Capileira, Alpujarra granadina. 16 enero 2021 |
Seguro que nos ha pasado a todos alguna vez. Me refiero a la comprobación, tras haber sido víctimas de un engaño o tomadura de pelo, de hasta qué punto nuestra torpeza e ingenuidad han ido de la mano .
Sin embargo, en la entrada anterior hicimos la sorprendente afirmación de que cultivar la ingenuidad resulta provechoso, pudiendo incluso convertirse en una suerte de docta ignorantia. Lo cual significaría que la confianza, sin auxilio del conocimiento, por sí misma representa una fuente de discernimiento.
Con todo, apostillamos esa convicción con esta duda: ¿es prudente dejarse llevar por la confianza en un mundo donde impera el engaño, la simulación y la hipocresía?
A primera vista parece más bien peligroso. Luego si en aras de nuestra integridad no debemos hacerlo, para qué cultivarla. Pero lo cierto es que hay una manera, al menos una, de salir indemnes del intento: el recogimiento.
Retirarse de todo durante un rato. Tomarlo por costumbre. Probar a no-hacer nada, no-pensar en nada, no-desear nada, no-creer en nada... simplemente dejarse llevar y ver qué pasa. ¿Acaso no consiste en eso la confianza? El recogimiento al que nos referimos lo que busca en último termino es poder confiar.
O sea, que lo que no parece prudente que haga en el mundo se vuelve recomendable cuando me retiro de él. Repetimos: ¿Tiene esto sentido? Veámoslo.
Recogimiento vs ensimismamiento
La primera dificultad -o, más bien, error- que puede surgir es confundir la ruta del recogimiento con la del ensimismamiento. La primera lleva a la confianza. La segunda, a la certeza, que es otra cosa.
Ensimismarse equivale -en el mejor de los casos- a pensar "correctamente", es decir, a razonar. Su objetivo es el conocimiento, el cual proporciona certeza, o lo que es lo mismo, seguridad. Nada que ver con la tan arriesgada y peligrosa confianza.
La duda persiste: para qué sirve la confianza si nos aleja de la seguridad. No digamos si la llevamos a la relación con los demás... Y, sobre todo, cuál puede ser su conexión con ese discernimiento al que hemos llamado también, tomando prestado el término al cardenal cusano, docta ignorantia.
Vayamos por parte.
Confiar comporta riesgos, máxime si lo hacemos en personas extrañas. Para qué arriesgarse entonces, por qué no instalarse en el otero del recelo y verlas venir con sus intenciones.
Lo sorprendente es que tendemos a hacerlo, que nos gustaría que las relaciones personales fueran sinceras por ambas partes. Puede que la explicación resida en un sentimiento llamado empatía o simplemente identificación (viene ahora a mi memoria lo que escribí en una entrada antigua sobre los narcisistas: gente poco empática, precisamente porque son incapaces de identificarse con alguien que no sea ellos mismos).
Antes de continuar puntualicemos dos cosas que conviene no olvidar. Primera: ingenuidad, confianza y empatía van de la mano. Segunda: para sentir empatía con el otro es menester que se produzca antes un desdoblamiento del yo propio. Si bien, el desdoblamiento no tiene necesariamente que generar empatía¹.
Los Coloraos, Gorafe, norte de Sierra Nevada, 24 octubre 2020 |
El campo de juego y el encuentro
El desdoblamiento del yo propio suele expresarse mediante la fórmula "yo=tú", -o, también, "yo también soy tú"- la cual solo se entiende cuando se cae en la cuenta de que entre ambos elementos, aparentemente separados, hay una relación mediadora que paradójicamente los une. Es decir, un encuentro.
Ahora bien: la mediación al unirlos no los convierte en lo mismo. Tú sigues siendo tú y yo sigo siendo yo, pero al encontrarnos lo somos sin separación. De no ser así no tendría sentido hablar de "encuentro".
El encuentro cuando es verdadero expresa esa comunidad, la cual no se manifestaría sin apertura, es decir, si antes yo no me abro a ti. Cuando "tú" eres un ser querido o alguien muy cercano como la persona que amo, mi pareja, un hijo..., la apertura se produce de forma espontánea pero cuando se trata de un extraño, para abrirme primero tengo que confiar. Hay, por tanto, una secuencia lógica:
confianza >>> apertura >>> empatía-identificación.
Antes había dos elementos separados: "yo" y "tú", cada uno por su lado. Ahora, en virtud de la confianza, surge el encuentro entre ellos.
Donde antes había "separación" ahora ahí "mediación". Un "campo de juego" dinámico e interactivo, es decir, un auténtico diálogo. Una parte lanza preguntas sencillas y directas a la otra porque siente verdadero interés por ella. "¿Cómo estás?, ¿Cómo te sientes?, ¿Has desayunado? ¿Has dormido bien?" Y la otra se-siente interpelada -despierta a sí misma- por las preguntas.
