La cultura japonesa descubrió la filosofía occidental en la segunda mitad del siglo XIX. Para entonces, esta contaba con una técnica de análisis de la realidad muy precisa y los pensadores japoneses, que también habían indagado en serio la forma del ser solo que por otra ruta, supieron aprovecharla.
¿Por qué no aprovecharnos también nosotros? ¿Por qué no sacar partido del avance técnico y ver lo que resulta...?
Sin las cosas no hay conocimiento. El conocimiento no lo es de cosas
Descartes consideraba al pensamiento el “Lugar Absoluto”. O sea, que en última instancia todo cuanto hay no es sino pensamiento. Esta continúa siendo la tesis fundamental del idealismo; la cual, por ser formulada usando la negación, ha sido catalogada como nihilista. Tesis, por cierto, muy difícil de desmontar.
El idealismo concibe al pensamiento o conciencia como un espectador, una especia de notario muy peculiar ya que nada de lo que es testigo le resulta ajeno pues se trata de sus propias ideas. Según esto, el conocimiento consistiría en una actividad inmanente: un saber de "ideas" no de cosas.
Kant compartía el credo idealista pero en este punto discrepaba. Su objeción era la siguiente: "mi idea de una cosa no es solo mía (inmanente), sino también de la cosa (trascendente)". Por extraño que parezca, el conocimiento me pertenece a mí tanto como a la cosa. No solo expresa algo propio sino también algo extraño. Es simultáneamente inmanente y trascendente. Para expresar esa paradoja empleó el término trascendental. En este sentido, cabe afirmar que Kant fue el primer pensador que cayó en la cuenta de la "coincidencia" o simultaneidad de los contarios¹.
La hazaña copernicana
Hasta la Ilustración, la filosofía se ocupaba principalmente del ser, de la realidad. Toda su actividad podría resumirse en la pregunta: qué es el ser, qué es la realidad. Aunque luego, esa interrogante la extendiera también al ser humano, al ser divino, a la naturaleza... La metafísica, por tanto, era su tarea predilecta. Pero a partir de Kant, el planteamiento cambia. Se empieza a considerar que antes de hacer metafísica debería ser aclarado el problema del conocimiento y, en concreto, el de su carácter trascendental.
A partir de la Ilustración, la cultura occidental va desentendiéndose de la realidad como objeto de reflexión para dedicarse a teorizar sobre el conocimiento. Las consecuencias de esta desviación no solo cabe imaginarlas también pueden verificarse asomándonos a la historia de Occidente en las tres últimas centurias. Pero volvamos a nuestro asunto.
El idealismo trascendental tuvo el mérito de entrever por primera vez dos cosas: primera, que el conocimiento aúna dos formas o modos de ser opuestos: lo trascendente y lo inmanente; segunda, que el saber abarca más que el pensamiento, es decir, más que lo inmanente. Esta segunda averiguación complicaba aún más la cuestión.
Veamos cómo Kant creyó salir de semejante enredo.
La forma de ser trascendental aunaba el hasta entonces irreductible antagonismo trascendencia-inmanencia pero seguía quedando algo por aclarar.
Faltaba explicar la parte que tiene que ver con lo dado al conocimiento por las cosas. Sin esta donación, la razón no puede conocer nada. Según Kant, el realismo antiguo creía que la donación se efectuaba a través de una "adaptación". La razón (lo inmanente) se amoldaba a la realidad (lo trascendente) y de ese modo podía adquirir el conocimiento.
Kant disiente. Para él, la realidad es un caos, un desorden total. Si la razón se amoldara a ella, el conocimiento se volvería irracional. Kant se convenció de haber resuelto ese problema con su hazaña copernicana. Un gesto que consistía simplemente en dar un giro, una vuelta a la supuesta "adecuación".
No es la razón la que se amolda. Son las cosas las que han de amoldarse y volverse razonables. Kant declara sin pestañear que la realidad debe ajustarse a la razón. Ahora bien: a las cosas la razón les trae sin cuidado, son completamente ajenas a ella. A la realidad le basta con ser lo que es. Por tanto, tendrá que ser la razón la que se encargue de "dictaminar" cómo debe ser.
Las cosas no pueden conocerse como están y son sino como deben ser. El conocimiento es el resultado de un "dictamen" que la razón hace sobre la forma trascendental de las cosas. Lo trascendente -las cosas, la realidad- se queda en hipótesis o conjetura hasta que la razón dictamine² su forma trascendental.
Lo trascendente debe convertirse por medio de la razón en trascendental.
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¹Nota añadida el 29/06/2024 y que conecta con lo escrito en entradas muy posteriores referidas al pensamiento de Nishida.
²El carácter "dictatorial" de la razón ilustrada, puesto en práctica en Occidente en los dos siglos posteriores y en especial en el XX, dejaba ya entrever, según Ortega, al vikingo que Kant llevaba dentro.
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