La libertad y el lenguaje en el zen (II)


Primavera en la Peña de Francia, Salamanca, sábado 22 de abril, 2017


La comprensión verbal del mundo

El movimiento libre del yo sin yo también se manifiesta en el lenguaje, pues la lengua alcanza el núcleo del sí mismo donde se halla contenida la comprensión verbal del yo y del mundo. Veamos qué quiere decir esto.

El lenguaje dirige todas las experiencias a través de su horizonte de articulaciones e interpretaciones. De hecho, consiste en una interpretación adquirida de la realidad.

El poder del lenguaje reside en su capacidad de abrir el mundo. Ahora bien, como horizonte de comprensión adquirido, es decir, prediseñado tiene también su inconveniente: puede dificultarnos las experiencias “nuevas” e incluso puede llegar a hacerlas imposibles.

El mundo definido verbalmente es una red que nos atrapa, convirtiéndonos en sus prisioneros. El mundo como horizonte de sentido que se abre a través del lenguaje está determinado y limitado por él. Se trata, por tanto, de una apertura engañosa porque no nos deja ver precisamente esa limitación. Para el zen, cerrazón del yo y lenguaje como red o jaula del mundo conforman una relación absolutamente interdependiente. En otras palabras, la realización del yo sin yo depende también de la libertad del lenguaje.


Atravesar el lenguaje: silencio primigenio y lenguaje originario


Ya hemos reseñado la importancia del movimiento del yo para el zen. Ahora nos vamos a ocupar del movimiento de partida y retorno del lenguaje.

Movimiento de partida hacia el objeto y de retorno para expresar ese objeto. Movimiento de partida hacia el pensamiento, para poder expresar lo pensado. Movimiento de partida al espíritu, para alcanzar a expresar ese espíritu.

Todos estos movimientos del lenguaje acontecen dentro del universo lingüístico, esto es, dentro del círculo cerrado del propio lenguaje.

Sin embargo, el movimiento libre del lenguaje abarca también la partida extrema en virtud de la cual se abandona por completo el mundo del lenguaje para retornar, de forma creadora, al lenguaje. Esta partida y retorno extremos representan una doble ruptura: la primera "atraviesa" el lenguaje para llegar al silencio primigenio y, desde allí, atraviesa el silencio para llegar al lenguaje originario.


Del mismo modo que existe un yo verdadero al que reconocemos como yo auténtico u original, al que solo se puede acceder a través del desprendimiento del yo cumplido, existe también un lenguaje originario al que solo se accede desde la nada del lenguaje, es decir, desde el silencio primigenio.




Meandros del río Alagón, Hurdes, Cáceres, sábado 22 abril, 2017


Ueda se plantea la siguiente cuestión: ¿tal movimiento es solo una conjetura o acontece realmente? El budismo zen le responde que sí, que ocurre realmente y menciona ejemplos concretos, porque solo los ejemplos pueden facilitar el acceso a la cuestión. 

De los dos que aporta el texto de Ueda, uno viene del propio budismo zen; el otro se refiere al famoso epitafio que el poeta Rilke (Praga, 1875-Val-Mont Suiza, 1926) compuso para sí mismo: 

“Rosa, oh, pura contradicción…”.

Se trata de la exclamación “¡oh!”. “¡Rosa, oh!”. Dice Ueda que ahí se ha despertado algo en el poeta que le hace proferir un “¡oh!” que le arranca una nueva palabra: “...pura contradicción”. Ueda se hace entonces estas preguntas:

¿qué es lo que se ha despertado en ese “¡oh!”?
¿qué es “¡oh!” como acontecimiento?
¿qué es “¡oh!” en el momento de ser exclamado? 


La fuerza de una presencia (Rudolf Otto emplea el término “impacto” para referirse a esa fuerza, san Juan de la Cruz usaba el término “embestida”) roba al hombre el lenguaje (lo deja sin palabras -"fuera" de las palabras-).

El mundo preconcebido por el lenguaje se resquebraja, queda atravesado, "abierto". 

Sin-habla el propio hombre se convierte en ese “¡Oh!”. La presencia inexpresable (lo "inefable", san Pablo) que nos deja sin habla se hace palabra (toma forma, cuerpo, se "encarna") en este “¡oh!” y como este “¡oh!”, que todavía no pertenece al lenguaje pero funciona como un pro-logos no-verbal previo al lenguaje a través del cual se abre de nuevo el camino al lenguaje [cómo el hombre puede convertirse en ese "¡Oh!" se comprende mejor a la luz de la idea de "lugar" (basho) de Nishida Kitaro. Volveré a ella en una entrada futura].


En definitiva: el “¡oh!”, cuando se exclama de verdad y en realidad, es un acontecimiento doble. Por una parte, se trata de una fuerza que roba el lenguaje (silencio) a los hombres y, por otra, es, a su vez, la palabra originaria. El movimiento extremo que parte del lenguaje para volver a él acontece tal que “¡oh!”, es movimiento de “muerte y resurrección” del hombre en tanto que ser dotado para el lenguaje.

El lenguaje del zen sirve a ese doble acontecimiento de “muerte y resurrección”. Y lo hace traduciendo totalmente y de forma concreta al yo sin yo en sus líneas fundamentales. Volvamos a su “autorretrato” y veamos su correspondiente culminación lingüística. La primera imagen, la nada, mostraba el silencio absoluto, no solo el silencio humano.  La segunda imagen, la naturaleza, representaba, por así decir, el “lenguaje de la naturaleza”. El verso que acompañaba a esta segunda imagen decía: “las flores florecen tal como florecen”. La tercera imagen, el yo desdoblado, mostraba el diálogo como “pregunta-respuesta”. Los textos zen clásicos nos ofrecen innumerables ejemplos.

Analicemos ahora desde el plano lingüístico cada una de estas tres formas de realización del yo verdadero.

Sobre el silencio absoluto no es posible hablar. No bastaría con callar, habría quizá que “des-callar”. Sobre el silencio absoluto solo puede hablar el silencio absoluto y el modo de hablar del silencio absoluto consistiría en no permitir hablar al habla. Aquí, Ueda se acuerda del maestro Eckhart dejando constancia que también él tenía conocimiento del silencio absoluto. En relación con este silencio, Ekchart no solo se refiere al alma sino también a Dios. Así, dice “si el alma quiere de verdad escuchar a Jesús, debe estar sola y callar”. También se refiere al fondo de Dios, allí donde Dios deja de ser, es decir, donde Dios calla.

En el zen, el “lenguaje de la naturaleza” es el más preciado. Lo más característico del zen se expresa, según Ueda, en el lenguaje de la naturaleza. En el cristianismo, incluido Eckhart, prácticamente no existe este lenguaje. Un heredero espiritual de Eckhart es el médico y poeta Angelus Silesius (Johannes Scheffer, 1624-1677). Un famoso verso suyo reza así:
La rosa es sin porqué, florece porque florece.
No se cuida de sí misma.
No se pregunta si se la ve.


La expresión “sin porqué” la toma de Eckhart, el cual, a su vez, la aplica a Dios. Eckhart parte de la teología de su tiempo, la teología medieval, según la cual Dios es el ser absoluto, la plenitud del ser. Para él esto significa algo muy claro: El ser divino tiene su fondo en sí mismo, es decir, es sin porqué, actúa sin porqué y no conoce ningún porqué. El “sin porqué” constituye un rasgo del ser de Dios, una distinción del ser divino. 


Río Alagón, Las Hurdes



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