Mont Saint-Michel, 27 de julio de 2020 |
[Esta entrada corresponde a la segunda parte de la publicada en julio de 2020 -a partir de ahora dividida en dos para no hacerla tan extensa-. Su datación real, por tanto, es la misma]
El modo de ser "impensable"
Para Kant, como para todo el idealismo moderno, lo trascendente -las cosas, lo que queda fuera del pensamiento- solo puede suponerse y expresarse como hipótesis. Dicho de otro modo: lo trascendente es posible pero no seguro.
A nosotros, en cambio, nos parece que las cosas no son solo hipótesis. Y por eso nos preguntamos: ¿puede haber una forma de ser que no consista en pensamiento y, pese a ello, sea segura? Lo hacemos a sabiendas de que el idealismo, ya sea cartesiano, kantiano o husserliano no puede ayudarnos y, por lo mismo, abiertos a otras aportaciones como, por ejemplo, la de escuelas filosóficas críticas con él.
Es verdad que esa supuesta forma, después de ser pensada, dejaría de ser como era pero al menos dejaría su "huella" en lo pensado. Shizuteru Ueda se refiere a lo mismo cuando habla del "sabor" de la experiencia.
Tratemos de explicar más técnicamente en qué consiste ese "sabor".
El acto consciente es intencional
Lo impensable, lo inconsciente, aporta al pensamiento, a la conciencia, una sorprendente propiedad. Franz Brentano la llamó intencionalidad (vocablo acuñado por Aristóteles y luego usado también por la escolástica medieval).
Por otra parte, el término "conciencia" o "consciencia" se ha prestado siempre a numerosos malentendidos. Es menester, por tanto, partir de una definición rigurosa que soslaye cualquier ambigüedad. Para Brentano, la mejor sería esta:
"Conciencia" es la "actitud de un sujeto en referencia intencional a un objeto"¹.
Nótese que en la definición no se dice "en referencia" sino "en referencia intencional".
“Conciencia” equivale a la acción ejercida recíprocamente por un sujeto y un objeto. Ahora bien: en esa interacción de la subjetividad con la objetividad actúa un tercer elemento que no es subjetivo ni objetivo: la intencionalidad.
Kant, un siglo antes, había hecho una gran averiguación: el modo de ser del conocimiento es trascendental. Y con ella explicaba la paradójica interacción de lo trascendente (la cosa) con lo inmanente (mi idea de la cosa).
Brentano, por una ruta similar, hace esta otra: el acto consciente, la interacción "subjetividad-objetividad", es intencional. Pero el pensador vienés quiere ver también hasta dónde lleva su averiguación, quiere saber el origen de esa extraña cualidad de la conciencia que ha denominado intencionalidad. Y siguiendo su pista llega hasta la experiencia. La actitud de un sujeto en referencia a un objeto viene determinada por la experiencia. En el acto consciente siempre aparece la "huella" de algo que es previo e independiente al propio acto. Por tanto, si afirmamos que solo el pensamiento es seguro faltamos a la verdad porque estamos obviando esa "huella", estamos pasando por alto la intencionalidad.
Lo justo (o correcto) es evidente
Vayamos ahora a los ejemplos que pone Brentano.
Fijémonos en lo bueno y lo malo. Aquí, la actitud del sujeto puede ser de agrado o desagrado. Ahora bien, solo una de las dos es justa o correcta. Amar lo bueno y odiar lo malo son actitudes correctas. Odiar lo bueno y amar lo malo son actitudes posibles pero incorrectas.
Pensemos en lo verdadero y lo falso. Ahora, la actitud puede ser de aceptación o rechazo, volviendo a suceder lo mismo: aceptar la verdad, negar la falsedad son actitudes justas o correctas. Aceptar la mentira, rechazar la verdad, son incorrectas.
La evidencia tiene su origen en la experiencia, proviene directamente de ella. Se impone por sí misma sin necesidad de reflexión. Dicho más técnicamente, es intencional.
