Agrigento, Valle de los Templos, Sicilia, 5 de agosto de 2019 |
Tercer Acto: “El Vacío”.
Se ha referido muchas veces que meditar es como hacer un viaje interior, un trayecto que se recorre sin saber de antemano adónde lleva. Y que eso lo convierte en una aventura. Pero lo cierto es que al final del recorrido no se encuentra nada. En esa última estación –como en la canción de Antonio Orozco- “no hay más”, no hay nada especial, no se
encuentra nada más. Por eso es la última.
He aquí la verdad de la meditación, solo que mostrada desde su vertiente negativa. Pero esa verdad, como toda verdad, también posee un lado positivo. Y desde ese lado se muestra como una afirmación igual de categórica: "Todo está". La verdad es una doble sorpresa: “No hay más porque todo está ”. "No hay más, todo está".
Palermo, 6 de agosto de 2019 |
En la última estación de la meditación se descubre que no falta nada, que todo está. Lo curioso es que constatarlo nos causa decepción. Pasa como cuando vamos al cine a ver esa película tan buena que nos han recomendado y salimos diciendo “no era para tanto”, “esperaba no se qué pero otra cosa” o “no era nada del otro mundo”.
Cuando se llega hasta el final no se encuentra nada. Nada que
no estuviera desde el principio.
El destino de la meditación no es otro que toparse con la vida, darse de bruces con ella. Por eso, puede considerarse como un retorno al punto de partida.
El destino de la meditación no es otro que toparse con la vida, darse de bruces con ella. Por eso, puede considerarse como un retorno al punto de partida.
La meditación consiste en un viaje circular que se repite en una sucesión infinita. Creemos estar dando pasos hacia delante pero, en realidad, los damos hacia atrás. Nos vamos alejando, eso sí, del lugar de la crisis y, al mismo tiempo, nos vamos acercando, más y más, al lugar donde nos encontrábamos desde el principio: la vida¹.
A veces, se ha relacionado la meditación con la mística. Estamos de acuerdo si se se refiera a la mística de la vida, porque cualquier otra nos parece un autoengaño².
La meditación nos saca del ensimismamiento y nos devuelve a la vida, a nuestro estado original. Deberíamos mostrar agradecimiento pero, con frecuencia lo que sentimos es decepción. Los seres humanos
somos así, nos pasa como a los hebreos, que a poco de salir de Egipto y recuperar la libertad ya querían darse la vuelta.
Preferimos vivir de
ilusiones a experimentar lo realmente ilusionante que es la vida misma. Meditar consiste en superar las ganas de darnos la vuelta pero mientras tanto, el encuentro
–o más bien, el encontronazo- con la realidad lo que provoca es una sensación
de vacío y que esta nos parezca un desierto.
Al principio, reconozcámoslo, salir del ensimismamiento libera pero también provoca un síndrome de abstinencia. Y entonces surge la inevitable pregunta:
“¿Qué pinto yo aquí, que hago en medio de este desierto?”
La pregunta marca el inicio del tercer acto.
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¹Después de llegar al destino, lo único que se hace es madurar. De hecho, la aventura de la meditación empieza justo ahora. Hasta aquí solo era "interioridad", "recogimiento". La madurez consiste en encarar la realidad y, guste más o guste menos, seguir adelante y no salir corriendo en dirección contraria.
²La mente -ego, pequeño-yo, o como queramos llamarla- "cree" saber qué es la vida. Pero llegado este punto, la meditación ha hecho bien su trabajo y la saca de esa ilusión. La vida no es nada pensado ni sentido por la mente. Se parece, más bien, a ese bombón que nos ofrecen envuelto en un vistoso papel de color brillante pero que solo sabemos a lo que realmente sabe no cuando lo vemos sino cuando lo probamos... La vida tiene su propio sabor y como el delicioso bombón, engancha para que sigamos probando.
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