Playa de las Catedrales, Ribadeo, viernes 25 agosto, 2017 |
Ser y estar, la doble manera de “ser-ahí”
Retomemos lo que apuntamos al final de la entrada anterior.
“Flores-florecen” como realidad se convierte en el enunciado
“las flores florecen".
Ahora, la realidad se ha
convertido en palabra humana. Y lo ha hecho sin
mediación de nada, es decir, en el espacio abierto de la nada, en la apertura
infinita.
La duplicación las flores florecen significa
que la realidad se refleja en la nada tal
como es.
Pues bien, el hombre está ahí en tanto que dice: las flores florecen, tal y como florecen. No se introduce a sí mismo como hablante sino que es el habla misma sin rastro alguno del hablante.
Pues bien, el hombre está ahí en tanto que dice: las flores florecen, tal y como florecen. No se introduce a sí mismo como hablante sino que es el habla misma sin rastro alguno del hablante.
El habla sin hablante es
el yo sin yo del hombre.
El yo sin yo deja que las flores florezcan así, como florecen.
Pero en tanto que habla, está
realmente ahí, es el “ahí”. Su modo de ser es doble. Está y es.
El yo sin yo es la
apertura infinita en que acontece el lenguaje. Apertura es movimiento pero el yo sin yo, al mismo tiempo, es el espacio para el movimiento (doble manera de ser, acabamos de decir).
Este
es el sentido en el que hablan Nishida y Nishitani del “yo como lugar” (aquí
sería oportuno repasar la entrada dedicada al pensamiento de Nishida).
Ueda, por su parte, afirma que, según el zen, lo simple y la nada son
inagotablemente articulables. El hombre no pone a prueba la
autonomía de su yo (su yo como realidad, su yo más verdadero y auténtico)
cuando habla de sí mismo sino cuando expresa una articulación nueva, abierta por él por primera vez. En
la correspondencia e interpenetración recíproca de lo simple con la nada se
halla la inagotable posibilidad de
articulación. De ahí que el maestro zen desafíe al discípulo ante una
situación dada: “¡Rápido, di algo sobre esto!”.
En ese enorme espacio de posibilidades se pueden establecer dos clases fundamentales de articulaciones.
En ese enorme espacio de posibilidades se pueden establecer dos clases fundamentales de articulaciones.
El enunciado “las
flores florecen, tal y como florecen” representa a la primera. En ella,
la nada puede abrirse -y manifestarse- como articulación positiva o afirmativa.
Con ello se llega, como sucede de
hecho con frecuencia en el zen, al enunciado paradójico: “las flores
florecientes no florecen”. Esta es la segunda clase de articulación
fundamental. Los enunciados de esta segunda clase poseen la fuerza elemental de la nada infinita, la fuerza de la negación, y cuya
yuxtaposición es imposible para la lógica. Sin embargo, el “ser-ahí”, el “yo
como lugar” requiere esa articulación doble para poder ser expresado: la del
ser-llevado-a-la-expresión (=positiva: "...florecen") y la del volver-de-nuevo-a-sí de lo expresado (=negativa: "...no florecen").
El “yo como lugar”, como contexto global es lo que conforma en el zen la condición de verdad de cada enunciado. Un contexto que abarca las dos formas extremas de articulación. Entre ambas son posibles infinitas articulaciones, de manera que cada cual puede encontrar la suya propia.
La asimétrica armonía del diálogo
El “yo como lugar”, como contexto global es lo que conforma en el zen la condición de verdad de cada enunciado. Un contexto que abarca las dos formas extremas de articulación. Entre ambas son posibles infinitas articulaciones, de manera que cada cual puede encontrar la suya propia.
La asimétrica armonía del diálogo
Veamos ahora qué pasa cuando cada parte de la doble
articulación es pronunciada por una persona diferente. En nuestro modelo, una
persona le dice como saludo a la otra: las flores florecen, tal y como
florecen. Y esta responde al saludo con: las flores florecientes no florecen.
Se genera entonces una curiosa armonía entre seres humanos, como en un coro,
una armonía asimétrica pero en correspondencia perfecta. La
dinámica de este diálogo dio pie en Japón al desarrollo de un género de poesía a
base de versos encadenados denominado renku.
Ahora bien, para que se produzca esta clase de diálogo es menester que cada
persona se convierta en yo sin yo, que el cerramiento de cada una sea
atravesado. Sin embargo, en la tercera de las imágenes del tríptico al que
venimos una y otra vez refiriéndonos aparece un anciano y un joven todavía
inmaduro que no está preparado para llevar un diálogo de esta clase. El joven primero
debe aprender a llevar un diálogo, y debe hacerlo en el diálogo y mediante el
diálogo. Debe convertirse, por tanto, en yo sin yo que es la situación
dialógica para el anciano.
Quizá podría resumir por mi cuenta lo dicho hasta ahora del siguiente modo. El ser "se da" al pensamiento (y se expresa con el lenguaje) pero su origen es diferente, su procedencia es otra. Es menester que lo expresado pueda volver a esa nada del pensamiento, a ese "lugar" donde todavía no hay pensamiento. Dejarse atravesar por esa nada es la sugerencia que el maestro hace a sus discípulos con la pregunta: “A esto yo no lo llamaría "bastón". ¿Cómo lo llamarías tú?”.
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