Kranjska Gora - Podkoren, Eslovenia, 7 junio 2024 |
[Sigo con mis subrayados y apuntes tomados del ensayo de Byung-Chul Han; lo que se añade entre corchetes es añadido propio y no procede del ensayo. En ocasiones se reelabora el párrafo para volverlo -por lo menos para mi- más claro si cabe -no porque no lo sea ya de por sí-. Una vez más quiero recalcar que el texto reúne ideas originales de Han y que la entrada solo pretende sintetizarlas. Podrían omitirse algunas pero pareciéndome tan interesantes y sugerentes no he podido resistirme a recogerlas.]
La absoluta falta de ser
“… en parte alguna hay permanencia”.
Este verso de Rilke expresa muy bien la crisis actual. Por todas partes, lo permanente claudica.
A la vida hoy la gobierna lo provisional, lo a corto plazo,
lo inconstante. La crisis del presente tiene mucho que ver con la mengua
incesante de lo permanente y durable. Rehuimos cualquier forma de “para
siempre” y renegamos de los modos de actuar que toman mucho tiempo, como la
fidelidad, la responsabilidad, la confianza y el compromiso.
[Permanecer significa prolongarse en el tiempo]. El ser posee esta faceta temporal que le permite crecer. El ser no mengua. Al contrario, se despliega en el tiempo y lo hace lentamente. En la pausa que interrumpe la acción de forma prolongada, en esa tardanza y lentitud, el ser manifiesta su plenitud.
El cortoplacismo vigente interrumpe e impide el crecimiento
del ser [porque echa por tierra y arruina su carácter temporal]. Según Niklas
Luhmann, hoy el ser ha menguado hasta convertirse en informaciones, a las cuales
solo prestamos atención durante un momento [corto]. El margen de actualidad de una información es muy estrecho. Tan corto plazo de tiempo desintegra al ser, lo degrada
hasta convertirlo en eso: en mera información.
[Actual es lo que atrae y ocupa la atención de la gente en un momento dado. Las informaciones se alimentan del atractivo que tiene lo actual, es decir, la novedad, lo que esta de moda]. El frenesí de actualidad en el que vivimos nos mantiene muy bien informados pero sin ninguna orientación.
Sentido y desorientación
La acumulación de información no da sentido a la vida. La tormenta de informaciones anula al ser y lo sustituye por contingencias [cosas que pueden suceder o no]. Nada promete compromiso ni duración.
La verdad no se acumula, no es aditiva. La verdad se narra. La verdad se despliega en una narración o relato que da sentido a la vida. La contingencia intensificada, en cambio, la desorienta y desestabiliza.
Kobarid - Magozd, 8 junio 2024 |
Byung-Chul Han cita a Platón y uno de sus diálogos más elaborados: El banquete o El simposio. En él se hace referencia a la condición simbólica del ser humano.
En nuestro estado original éramos esféricos [completos,
perfectos]; luego, en algún momento, nuestra humanidad quedó partida en dos,
dividida y separada (según el mito, fue la voluntad de los dioses por vernos demasiado poderosos y arrogantes). Pero el recuerdo de aquel estado permanece en cada fragmento o symbolon y se manifiesta como un anhelo de
reunirse con la otra parte y recobrar así la totalidad perdida, el estado
perfecto.
A lo humano, como consecuencia de aquel tajo originario, le falta una parte de su ser. Si perdemos de vista nuestra condición simbólica [si olvidamos que nos falta esa parte que una vez fue nuestra] nos convertimos [o nos quedamos para siempre] en trozos y fragmentos.
Según Han, andamos desorientados porque en el mundo actual la percepción simbólica se ha vuelto muy pobre [se ha olvidado la condición simbólica y, como consecuencia, la percepción se ha ido atrofiando o desarrollado poco].
Lo simbólico pone de relieve aquella faceta temporal del ser a la que antes aludíamos. Solo la percepción simbólica puede visualizar lo que no es contingente, es decir, lo duradero y estabilizar el ser. Una percepción que presta atención a una información y después a la siguiente carece por completo de potencia simbólica [o perspectiva; no orienta ni da estabilidad].
El proceso económico nos hace confundir la vida intensa
con más producción, con más rendimiento y más consumo. En suma: con ser
competitivos. La sociedad en la que vivimos nos obliga a una brutal
competencia y transforma nuestra vida en una lucha por la
supervivencia. Éxito, rendimiento y competición son formas de
supervivencia. Además, aísla cada vez más a las personas entre sí.
Aislamiento y soledad son reflejo de la falta de ser porque ser es ser-con.
