"El lenguaje de la naturaleza"

Oporto, domingo 27 de agosto, 2017

De un lado, nos encontramos al hombre, desprendido de sí mismo y convertido en pura nada a través de la apertura infinita. Y de otro, a la naturaleza, a lo simple

El lenguaje de la naturaleza es la articulación de lo simple. El sentido de sus sentencias es inmediato. El hombre lo ha aprendido, por ejemplo, de las flores que florecen tal como florecen. 

Comparemos esta inmediatez con el poema de Angelus Silesius:

La rosa es sin porqué; 
florece, porque florece. 
No se preocupa de su ser, 
no se pregunta si se la ve

Solo el hombre se preocupa de su ser y se pregunta si se le ve. La enseñanza "existencial" de este poema podría ser que el hombre no debería preocuparse por su yo para vivir de manera auténtica y esencial. Bastaría, como la rosa, con que fuera sin porqué. “¡Sé sin porqué!”. He aquí la enseñanza.

Pero enseñanza es precisamente lo que falta en la sentencia zen, la cual conecta de forma inmediata con la existencia. Y por esto puede ser también más enérgica. El zen deja que la fuerza presente del florecer actúe sin más mediación y atraviese al yo encerrado en sí mismo, abriéndolo a la apertura infinita. 

El zen ve realizado el esencial desprendimiento de sí mismo del hombre en este lenguaje. No le interesa la enseñanza instructiva del poema de la rosa. Lo que le importa al zen no es cómo debe ser el hombre sino la experiencia directa de ser afectado por las cosas. Participar del mero las-flores-florecen, reduce al hombre por la fuerza de esa percepción a la nada (muerte) y lo hace despertar de nuevo a la vida en tanto que ahora florece junto con las flores.

Ueda afirma: “en ese instante tiene lugar el acontecimiento de la muerte-resurrección”, y a continuación, añade: “de eso se trata precisamente”.




Jesús enseñaba con ejemplos y usaba un modo de hablar muy simple, concreto y gráfico:

Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así ¿no hará más por vosotros, hombres de poca fe? (Mt 6,28-30)

Un maestro zen, en cambio, procedería de manera distinta. No enseña qué es lo que deberíamos aprender de los lirios o de los pájaros. Simplemente diría: “¡Mirad los pájaros!, ¡Ved los lirios en el campo!”. Si con estas palabras sencillas, la presencia de los pájaros que vuelan o los lirios que florecen, logra romper la cerrazón de nuestro yo, éste acontecimiento podría convertirse en el punto de partida para la vida verdadera, para la conversión. Aquí, el lenguaje comparece como autoarticulación del acontecimiento, siendo simultáneamente "autopercepción" y "autoexpresión" de la verdad.

Pero el maestro zen emplea palabras todavía más sencillas. En vez de usar el imperativo, se decanta siempre por el indicativo (“las flores florecen, tal como florecen”): en este contexto -a diferencia de aquel, que obtiene su fuerza, eventualmente, del mandato- la fuerza presencial lograr expresarse de la forma más enérgica. 



Mar Cantábrico, Playa de las Catedrales, viernes 25 agosto, 2017


El carácter ambivalente del ser humano. La desnaturalización de la naturaleza. La deshumanización del hombre.

Ueda se pregunta: 

¿Por qué necesita el hombre la fuerza presencial de la naturaleza y del lenguaje de la naturaleza para alcanzar su yo auténtico? ¿Acaso no pertenece a un orden superior al de la naturaleza? 

Dicho de otro modo: resulta obvio que hombre y naturaleza son dos cosas distintas y de orden diferente. Entonces, ¿por qué necesita el hombre al orden inferior de la naturaleza para realizarse, para ser hombre? 

Ueda se da cuenta de la obligación "intelectual" que acaba de contraer: la de determinar la relación entre ambos órdenes. Pero deja la tarea para otra ocasión ("para un trabajo específico cuya elaboración queda pendiente", nos dice literalmente). Mientras tanto, fija provisionalmente esa relación en la siguiente tesis

La correspondencia de la nada y lo simple es la misma 
en la naturaleza y en el hombre

Esta correspondencia prevalece de manera inmediata en la naturaleza y como naturaleza. 

En el hombre, en cambio, la correspondencia entre la nada y lo simple no se cumple de forma inmediata [al no ser inmediata necesitaría una "ayuda", un "empujón"] y primero debe hacerlo, por ejemplo, a través, del diálogo. Esta diferencia convierte la correspondencia en potenciada [potenciada por la ayuda recibida]. Y se debe al hecho de que el ser del hombre posee un carácter ambivalente: puede “abrirse” y puede también “cerrarse”:

a.       El hombre puede, desde sí mismo, penetrar en la naturaleza, de tal modo que en él se muestra la naturaleza como naturaleza, tal como vimos en el ejemplo del “como” de la sentencia zen. Así realiza el hombre su desprendimiento de sí.

b.      Y puede hacer también justo lo contrario: elevarse sobre la naturaleza (por pertenecer a un orden superior). Tal “elevación” trae consigo su “separación” de la naturaleza. Y es lo que ocurre la mayoría de las veces. El hombre pasa a comprenderse a sí mismo como sujeto del mundo y a la naturaleza como objeto. Tal alteración de la naturaleza conduce a su desnaturalización. Y el resultado se vuelve contra el autor de la alteración. El hombre, imbuido por la desnaturalización, acaba deshumanizado también.


Dice Ueda: “la potenciación [la correspondencia potenciada], sin la fuerza retroactiva de la nada se distorsiona y altera cada vez más” y acaba siendo la decisión entre propio/no-propio o verdadero-falso lo importante. 

Enderezar esa distorsión progresiva a través de la fuerza de lo simple, para que la perversión [desnaturalización de la naturaleza, deshumanización del hombre] se invierta es el objeto de la potenciación verdadera .

En la potenciación distorsionada no está esa fuerza, porque la naturaleza –como acabamos de apuntar- está inmersa en esa potenciación invertida

Es menester que en el encuentro con la naturaleza acontezca “ALGO” que contenga la fuerza salvífica de lo simple. Ese ALGO, sin embargo, no está y solo acontece cuando acontece. El maestro zen muestra, de un modo inmediato, el camino cuando expresa: “Las flores florecen, tal como florecen”.





En Asia Oriental ese camino es también la esencia del arte. Esto supone que el arte como tal posee un significado religioso. “La esencia del bambú debemos aprenderla del bambú; la esencia del pino, del pino. Este es el camino del arte”. Así se expresaba Basho (1664-1694), el poeta de los versos encadenados, el poeta del renku. Según esto, el arte es el camino que nos retorna a la simplicidad de la naturaleza y que, desde ahí, nos hace libres para el sí mismo, para el juego del yo desdoblado, culminación potenciada de la correspondencia.

Ueda aprovecha para recordar una vez más que es en este contexto global del zen, contexto donde se da la nada-naturaleza-yo=tu como mismidad libre de sí misma tal que movimiento, y que es a su vez no-movimiento, donde se expresa el lenguaje de la naturaleza como lenguaje de la libertad.

Ahí queda eso. Volveré sobre este tema apasionante... Cuando la fruta esté madura. Mientras tanto, me quedo aguardando el otoño.

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