicó: “¿De verdad? ¡Te va a resultar muy duro desplazarte hasta tu destino cargado con una piedra tan pesada!” El idealista se quedó tan descolocado con la respuesta del monje que decidió quedarse con él un poco más.



Murcia, Santo Ángel, Villa Pilar 25 de febrero, 2017


Veamos qué tiene que ver la crítica al idealismo y la libertad, en el sentido que el zen le da, sentido que equivale a estar completamente “abierto” (apertura infinita -dijimos en entradas anteriores). 

En algún lugar en el verdadero núcleo de nuestra existencia, nos hallamos imperceptiblemente atados ["atadura" ↔ "apertura" -ver entradas anteriores], imperceptiblemente contenidos. Ueda usa el término "lugar" por influencia de su maestro, el filósofo Nishida Kitaro y su noción de basho (volveremos a este asunto en una entrada futura). 



La comprensión de lo inaprehensible: delimitar lo ilimitado


Nuestro modo de ser, lo que hacemos está restringido. La libertad, según el zen, es el sentimiento de que esas restricciones han de ser superadas y que nuestra existencia debería ser abierta. Así lo afirmaba Dogen cuando decía: “Déjate ir y te llenarás hasta la saciedad”. Esa saciedad es el sentimiento de apertura infinita que tiene lugar cuando uno se “deja ir”. 


Ahora bien, si la experiencia se queda simplemente en un sentimiento, con el tiempo corre el riesgo de desvanecerse y olvidarse. De ahí, el deseo de comprender qué es esa “saciedad” ilimitada que tiene lugar cuando nos “dejamos ir”. 

Comprender es dar un contenido verbal inteligible a ese misterioso “qué”. El "qué" restringe aquella experiencia al darle un contorno pero a cambio le aporta claridad. Pese a la restricción, el "sabor" –o algo de él- (“saber” y “sabor” comparten la misma raíz en latín, todo saber verdadero tiene su sabor) de la ilimitación originaria inaprensible queda retenido pues la definición surge de la experiencia viva de “dejarse ir y llenarse hasta la saciedad”. 

Sin la experiencia propia, la definición por bien formulada que esté nunca será entendida correctamente. Las palabras, pues, tienen el poder de ponernos en la pista de la experiencia pero por sí solas nunca conducirán a ella, simplemente porque la naturaleza de la experiencia es diferente de la naturaleza de las palabras. Dicho de otro modo, sin haber “saboreado” en algún lugar de nuestra existencia dicha experiencia nunca lograremos alcanzarla por medio de las palabras.


Acabamos de apuntar que el entendimiento o comprensión solo es posible a través de las palabras, es decir, del lenguaje. Pongámonos en la situación más favorable, aquella en que efectivamente se realiza la comprensión. En tal caso, el yo que realiza la comprensión entra en escena y tiene lugar un entrelazamiento, una adhesión de la yoidad y las palabras con el consiguiente efecto o resultado: solo consideramos real lo que puede ser comprendido a través de las palabras. La adhesión o entrelazamiento a las palabras hace que el yo confirme su propia existencia aferrándose cada vez más a ellas, acabando atrapado por ellas. Esta es la situación a la que le puede llevar el lenguaje.


Alhambra desde el Mirador de San Nicolás (Albaicín), 26 marzo, 2017


La representación verbal de los hechos


Las palabras se utilizan para representar hechos pero al hacerlo se produce el extraño fenómeno de que los hechos asumen la naturaleza original de las palabras al tiempo que las palabras en sí mismas –con su significado propio que “prestan” a los hechos- caen en el olvido. El acto de comprender trae consigo que el hecho sea entendido a la luz de las palabras utilizadas para representarlo pero al realizarse la comprensión, simultáneamente nos oculta –o hace olvidar- lo que había justo antes del entrelazamiento (del “préstamo”, podría decirse también), a saber: el misterio inaprehensible de lo real por un lado y el significado propio de las palabras por otro. Las palabras pueden incluso hacernos creer hechos que no existen, como las mentiras y las fantasías. Esto demuestra el poder creativo de las palabras y también su peligro. No solo eso: las palabras son usadas para definir relaciones entre cosas y entre situaciones pero una vez establecidas esas relaciones, las palabras desaparecen –se olvidan-, dejándonos en la creencia de que la conexión establecida existe realmente cuando solo se trata de una conexión verbal.



El mundo en que imaginamos que un hecho es un hecho porque es expresado con palabras nos está ocultando ese mismo mundo de otra forma: simplemente aconteciendo. Suzuki afirmaba: “Si no derribamos nuestra conciencia normal, confortable, conceptualizadora, desde sus propias raíces, entonces no seremos capaces de penetrar en la verdad”. Esa libertad para derribar y reconstruir el mundo establecido sería para Ueda la mejor forma de caracterizar el zen. Suzuki usa le expresión “libertad creativa”. Profundicemos ahora en ella volviendo a la libertad del yo sin yo...





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