| Entrada a Morella (Castellón), 20 de diciembre de 2021 |
[Vocabulario clave: proyecto y tarea; realización; finalidad de la vida; sentido de la vida; yo original o yo sin-mí; destino y autenticidad]
Un error de perspectiva
Finalicé la segunda parte de esta trilogía sembrando una nueva duda, me refiero al significado de tener-que-ser.
Tener-que-ser -decía- trae consigo un quehacer. Y esa tarea hace que me pregunte: ¿soy yo el agente que la realiza? Porque si efectivamente lo fuera, querría decir que el ser me lo doy yo a mí mismo, que yo soy mi promotor. Lo cual parece obvio, ¿no?
Vayamos por partes.
Yo tengo que ser. Luego lo que tengo que ser -y aun no soy- me falta. Mi ser, por tanto, nace incompleto. Platón, en El Banquete, alude a que los dioses nos hicieron así a propósito, para que no pudiéramos sentirnos perfectos y rivalizar con ellos¹.
Pero qué es lo que me falta y cómo podría dármelo si no lo tengo. ¿Tendría que imaginarlo? ¿Sería entonces yo alguien "fabricado" por mi imaginación, por mi mente, una mente, en el mejor de los casos, racional? Los del credo idealista seguramente responderán afirmativamente. A mí, en cambio, me asaltan las dudas, dudas que me enredan y devuelven al punto de partida, solo que ahora reformulando la pregunta del revés para quedar, más o menos, así: ¿Qué pasaría si no fuera yo el agente de la tarea de dar-me el ser...?
Con todo, en semejante lío encuentro un hecho que tiene sentido y parece seguro y es que viviendo me realizo.
De dónde, pues, brota el embrollo; de dónde, la confusión.
La vida hace mi ser. Yo soy su hacienda
El desconcierto viene, como tantas veces, de pasar por alto los detalles. Y en la constatación anterior, el detalle se refiere al inadvertido “me”. Mi vida es mía pero no tanto porque me pertenezca sino porque es a mí a quien le pasa. Si fuera de mi propiedad, podría devolverla o cambiarla por otra si lo quisiera. Pero lo cierto es que lo único que puedo cambiar es su rumbo, a ella es imposible.
Por otra parte, me doy cuenta de que existo no solo porque lo piense sino porque me encontraba vivo antes de hacerlo. Por sorprendente que parezca, resulta que es la vida la que originalmente me alumbra² y no mi pensamiento. La vida, mi vida, es la primera en afanarse para que yo llegue a ser. El poder o la energía -término proveniente de Aristóteles- que emplea para realizarme pertenece a ella, no a mí.
El yo que tengo-que-ser y aún no soy resulta que es anterior a cualquier preocupación o cuidado³ míos. ¡Se trata de un yo futuro que paradójicamente me precede! Mi voluntad puede influir pero solo en el modo en que finalmente se realice. Puede, por ejemplo, distorsionarlo, frustrarlo o incluso arruinarlo. Pero no puede destruirlo, es imposible. El extraño proyecto en que consisto no puede ser aniquilado. De hecho, cuando más se hace notar es cuando brilla por su ausencia.
Todo esto da para más entradas y me temo que en algún momento tendré que emplear tiempo y sudores abordándolo. Ahora simplemente lo planteo, dejándolo así.
El yo-por-venir
El conocimiento que tengo de quién soy proviene de mi ser cumplido -de mi biografía-, es decir, de la parte que, en rigor, no vive porque ya ha sido. En cambio, de la otra parte, la que viene en camino, esa que está por llegar, la parte sin-yo todavía, no se nada y es la vida la que tiene que alumbrarla⁴.
En la vida coinciden el yo que ya he sido con el yo que aun no soy pero tengo que ser. Es el lugar donde mi biografía y mi porvenir se encuentran. Vivir con autenticidad no es otra cosa que acudir a ese punto de encuentro donde yo como individuo y el mundo se reúnen, decíamos en la entrada anterior. Ahora añadimos: punto de encuentro donde mi pasado -mi biografía- y mi futuro -mi porvenir- se reúnen también. En la vida todo es unión o reunificación. Mi destino no es otra cosa que el cumplimiento de esos encuentros. Ir contra el destino equivale a encerrarse -a encorvarse decía Agustín de Hipona-, retraerse y quedarse para siempre como un muñón de sí mismo.
La vida anhela⁵ y se afana para que la feliz reunión se produzca.
La vida busca humanizarse, hacer-se humana. Si tiene alguna finalidad, quizá -quién sabe- sea esa.
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¹La cita es de Byung-Chul Han en su ensayo Vida Contemplativa. Escribe Han:
"los humanos originalmente eran seres esféricos [= perfectos, completos], lo que les hacía parecer demasiado poderosos y arrogantes a ojos de los dioses, así que estos decidieron partirlos y separarlos en dos. Desde entonces, cada mitad anhela reunirse con su otra mitad. A cada uno de esos trozos se llama en griego sýmbolon". Lo que aparece entre corchetes es mío.
²Ortega opinaba aparentemente lo contrario. "La vida nos ha sido dada -decía- pero no nos ha sido dada hecha, tenemos que hacerla, cada cual la suya" y citaba la frase del Amadís de Gaula: "mi vida es mi hacienda". Nosotros lo entendemos justo al revés: "la hacienda de mi vida soy yo".
Y lo mismo opinamos de la famosa hazaña copernicana de Kant. Nos parece cierta, solo que al revés de lo que pensaba el propio Kant (véase la entrada El "lugar" de lo razonable).
La cuestión a plantear podría ser ahora esta: quién la hace a ella. Pero que yo sepa, nadie la ha resuelto satisfactoriamente. Mientras tanto, quizá deberíamos conceder, al menos provisionalmente, que es la vida la que se hace a sí misma.
³En este punto disentimos del parecer de Heidegger.
- La vida lo alumbra todo. Y eso incluye a lo mejor.
- No soy yo ni la razón quien dictamina qué es lo mejor o qué debe ser. Lo mejor es lo que es. Se puede aceptar o rechazar pero no cambiar (véase la primera parte de la entrada "Empatía y Compasión" dedicada a Franz Brentano).
- Por eso, cuando decido hacer lo mejor hago lo correcto, es decir, coincido conmigo mismo. En otras palabras, encuentro a mi yo verdadero.
- De la coincidencia o no conmigo mismo depende la autenticidad de mis actos. Coincidencia y autenticidad van de la mano.
- Estas ideas orteguianas de autenticidad y coincidencia muy probablemente le fueron inspiradas por la lectura de un opúsculo de Franz Brentano que el siempre recomendaba: El origen del conocimiento moral. Julián Marías, discípulo de Ortega, también dejó una reseña de todo esto en su pequeño ensayo Tratado de lo mejor.
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