La digitalización degrada el ser-con. El mundo digital nos
conecta pero estar conectado no es lo mismo que estar vinculado. La
conectividad ilimitada es precisamente lo que más debilita la vinculación. La
conexión digital convierte al otro, al tú, en un ello a
disposición [disponible = lo que está listo para ser usado o utilizado], lo
cual conduce a una soledad primordial. A pesar de la creciente
conexión y conectividad, estamos más solos que nunca.
[Desde una perspectiva psicoanalítica podría afirmarse que]
la vinculación intensa hace que la energía psíquica -o libidinosa- [el eros] fluya hacia
el otro. Pero cuando la vinculación falta, esa energía refluye hacia el yo.
Entonces, el yo gira en torno a sí mismo, de modo que vuelto sobre sí mismo,
sin mundo, se angustia y deprime. La ausencia del eros agudiza la falta de ser.
Solo el eros puede derrotar a la angustia y la depresión.
Otros efectos de la falta de ser son el exceso de
producción que se manifiesta en la hiperactividad e hipercomunicación actuales,
y el crecimiento material: producimos contra el sentimiento de
falta.
El capitalismo moderno ha creado la ilusión de que el dinero
produce más vida, más capacidad de vivir. Pero esa vida es una vida desnuda,
una supervivencia. En la antigüedad y en la edad media, por el contrario, la
felicidad se buscaba en la observación contemplativa.
La vida activa posee validez y legitimidad propias pero para Tomás de Aquino tiene su fin último en la contemplación:
“Vita activa est dispositivo ad contemplativam”.
La vida contemplativa es el objetivo de toda vida humana:
"finis totius humanae vitae"
La observación contemplativa es toda la recompensa que recibimos a cambio de nuestros esfuerzos:
"Tota merces nosta visio est”
La obra resultado de la actividad se completa cuando se brinda a la contemplación.
Agustín de Hipona se preguntaba: ¿qué harán los seres humanos en el eterno reino de los cielos? “Entonces descansaremos (vacabimus) eternamente, y contemplaremos, contemplaremos (videbimus) y amaremos, amaremos (amabimus) y alabaremos (laudabimus)”. En Agustín, contemplar y amar se vuelven una única cosa. Solo donde está el amor los ojos se abren:
"ubi amor, ibi oculus"
Contemplación y alabanza son formas de la inactividad. No persiguen ninguna meta ni producen nada.
Para Rilke, la alabanza confiere un esplendor festivo
al lenguaje. La alabanza canta y evoca la plenitud de ser. La alabanza se ha emancipado
de todo esfuerzo, preocupación y cuidado que son los rasgos que caracterizan a
las solicitaciones [al ruego y la súplica]. La falta es inherente a las solicitaciones. Allí donde
reina la falta de ser, la alabanza no se presenta.
Según Károly Kerényi, el tiempo de fiesta es un
tiempo de contemplación intensificada. La fiesta como una realidad del mundo
humano significa [y es prueba de] que la humanidad es capaz de ser
contemplativa en períodos de tiempo que retornan según un cierto ritmo y
es también capaz de, en este estado, toparse directamente con las realidades
superiores en las que reposa toda su existencia. El tiempo de fiesta no es
un tiempo que pasa, es un tiempo de apogeo [culminante]. La
fiesta produce este efecto de atemporalidad en la que toda falta de ser es
remediada. La fiesta crea comunidad. Reúne y une a las personas. El sentimiento
de festividad es siempre un sentimiento de comunidad, un sentimiento-de-nosotros.
Hubo un tiempo en que la contemplación era el vínculo
primario [= original, esencial, básico] del ser humano con el mundo. En ese
tiempo, su relación con el ser divino era sin falta [= sin carencia, rica]. En
la antigua Grecia, a la embajada que marchaba hacia un lugar lejano para
asistir a la festividad de una divinidad se la llamaba theoría
(contemplación). La contemplación de lo divino es theoría. Al enviado a
esa fiesta se le llamaba theorós. El término acabó designando también a
los filósofos que se ocupaban del conocimiento de lo divino, a los que se
dedicaban a proteger los misterios divinos o se ocupaban de los asuntos
divinos.
Cuando Aristóteles, eleva la vida contemplativa (bios
theoretikós) a actividad divina y sede de la dicha perfecta tiene en mente
el culto de la contemplación divina propia de la theroría. El ser humano
tiene la capacidad de un bios theoretikós (= una vida contemplativa)
porque “tiene en sí algo divino”. Aristóteles destaca que los dioses no
actúan. Y añade: “si a un ser vivo se le quita la acción y, aún más, la
producción, ¿qué le queda, sino la contemplación?”. La actividad contemplativa
es una inactividad, un reposo contemplativo, un ocio.
En el ocio, la vida se vincula consigo misma. Ya no se distancia de sí misma. Solo la vida contemplativa promete la autosuficiencia divina, la dicha perfecta.
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