Sin empatía, lo que te pase a ti quizá me importe pero no en serio, no de verdad, no como me importo yo a mí mismo o como me importan los míos. Sin ella, mi interés no vendrá de la mano de la identificación sino de otros motivos. Por ejemplo, por la conveniencia, que es lo que ocurre la mayoría de las veces. O por mi sentido del deber, si se trata de una relación de tipo profesional. Si bien y, al menos, en este último ejemplo, para que el interés sea verdadero es menester que se de siempre un mínimo de empatía o identificación.
La empatía posee dos vertientes: la de la compasión -padecer con tu dolor o pena- y la de la complacencia -holgar con tu alegría o dicha-.
Los padres se complacen en sus hijos y sufren cuando les pasa algo malo. Incluso más que ellos. Quizá no haya mejor ejemplo de empatía que este.
También se siente compasión por el perdedor, por el fracasado, por el equivocado, aunque sea un extraño o se merezca incluso lo que le pasa. Desde algún rincón de nosotros, recóndito y desacostumbrado, brota una extraña solidaridad, una inconfesable complicidad. La literatura nos ha dejado muchos ejemplos de esta clase. Quizá el más emblemático lo represente don Quijote.
El ensimismamiento, en cambio, no sabe nada de apertura. Al contrario, antepone siempre la calculada reserva y la cautela (véase la entrada dedicada a las "enfermedades de la mismidad").
La paradoja del recogimiento
Aparentemente nos hemos alejado mucho de la cuestión, de cómo la ingenua confianza, a través del recogimiento, conduce al discernimiento. Pero, en realidad, no tanto.
La confianza conecta con la vida, y más aún si la cultivamos. La razón, en cambio, nos separa de ella. Cuanto más nos ensimismamos, más nos apartamos. El culmen de tal divergencia lo representa el idealismo, en especial, el más refinado de todos, el cultivado por Occidente desde la Edad Moderna.
El yo-viviente al ensimismarse se convierte en un sujeto-pensante, una cosa que piensa. No solo eso, como confía en esa cosa pensante, se identifica también con ella. Hasta ahí llega el poder del ensimismamiento: hacernos creer que la vida es pensamiento. Ese sujeto-pensante, ese pequeño yo, va abduciéndonos, va chupando nuestra sangre como un vampiro, matándonos poco a poco... Y todo eso lo logra pese a su naturaleza fantástica, pese a ser una ilusión fabricada por nuestra divina fantasía (divina porque es creativa aunque lo que crea es solo eso: pura ilusión).
Al ser humano se le van pasando los años de su vida sin llegar apenas a disfrutarla, alimentando todo el tiempo a una fábrica de sueños. Quizá sea por eso, como agudamente señala Pablo d'Ors, por lo que no queremos morirnos. Rechazamos la muerte no tanto por lo que representa sino porque nos parece que no hemos llegado -o solo fugazmente y a intervalos- a vivir en plenitud.
En esto consistió el efecto “mortal” del engaño original: suplantar al ingenuo y confiado yo-viviente por otro yo que no vive, imaginario, ensimismado, siempre enmarañado en planes y proyectos, siempre fabricando ilusiones... Un yo apartado de la vida. La mirada hipnotizante de la serpiente enroscada al árbol del conocimiento, un árbol imponente y hermoso situado en el centro del jardín, en un falso centro², lo consiguió.
La confianza, en cambio, no nos aparta, al contrario, nos devuelve a la realidad, es decir, a la vida. Y cultivarla pasa necesariamente por el recogimiento y el retiro. Sin ambos, ya lo dijimos, puede convertirse en estupidez.
La vida es la verdadera fuente de discernimiento. Lo que "hace" el recogimiento es desenroscarnos poco a poco del árbol del conocimiento para que podamos echar raíces en ella. De ese modo, poco a poco vamos viendo las cosas no como pensamos sino como realmente son -o al menos, como muestran que son³- y pasan.
Enroscarse vs enraizarse
A través del recogimiento la vida llama a nuestra casa. Basta con abrirle para que la luz y el aire fresco se cuelen en ella y hagan el resto.
El posesivo yo-ensimismado solo tendría que abrirse, eso y no otra cosa quiere decir "dejarse llevar". Pero el miedo a perder lo que ya tiene -y considera propio- le produce vértigo.
Desenroscarse de la seguridad -siempre imaginaria- y echar raíces en la tierra firme. Renunciar a querer ser como Dios -promesa falsa, fraudulenta, imposible, homicida-. Volverse a Dios: He aquí nuestro destino verdadero⁴.
La empatía es la prueba de oro de que lo estamos consiguiendo y la medida en que lo hacemos. La prueba y la medida de estar vivos.
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