Las crisis de la meditación (II)

Atardecer en Galilea desde la cumbre del Tabor, 26 de febrero de 2019


Primer Acto: “La relajación”.

Algo está fallando en mi vida, algo hay que no funciona bien. Todavía no se qué es pero puedo sentirlo. Una misteriosa mezcla de inseguridad, impaciencia y temor me envuelve. Y no es pasajera. Es entonces cuando viéndome en semejante apuro de no saber qué hacer, pruebo a meditar.

Admitiendo que no se estoy ya dando el primer paso. Pero ¡qué difícil es reconocer que no sabemos nada de lo que más importa!

Conviene ahora aclarar que probar no es lo mismo que practicar. Una práctica lleva consigo regularidad, es decir, constancia. Probar es quedarse en la puerta. Practicar equivale a franquearla, a entrar dentro.

En la entrada anterior hablé de la importancia de escoger un buen método. Ahora me voy a referir a lo que pasa cuando se medita con disciplina. Y eso que pasa es algo sencillamente asombroso: en relativamente poco tiempo la perplejidad y turbación reinantes se disuelven, sobreviniendo una paz interior desconocida. Sin embargo, aunque parezca un milagro, por experiencia sabemos que ningún cambio de calado en la vida se produce tan fácilmente ni tan rápido. ¿Nos hallamos, pues, ante una ilusión...? Puede que sí pero solo en parte. 

La ilusión consiste en confundir el efecto balsámico y reparador de la calma recién recuperada con la verdadera paz interior. De hecho, el alivio de volver a sentirse relajado suele desinflar el interés por la meditación. La paz interior, en cambio, produce el efecto inverso: anima a continuar

La tentación de abandonar la meditación tras alcanzar la relajación marca el inicio del siguiente acto.

Monte de las Tentaciones, 27 de febrero de 2019


Segundo Acto: “El sufrimiento”.

Acabamos de decir que al final del primer acto nos sentíamos mejor y que después de haber andado un tiempo perdidos, encontrábamos una salida que nos ayudaba a retomar el rumbo de nuestra vida. Para muchos, la aventura de la meditación termina aquí. Pero otros, sin saber por qué, se dejan llevar y continúan meditando. Es como si una voz interior les susurrara "no pares y sigue adelante".

A poco que se continúe meditando se comprueba que la tranquilidad adquirida, que parecía definitiva, era solo superficial y que la relajación no bastaba para llegar a la raiz de la crisis. Por eso, cabe afirmar que el primer acto o, lo que es lo mismo, la relajación no cambia nada substancial de nosotros. Solo cuando se persevera y se llega hasta la raíz se adquiere el discernimiento que hace falta.

La práctica de la meditación potencia el discernimiento, solo por esto ya se merecería ser recomendada.

Para discernir es menester ver con claridad las causas de nuestra inestabilidad, o lo que es lo mismo, de nuestra debilidad. Contemplar la  debilidad propia capacita para superarla. Pero se trata de una experiencia dolorosa que consiste en recorrer un trayecto poco frecuentado, desacostumbrado y oscuro, al que nadie ni siquiera se asoma pero que ahora parece que se ha vuelto ineludible. 

Sin dolor no hay reparaciónLa meditación trae calma y relajación pero también dolor. Por eso, la hemos comparado con un drama y la hemos dividio en varios actos. Podemos -si queremos- no pasar del primero y quedarnos en la “fase de relajación". De hecho, muchos métodos de meditación se paran ahí. Pero si me paro en la relajación me aparto de mi propósito inicial: el deseo o necesidad de cambiar, de cambiar para mejor. Los métodos que obvian la parte dolorosa del camino solo ofrecen un efecto balsámico, un masaje para el alma. Actúan como los sedantes y estupefacientes pero sin sus efectos colaterales. Puede que esta sea la causa de su aparente éxito. 

La meditación al igual que otras prácticas -como por ejemplo, la religiosa- puede convertirse en una poderosa y sofisticada forma de autoengaño

Sea como fuere, lo cierto es que la sombra -que no es otra cosa que el modo de esconderse de nuestra debilidad- se convierte en un motivo de peso para abandonar y quedarse en el primer acto del drama, en una etapa necesaria pero insuficiente, la etapa de la relajación.

El miedo a descubrir lo que no deseo saber va a intentar en esta etapa apartarme de meditar.  


Orilla del Mar de Galilea, 26 de febrero de 2019


Asomarse al precipicio

El budismo zen habla de la experiencia pi-kuan o "contemplar un muro". Al menos en parte, esta "contemplación" hace referencia al recelo y aprensión que suscita en nosotros el asomarse a nuestra "zona oscura o sombría". De ahí que pensemos que la traducción de “muro” es demasiado literal y deja fuera otras acepciones también interesantes como terraplén, talud o acantilado. La experiencia, por tanto, abarcaría también el vértigo paralizante o las ganas de darse la vuelta que uno siente cuando se asoma a un precipicio.

La tentación de abandonar la meditación, de darse la vuelta es -tal como ilustra la experiencia pi-kuan- muy fuerte. Si la vencemos, la fortaleza que podemos ganar será también muy poderosa.

Como dice Pablo d’Ors, “meditar no es difícil, lo difícil es querer meditar”, es decir, ponerse. La fuerza de ese querer puesto a prueba por el pi-kuan se obtiene a través de la perseverancia. He aquí el segundo fruto de la meditación: la fortaleza. 

Sucumbir a la tentación acorta la aventura de la meditación reduciéndola a un solo acto, susceptible, eso sí, de repetirse cada cierto tiempo.

Sin embargo, el drama que nos interesa consta de más actos. Vayamos adelante con ellos. 





El tiempo pasa. La crisis ha quedado felizmente superada y forma ya parte del pasado. El segundo acto está a punto de concluir.

Pero entonces, larvadamente, comienza a gestarse la nueva crisis. Solo que ahora lo hace en un contexto completamente diferente. Ahora lo que nos turba y desconcierta es el meditar mismo: "¿Para qué sirve meditar estando sano? ¿Adónde puede llevarme la meditación?"

Comienza el tercer acto.

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