Trilogía del movimiento (y III): ¿Quién soy yo? La ilusión de ser.

 

Entrada a Morella (Castellón), 20 de diciembre de 2021

[Vocabulario claveproyecto y tarea; realización; finalidad de la vida; sentido de la vida; no tener ser; yo original yo sin-mídestino autenticidad] 

Un error de perspectiva

Finalizamos la segunda parte de esta trilogía sembrando la duda en torno a lo que significa tener-que-ser. 

Tener-que-ser -decíamos- trae consigo un quehacer, una tarea que se presta a confusión y hace que me pregunte: 

¿Soy yo, como individuo, el atareado o lo es mi vida?   

Veamos qué pasaría si fuera yo el agente de la tarea.  

Por lo pronto, querría decir que el ser me lo estaría dando yo a mí mismo, que yo sería mi promotor. Lo cual parece obvio pero, bien mirado, ¿es así?

Vayamos por partes.

Yo tengo que ser. Luego lo que tengo que ser -y aun no soy- me falta. Mi ser, por tanto, no está completoTener-que-ser hace que caiga en la cuenta de que para estar completo he de llegar a ser todavía lo que me falta.

Entonces me pregunto: qué me falta, cómo podría darme lo que no tengo. ¿Imaginándolo? ¿Sería yo, en tal caso, alguien "creado" por mi mente? Algunos no dudan en responder afirmativamente. Me refiero a los idealistas. El idealismo sostiene que el yo se halla en el pensamiento, es decir, en la imaginación. 

A mí, en cambio, me surge la duda. Una duda que me enreda y no  deja que avance, devolviéndome al punto de partida solo que ahora reformulando la pregunta del revés. Es decir: ¿Qué pasaría si no fuera yo el agente de la tarea de dar-me el ser...?

En medio de semejante lío, encuentro un hecho que me parece seguro y con sentido y es que viviendo me realizo

De dónde, pues, brota la confusión o error.

La vida hace mi ser. Yo soy su hacienda

El error reside, como tantas veces, en pasar por alto los detalles. En nuestra averiguación de que viviendo me realizo, lo pasado por alto se refiere a lo que significa ese “me”. Efectivamente, quien se realiza soy yo pero la que lo hace es mi vida. No poseo una idea clara y precisa de lo que sea la vida -aunque parezca increíble nadie o casi nadie la tiene- pero sí de lo que soy sin ella: nada. Sin la vida no soy, no existo, no estoy en ninguna parte

Yo me doy cuenta de que existo no solo porque lo piense sino porque estaba vivo antes de hacerlo. Por paradójico que parezca, es la vida la que me alumbra¹, no el pensamiento. La vida, mi vida, es la que se afana para que yo llegue a ser. La fuerza necesaria para mi realización proviene de ella, no de mi. De hecho, no es humana, todavía no. La energía nunca deja de pertenecer a la vida. Ella hace que yo respire, coma, camine, vea, oiga, duerma, trabaje... Y yo soy quien se realiza a través de tales operaciones.  

La vida aporta la potencia o energía que necesito para realizarme pero deja que sea yo el que decida lo que quiero ser. Lo hace todo pero no decide nada. Cosa extraña pero cierta. El yo que tengo-que-ser no me pertenece pero depende de mi voluntad. Es más: lo que mi entendimiento piensa y mi voluntad quiere pocas veces coinciden con él. Con todo, este yo-proyecto no desaparece. De hecho, es indestructible y se hace notar aunque sea brillando por su ausencia.

Todo esto da para más entradas y me temo que en algún momento tendré que emplear tiempo y sudores abordándolo. Ahora simplemente lo planteo, dejándolo así. 




El yo es nuestro porvenir

El conocimiento de quién o qué sea no proviene exclusivamente de mi ser cumplido -este ser es como el polvo del camino, ya se ha realizado- sino principalmente de un yo por-venir. Un yo desconocido, cuya biografía no está escrita. Un yo-sin-yo todavía, un yo sin-mí pero en camino. El ser de ese extraño yo es activo, está siempre en movimiento. La vida trabaja con ardiente pasión para alumbrarlo a cada instante². De hecho, 

La vida es una revelación constante de nuestro verdadero yo.

Vivir como coincidencia

La vida más auténtica consiste en la curiosa coincidencia del yo que ya se es con el yo que se tiene que ser. Es un encuentro con el porvenir. 

Mi destino no es otro que abrirme para poder encontrarme con el yo que tengo que ser, no permanecer encerrado en mí mismo -encorvado decía Agustín de Hipona-, retraído como un muñón, sino desplegado, abierto, sin ataduras. 

La vida anhela³ y se afana para que el encuentro se produzca

La vida busca humanizarse. Si tiene alguna, quizá sea esa su finalidad.


  

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¹Ortega opinaba aparentemente lo contrario. "La vida nos ha sido dada -decía- pero no nos ha sido dada hecha, tenemos que hacerla, cada cual la suya" y citaba la frase del Amadís de Gaula: "mi vida es mi hacienda". Nosotros preferimos decirlo al revés: "yo soy la hacienda de mi vida".

Y lo mismo opinamos de la famosa hazaña copernicana de Kant. Nos parece cierta, solo que al revés de lo que pensaba el propio Kant (véase la entrada El "lugar" de lo razonable).

La cuestión a plantear ahora podría ser: quién la hace a ella. Y que yo sepa, hasta ahora nadie la ha resuelto satisfactoriamente. Mientras tanto, quizá deberíamos conceder que es la vida la que se hace a sí misma

²Estamos completamente de acuerdo con Ortega en que: 

  • La vida lo alumbra todo. Y eso incluye lo mejor
  • No soy yo ni la razón quien dictamina qué es lo mejor o qué deber ser. Lo mejor es lo que es. Se puede aceptar o rechazar pero no cambiar (véase la primera parte de la entrada "Empatía y Compasión" dedicada a Franz Brentano). 
  • Por eso, cuando decido hacer lo mejor hago lo correcto, es decir, coincido conmigo mismo. En otras palabras, encuentro a mi yo verdadero.
  • De la coincidencia o no conmigo mismo depende la autenticidad de mis actos. Coincidencia y autenticidad van de la mano.
³Gime con dolores de parto, dejó escrito Pablo de Tarso.



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