La liberta y el lenguaje en el zen: El "ser-sin-porqué" (III)

San Juan de Luz (Francia), domingo 25 de junio de 2017


El ser-sin-porqué

Para la teología y ontología medievales el ser divino era el ser absoluto, el ser que tenía su fundamento en sí mismo y no necesitaba apoyarse ni sostenerse en nada que no fuera él mismo. Dios no necesita ningún porqué, el ser divino es el ser-sin-porqué. El “sin porqué”, por tanto, constituía uno de los rasgos distintivos de Dios. Y de esa plenitud ontológica se derivaba que la acción divina también fuera “sin porqué”: Dios actúa sin porqué y no conoce porqué alguno.

Voluntarismo, nominalismo, intelectualismo

El desarrollo de esta reflexión seguirá dos cursos al final de la Edad Media. Uno será el tomado por el voluntarismo de Duns Escoto (franciscano, conocido como el “doctor sutil” por su elegancia intelectual) y el nominalismo de Guillermo de Ockham (también franciscano) que coincidirán en un punto: su discrepancia con el planteamiento intelectualista de Tomás de Aquino. El otro curso será el que tome el Maestro Eckhart y será del que nos ocupemos por su relación con nuestro tema del zen.

Eckhart desarrolla esta reflexión propia de la tradición medieval trasladando inmediatamente el “sin porqué” divino, a través del ser-uno del alma y Dios o unión del alma con Dios, a la existencia humana. Así, dice:

Del mismo modo que Dios actúa sin porqué y no conoce porqué alguno, el hombre justo actúa sin porqué (...), él es la vida misma. Quien preguntase a la vida (...): “¿por qué vives?”, esta podría responder: “vivo porque vivo”. La causa de ello es que la vida vive desde su propio fondo y desde su propio manantial; vive sin porqué porque vive por sí misma.

Shizuteru Ueda recalca la importancia que Eckhart concedía a la unidad del hombre con Dios. Acabamos de ver como en virtud de esa unidad, Eckhart se aventuraba a dar el paso de trasladar el sin-porqué divino a la existencia humana.  Dios, “sin porqué”, fluye en la nada de la existencia humana y en su desasimiento prepara al hombre para esa vida-sin-porqué. Por tanto, cabría añadir que es en la nada del hombre donde se manifiesta su unión con Dios. Sin la nada, sin el desasimiento o desprendimiento de sí mismo, sin apertura infinita, el hombre no se topa con la experiencia de que su alma está unida a Dios (aunque pueda “mentalmente” creerlo), ni tampoco llega a percatarse de que su vida goza, a través de esa unión, del rasgo divino del “sin porqué”. Dice Eckhart:

                Aquí [en la nada] vivo por mí mismo, como Dios vive por sí mismo.

“Por mí mismo…”: la vida sin-porqué para Eckhart es la libertad vivida del hombre. El “sin-porqué” es también un término esencial del zen. Ueda reconoce que vivir-sin-porqué es para el zen la libertad vivida como nada. Con este común “sin-porqué” el maestro Eckhart y el budismo zen están indicando un posible camino para superar el nihilismo moderno, según el cual no hay respuesta al “porqué”. El nihilismo radical, por principio, convierte en nula toda posible respuesta al porqué. Esta carencia esencial de respuesta al porqué no puede superarse, por tanto, mediante una nueva respuesta pero sí podría ser superada de un salto por el sin-porqué. La conversión de la carencia nihilista de respuestas en el sin-porqué solo se puede dar en Eckhart a través de la “muerte radical” y en el zen a través de la “gran muerte” (el desprendimiento absoluto de sí mismo) la cual supondría también la muerte del nihilismo.




Acercarse al mundo del zen

Veamos ahora cómo el zen va más allá que Eckhart, trasladando el sin-porqué de Dios no solo a la existencia humana sino también a la naturaleza. Y aquí se evidencia -según Ueda- una diferencia entre Eckhart y el zen.
La única y verdadera aspiración de Eckhart es la inmediatez del alma y Dios. No es que niegue esta relación del ser divino con el resto de los seres creados sino que estos no atraen su interés. La naturaleza como tal es para él algo aparte y no constituye un lugar privilegiado de la verdad redentora. Sin embardo, en la mística barroca, la naturaleza como tal alcanza poco a poco la importancia que le corresponde. El médico y poeta Angelus Silesius, siguiendo la estela de Eckhart, sí que traslada el ser-sin-porqué de Dios a la naturaleza. De manera que se atreve a decir:

La rosa es sin porqué; florece, porque florece.