"Intencional" quiere decir "procedente directamente de la experiencia". No de la conciencia, no de su polo subjetivo ni objetivo, sino directamente de la experiencia.
El acto consciente no es la simple suma de lo subjetivo y lo objetivo ni el producto de su interacción. En él encontramos también la huella de la experiencia. Sin esa huella no habría ninguna garantía de que la actitud del sujeto respecto al objeto fuera la justa o correcta.
Si la actitud es de agrado o aprecio, la "referencia intencional" dirá si esa actitud es correcta, y si efectivamente lo es, asegurará también que el objeto es bueno. El origen del conocimiento de lo que es bueno no reside en el objeto, no es "objetivo", sino empírico, procede directamente de la experiencia.
Si el acto consciente no fuera intencional, el sujeto no podría discernir entre la actitud correcta y otras actitudes "suyas" como el autoengaño, el interés, el fingimiento, la ilusión, la ensoñación, etc.
La corrección o justicia de nuestros actos viene garantizada por la referencia intencional. Lo mismo pasa con nuestro juicios y con el conocimiento en general. El juicio justo o correcto es evidente. La evidencia es la garantía de su certeza. Y la evidencia, como venimos diciendo, procede directamente de la experiencia.
El papel de la razón no es otro que confirmar lo evidente. El deber ser no es un dictamen de la razón sobre las cosas -para desilusión de Kant y todos los racionalistas- sino la simple ratificación o confirmación de como realmente son.
El testigo
En el conocimiento o, para ser más precisos, en el juicio correcto, hay un testigo que ratifica lo conocido, el sujeto que conoce, razona o piensa.
En cambio, en la experiencia pura todavía no hay conocimiento. Ortega ponía el ejemplo del dolor de muelas, el cual se impone y se basta a sí mismo y no necesita que ningún sujeto lo ratifique. Lo cual no significa que en la desagradable experiencia de un dolor de muelas no haya un testigo. Esa experiencia requiere también un testigo. De lo contrario, sería absurdo hablar de experiencia. Ahora bien, si el testigo no es un sujeto, quién o qué puede ser.
Vayamos por parte. Cuando hablábamos de los modos de ser nos referimos al modo de ser trascendente. Ahora hemos de admitir una cosa que da la razón, al menos en parte, al idealismo: ese modo no será completo mientras siga siendo trascendente. Lo trascendente para ser completo tiene además que hacerse verdad. Para ser-verdad y estar completo no basta con ser-para-sí. Una cosa verdadera tiene que ser alumbrada, sacada a la luz. Pero ese alumbramiento no acontece en el pensamiento sino en la experiencia. Lo real sale a la luz en la experiencia. A través de ella todo se hace verdad.
En la experiencia, la realidad se refleja a sí misma tal como es, no como lo hace un objeto para un sujeto. En la experiencia no hay sujeto. El testigo de la experiencia no es un yo-sujeto, un yo pensante, sino un yo-sin-yo. En expresión de Nishida: un yo predicativo que se encuentra en las cosas y con ellas. El yo del dolor de muelas no es un yo-pensante (subjetivo, contemplativo) sino doliente, es el lugar mismo de la experiencia del dolor.
Por último, se suscita la cuestión del agente cuya fuerza saca todo a la luz. El testigo -ya lo hemos apuntado- lo es pasivamente, simplemente es -como dice Nishida- el "lugar" de la experiencia. Pero en esta se manifiesta una fuerza que actúa, fuerza que proviene del promotor de esa experiencia.
En suma: las cosas se hacen verdad en la experiencia. El testigo de esa verdad es un yo que no es sujeto, un yo-sin-yo. El promotor de la experiencia hace que el mundo despierte y que despierte yo².
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¹Subrayado mío tomado de la traducción de García Morente de la obra "El origen del conocimiento moral" de Franz Brentano.
²El asunto de qué o quién sea ese promotor lo trataré en una entrada posterior, pero se puede vislumbrar que se trata de esa extrañísima realidad a la que unos llaman Espíritu; otros, Vida y algunos también, Dios.
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