Con este adagio, dice Ueda, Angelus Silesius se acerca mucho al mundo del zen. Sin embargo, el zen lo expresa de otro modo, como ya hemos visto:

Las flores florecen, tal y como florecen.

Determinemos, pues, la sutil pero insalvable diferencia. Y también, lo que podría significar esa diferencia (que ya adelanto tiene que ver con aquel carácter de inmediatez). Pero veamos antes otro poema de Angelus Silesius:

La rosa que tu ojo externo contempla aquí, ha florecido desde la eternidad en Dios.

Angelus Silesius coincide con Eckhart:

“Lo que está en Dios, es Dios. En Dios, todo es Dios”.


La "descosificación" de las cosas


Conviene hacer un inciso para entender bien esto y no caer en el error del panteísmo que no es otro que suponer que Dios y el mundo son substancialmente idénticos, esto es, que la “substancia” de Dios y la del mundo es la misma. De hecho, los argumentos empleados contra Eckhart vinieron en gran medida de la acusación de panteísta. Y ciertamente, la expresión “en Dios, todo es Dios” suena “panteísta”… si nos olvidamos de la nada. Este "detalle" fue precisamente el que pasaron por alto o no llegaron a entender siquiera los inquisidores que lo juzgaron. Pero lo que la expresión refleja es que lo que está en Dios, es Dios… en su desasimiento radical, en su “muerte radical”; nunca antes sino solo a partir de entonces tiene sentido la afirmación de que lo que está en Dios es Dios. Es la nada lo que aleja completamente el planteamiento de Eckhart de la herejía panteísta que las autoridades religiosas de su tiempo quisieron achacarle y, al mismo tiempo, lo devuelve –como esa misma autoridad ha reconocido en la actualidad- a la más absoluta ortodoxia cristiana. Es menester, por tanto, atravesar la nada, la “muerte radical”, para comprender la afirmación de que lo que está en Dios es Dios. Al atravesar la nada se deja atrás cualquier rastro de dualismo pero también de identidad. Lo que queda es pura nada. Una nada que como dice Sh. Ueda tampoco es nada. Por tanto, y esto es muy importante, cuando se afirma que tal cosa en Dios es Dios no se quiere decir que Dios y la cosa en cuestión sean lo mismo; sino justo lo contrario, que son radicalmente distintos. Y precisamente porque lo son, la cosa tiene que descosificarse por completo, dejar de estar hecha de sí misma, abandonar por completo su substancia. Solo entonces –desubstancializada- puede ser Dios. Cerremos este paréntesis y volvamos a nuestro tema.


San Sebastián

La rosa que tu ojo externo contempla aquí, ha florecido desde la eternidad en Dios.

Esa rosa es la misma rosa que florece en Dios. La rosa visible es una concreción, una encarnación de Dios. Ahora bien, para poder ver la rosa floreciente en Dios, como Dios, el hombre debe morir por completo a su yo, “convertirse en nada”, entonces ese hombre nace de Dios en Dios. Angelus Silesius lo expresa de esta manera: “Has nacido de Dios / así florece Dios en ti”.

Ahora retomemos el primer verso para apreciar la sutil diferencia con el zen a la que nos referíamos más arriba:

“La rosa es sin porqué / florece, porque florece”.

En el lenguaje del zen la expresión es más sencilla: “las flores florecen, tal y como florecen”. En Angelus Silesius, la transparencia (el ser-sin-porqué) de la rosa lleva hasta Dios (el ser divino es sin-porqué, dijimos al principio), de manera que Dios se concretiza en la rosa. En la expresión zen, las flores se transparentan hacia la nada (las flores son pura nada), la nada se concretiza en las flores. La “muerte-resurrección” de la mismidad sobreviene en el momento en que se percibe que las flores florecen (recuérdese lo que enseñaba Nishida acarca del yo como “lugar”, basho, donde las cosas se manifiestan y son reflexionadas). Dice Ueda que el hecho de cómo, por ejemplo, el hombre vea las flores determina en realidad su existencia toda, tanto si es consciente de ello como si no.


En Eckhart aquel atravesar hacia la nada de la deidad no culmina a través de la naturaleza. A la naturaleza no la consideraba un lugar privilegiado para la redención. En cambio, en la mística barroca, la naturaleza sí que alcanza poco a poco la importancia que le corresponde aunque la fuerza de la ruptura ha disminuido. Aquí se deja sentir la influencia de la mentalidad idealista moderna. Pero vayamos paso a paso. 


Plaza Mayor de San Sebastián, sábado 24 de junio de 2017

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